Medio Ambiente

A vueltas con el pepino o carajo de mar afrodisiaco

Muy castigado en la costa gaditana, sigue siendo un «producto de deseo» para los furtivos

Imagen de la última incautación de la Guardia Civil en el mes de junio
Imagen de la última incautación de la Guardia Civil en el mes de junioLa Razón

«¿Andevá, carajo?», «a carajo ‘sacao’» o, el más socorrido, «vete al carajo» son algunas de las expresiones gaditanas en las que el vocablo carajo (con el que los antiguos marineros se referían a la canasta que se encontraba en lo alto del palo mayor de las carabelas y permitía hacer labores de vigilancia del horizonte) es utilizado. Palabra que, popularmente, también ha sido empleada para, por aquello de su aspecto fálico, describir a uno de los habitantes de la costa gaditana, el pepino de mar o, científicamente, «holothuroidea». Se trata de una especie que se ha convertido en «objeto de deseo» para numerosos furtivos y a la que se le atribuyen propiedades curativas y también afrodisiacas.

«A mí que me lo expliquen, yo no sé cómo a alguien le puede gustar y comerse un bicho tan feo y soso como el carajo de mar», señala Juan Benítez, uno de esos veteranos mariscadores gaditanos que conoce como la palma de su mano los entresijos de esa rica frontera entre el mar y la tierra en la que habitan productos tan valorados y exquisitos por la gastronomía como camarones, cangrejos, erizos, lapas, etc.

«Yo sería incapaz de probarlo», asegura. «Tampoco nadie me los ha pedido nunca y, por lo que sé, aunque su precio en países como China está por las nubes, no se pueden capturar; salvo que –avisa– te quieras meter en un buen lío». «¡Lo que me faltaba a mí!», exclama mientras otea el horizonte de la Bahía de Cádiz.

El lío, del que habla Juan, en el que desde hace un tiempo sí se han metido numerosos pescadores furtivos; algunos procedentes del mundo de la droga, en busca de pingües beneficios. Y es que el pepino de mar es un producto enormemente valorado en la cultura asiática (principalmente en China) tanto desde el punto gastronómico (se le considera una auténtica delicatessen) como del curativo y sexual, ya que se le atribuyen efectos afrodisiacos. De ahí, que su precio pueda superar de largo los 500 euros.

«Debido a las numerosas capturas ilegales que se produjeron, la especie sufrió un gran retroceso en nuestras costas; hecho que empezó a revertirse con motivo de la pandemia y el encierro que padecimos. Ahora parece que el pepino de mar se ha recuperado algo y, como pudimos ver semanas atrás, hay furtivos que de nuevo han pasado a la acción», comentan a LA RAZÓN fuentes de la Guardia Civil.

Furtivos a los que se les incautaron nada menos que 80 kilos de pepinos de mar (cuatro cubas de veinte kilos) y que, gracias a la actuación conjunta de la Guardia Civil (Servicio Marítimo Provincial), con el apoyo de Salvamar y Policía Nacional, fueron devueltos al mar.

No obstante, al menos por el momento, las cifras no tienen nada que ver con las que se registraron en años previos a la pandemia, cuando, solo en la temporada de marisqueo de 2016, se incautó una tonelada de holoturias.

Pepinos de mar que también fueron protagonistas de la incautación que, en 2019, tuvo lugar en un restaurante chino de la capital. En aquella ocasión el Servicio de Protección a la Naturaleza interceptó 340 kilos de pepinos de mar ya secos (el equivalente a 18.000 pepinos de mar) y preparados para ser enviados a establecimientos de Asturias, Madrid, Soria e Italia.

Especie protegida

Pero, ¿por qué está prohibida su captura? Esta especie, que habita de forma muy especial en las costas de Cádiz, está protegida por desempeñar un papel esencial en el reciclado de nutrientes y en la oxigenación del sedimento de los fondos marinos; tarea que han puesto en valor biólogos de la Universidad de Cádiz.

Conocido en el mundo de la restauración como espardeña, el pepino de mar se caracteriza por su abundante colágeno y escaso sabor, siendo un bocado muy complicado de degustar en nuestro país.

«Es un producto que nunca nos ha llamado la atención y con el que jamás hemos trabajado», señala Julio Vázquez, chef de uno de los restaurantes que más se inspira en el mar y de mayor prestigio nacional e internacional, El Campero, en Barbate.

«Si bien es cierto que he tenido la oportunidad de probarlo, nunca ha estado en nuestro pensamiento a nivel de producto. Ni me seduce ni me llama la atención. Tiene una textura compleja y, en sí, poco sabor», concluye