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Cabalgata mortal

“Decía Agatha Christie que una casualidad es una casualidad, dos son un indicio y tres, una prueba”

Estado en el que quedó la carroza
Estado en el que quedó la carrozaFermín CabanillasAgencia EFE

Considerando las restricciones durante los dos años pandémicos, el de Marchena (Sevilla) el pasado 5 de enero ha sido el cuarto accidente mortal en Andalucía en las quince últimas cabalgatas de los Reyes Magos, pues el desgraciado atropello de una septuagenaria viene a sumarse a los fallecimientos de una anciana en 2006 en Arroyo la Miel (Málaga), de un niño en la capital malagueña en 2013 y de un joven de 20 años en Níjar (Almería) en 2015. Decía Agatha Christie que una casualidad es una casualidad; dos son un indicio y tres son una prueba. Nada afirmó la reina del misterio sobre un cuarto hecho coincidente, irrefutable como la llaga que palpó Santo Tomás, pero harían bien las administraciones en revisar sus protocolos para estos pasacalles festivos que permiten con la prodigalidad propia de estas fechas y, a lo peor, sin el mínimo rigor en sus medidas de seguridad. No hay ciudad sin Cabalgata, ni pueblo ni pedanía ni villorrio siquiera, ni tampoco barrio que agrupe cuatro casas, de Ayamonte a Pulpí, que se sustraiga al desfile ritual de los Magos de Oriente a bordo de los más variopintos cachivaches. Por ejemplo, embarcaciones que vuelcan o tractores que se descontrolan, como sucedió el jueves en Marchena, donde además de una muerte se lamentan por una decena de heridos, entre ellos algún niño con pronóstico grave. ¿Es necesario todo este despliegue? Sin entrar en cuestionar el gasto suntuario, pues los comerciantes lo consideran una inversión que el público concitado retorna, sí conviene preguntarse qué da o qué quita esta proliferación de aglomeraciones tan laxas en cuanto a la seguridad. Circular con un vehículo agrícola (¿qué revisión técnica se requiere para ello?) por una calle atestada de gente puede ser una tontería navideña o una negligencia mortífera.