Pandemia
La salud mental de los sanitarios se tambalea: del miedo a la indignación
Relatan que les han mentido para lograr test e ir a “fiestas clandestinas” y avisan de arritmias en bebés. Sindicatos piden que se haga la radiografía de “cómo está la psique de estos profesionales”
En las jornadas del personal sanitario se cuelan resoplidos apocados porque su trabajo puede ser agotador y transcurrir entre la vida y la muerte. Esto se intensificó con el advenimiento inesperado de la Covid-19, con la que esos profesionales lidian desde hace más de un año, subidos en una noria emocional. «Al principio fue tremendo, horas y horas con los EPI –equipos de protección individual–, el temor, el estrés, el calor... todo muy caótico», evoca P. G., auxiliar de enfermería en una unidad de cuidados intensivos (UCI) de un hospital del sistema sanitario público regional. Relata que han gastado «momentos muy duros», han visto morir personas, «sin patologías previas a veces», a las que «el virus ha machacado».
Tampoco pueden sacudirse «el sufrimiento de las familias, su angustia desde casa», y admite que los ha «minado» tanto esfuerzo «para un resultado que no siempre es el deseado». «El cansancio a estas alturas es extremo y las secuelas están ahí», dice. «Hay días que ya no tienes ganar de acudir al hospital para volver a enfrentarte a lo mismo porque moralmente afecta muchísimo», confiesa. Ha «pasado una mala racha» porque le resultó insoportable la pérdida de alguien. «Entró en la UCI una compañera jubilada, vecina, que podía disfrutar de sus nietos, y falleció en 15 días», resume, para reconocer: «A mí eso me ha dejado sin ánimo ninguno». Imposible sentirla ajena.
C. V., enfermera de Urgencias en otro hospital andaluz, confirma que desde el inicio de la pandemia el espíritu reinante «ha ido cambiando». «Al principio era una mezcla de miedo e incluso de vergüenza», en su caso, «por el reconocimiento bestial de la gente que nos cogió por sorpresa, al ser ésta una profesión muy desagradecida». Mantienen que sólo hacen su tarea, «aunque es verdad que en unas condiciones nuevas y desconocidas para todo el mundo» y con protocolos y directrices cambiantes. Al echar la vista atrás recuerda regresar a su hogar «llorando todo el camino» y los problemas físicos como dolores que ha padecido al «somatizar». «Crees que lo estás llevando bien, pero en realidad estás estresada», anota. Ella además se infectó de covid el pasado noviembre un fin de semana que atendió a pacientes de coronavirus con un compañero que también enfermó. «Íbamos muy protegidos con monos, gafas de bucear, pantallas, dos mascarillas, triple guante... pero nos contagiamos», cuenta. Estuvo con sus padres antes de saberlo, «los dos de alto riesgo», y balbucea: «Si hubierantenido síntomas, hubiera hecho un disparate». No fue así. El tiempo no se detuvo y la fatiga y la aprensión se convirtieron en otras sensaciones.
«He pasado del ‘están magnificando la labor de los sanitarios’, y hay que incluir a limpiadoras, celadores..., a sentir impotencia, a enfadarme con el mundo, a indignarme por la calle y a no creer en los expertos porque permitieron flexibilidad en Navidad, cuando estábamos ya medio colapsados», afirma C. V. «Hubo gente –se tensa– que venía mintiendo para pedir test de antígenos y poder ir a fiestas clandestinas. Luego tuvimos que cuidar a otros cerrando con paneles pasillos porque no cabían», reprocha. Y encadena: «Esto ha dejado a la luz el egoísmo de las personas, el yo primero, el que, aunque pueda haber sospechas de contagio, salgo a la calle», se queja. Pide a los andaluces que «cumplan las normas» y no usen «las mascarillas como si les hubieran cogido puntos en la barbilla y llevaran un apósito» ni se queden «horas en un bar sin distancia». «En mi turno hemos mandado a niñas sanas de ocho meses con una arritmia a un hospital mayor por la covid y han convulsionado por la fiebre», avisa. Y lanza un contundente mensaje: «Si no se quieren sumar, que por favor no resten, para que valga la pena nuestro brutal esfuerzo». Tiene otro para los políticos: «Deberían dejar de pelearse, unirse, y darle dinero a los científicos», dispara.
P. G. ratifica la evolución anímica. «Ahora me indigna cuando veo los bares llenos y sin mascarillas, pienso si supieran... El virus mata y todavía hay quien lo ignora, es increíble», afea, para enhebrar: «Si a las personas que van a fiestas las metieran en una UCI y vieran lo que vemos cada día, esa manera de morir... Y el que se salva, sabe Dios las secuelas que tendrá», alerta.
Riesgos físicos y psicosociales
J. A., médico, expone que el que les hayan suministrado la vacuna les ha aportado «tranquilidad», pero es consciente de que el proceso para la población en general «va lento» y de que en algunos compañeros «ha aumentado la ansiedad», al no ver «la salida a la crisis». «Pasamos de una ola a otra y del aplauso al ‘atiéndeme ya y rápido’. El ambiente empieza a crisparse», diagnostica. La luz es aún desangelada y escasa.
Vicente Sandoval, delegado de prevención de UGT-A del Hospital Regional Universitario de Málaga, pone nombres técnicos a las palabras de los sanitarios. «Los profesionales del Servicio Andaluz de Salud (SA) están expuestos a riesgos biológicos y psicosociales», comenta, y a los últimos «no se les está dando la importancia que merecen». «Las consecuencias las veremos de aquí a un corto espacio de tiempo porque el aguante de los profesionales cada vez es menor», augura. Expresa que hay que tener en cuenta relaciones de dos tipos en su ámbito, la de jefes-subordinados y la de usuarios-profesionales del sistema, y que uno de los efectos psicosociales a los que están expuestos estos trabajadores son las agresiones que «en Andalucía han ido creciendo». Con todo, las cifra en 1.340 en 2019 y en 1.080 en 2020, pero achaca el descenso a que el pasado año «no fue normal y hubo muchas dificultades para que los usuarios llegaran a los centros de salud» por la pandemia. A esto suma el llamado síndrome del quemado, o «burnout», que padecen al atender «a pacientes con esmero y mimo, cogerles cariño, y que la historia termine con un desenlace fatal, lo que afecta enormemente», condensa. «Imagínate en una UVI pediátrica... Tienen que blindar un poco sus sentimientos para no sufrir permanentemente», deja escurrir. En ese punto reclama que «se evalúe el perjuicio psicológico» que los sanitarios «han experimentado estos meses».
No son colchones vencidos y la responsable de Salud Laboral de la FSS-CC OO-A, Rosa María Martín, urge a contratar a facultativos especialistas de Psicología Cínica y pide que se inserten «dentro de la correspondiente Unidad de Prevención/Vigilancia de la Salud –el SAS tiene intención de contar con uno por provincia–, donde van cuando tienen un problema de bajas, por ejemplo», para que les resulte más fácil «ese acercamiento» y «les puedan tratar el agotamiento mental, el sufrimiento, y sean apoyados y reconocidos». Miran a «la enfermedad, la muerte y el público», por eso «la figura del facultativo especialista puede ayudar a mejorar el clima laboral, más allá del tema del covid, y podría tener continuidad», sugiere. Insta a medir «la evolución de riesgos psicosociales» donde no se haya hecho y a «revaluarlos» donde sí, para tener la radiografía de «cómo está la psique de estos profesionales».
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