Opinión | El bloc
Aplaudir sin preguntar
"Los terceristas y los tibios lo llevamos mal en estos tiempos excesivos, sólo recibimos desdén cuando preguntamos"
En la ciudad caben todos, los clásicos y los heterodoxos, aunque cada tribu desee apropiarse de su trozo de calle o convertir en esencial cada una de sus caprichos o santificar como tradición sus insignificantes costumbres. Con el verano en lo alto, precipitado el calor como un alud para coronar un mayo que ha sido fresquito, los cofrades alimentaban los cuerpos y los espíritus: todos empapados en cerveza y en paroxística liturgia, diríase que idénticas, aunque portando cirios los unos y los otros enseñando cuernos. Convivieron como ejemplares vecinos, también acogieron a los numerosos visitantes, los cofrades del Heavy Christi y los devotos del Corpus Metal: negros eran los chaqués, del mismo color que las camisetas, y ninguno terminaba de comprender al viandante neutral o al curioso en el balcón que no profesa ninguna de las dos religiones. Los terceristas y los tibios lo llevamos mal en estos tiempos excesivos, sólo recibimos desdén cuando preguntamos, perplejos, por qué un señor con edad de llevar varios lustros jubilado luce uniforme de colegial en los conciertos o cuál es el motivo por el que la iconografía de San Fernando, rey castellano del siglo XIII, indefectiblemente luce perilla quevedesca y calzas de mosquetero junto a sus atributos de la espada y el globo terráqueo, como si en vez de un reconquistador en trance de devolver a los almohades al otro lado del Estrecho, fuese D’Artagnan a la caza de los esbirros del pérfido cardenal Richelieu. Abundando el fan incondicional, ¿quién tiene ganas de aguantar a un curioso? Y con ese mismo compost humano, amigos, modelan los partidos políticos a sus cuadros o, cuando toque, cargos de las administraciones. Gente que, sin hacer preguntas, se rompe las manos aplaudiéndole a lo que le pongan por delante.
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