
Política
Montero, el retorno del «mirlo blanco» de la sucesión: un rugido de «unidad y esperanza»
Los socialistas apuestan por una oposición más dura en Andalucía con una sanchista conversa que tratará de unificar familias

En Japón, con la llegada de la primavera, celebran la fiesta del hanami y se vive el nacimiento del cerezo en flor como un acontecimiento espiritual. Su belleza y brevedad constituyen el símbolo de los días más felices de la vida. Algo así fue el retorno de María Jesús Montero como líder de facto del PSOE-A. Los políticos son cometas que se extinguen y Juan Espadas, entre grupos de trabajo, la gestión del personal por acumulación de cargos y sesiones de control rozando el vapuleo, no ha podido ni sabido sacar a los socialistas del pozo de melancolía posterior a la pérdida de la Junta. Montero llega como la primera de los sanchistas, prietas las filas, para levantar no al Partido Socialista sino insuflar ánimo, aportar dureza a la oposición y completar la mutación regional como Partido Sanchista. En el PSOE, también en Andalucía, en tanto se conserve el poder y así se vio en el Congreso de Sevilla, no se duda de Pedro Sánchez. Lo dijo Andreotti: «El poder desgasta... al que no lo tiene» y en Andalucía hay quien confunde a Juanma Moreno con Manuel Chaves –que gobernó casi dos décadas y también llegó como «candidato a palos»– por la calle. Lo de Montero será puerta grande o enfermería, o sea.
Decía Plutarco que «la belleza de Cleopatra no era tal que deslumbrase o que dejase parados a los que la veían; pero tenía un atractivo inevitable y su figura parecía que dejaba clavado un aguijón en el ánimo». Algo así como Cleopatra VII es ahora Montero, musa súbita para el PSOE-A, un rugido «de esperanza y unidad» entre familias y agrupaciones: sanchistas, rescoldos susanistas –la ex presidenta ha reconocido su valía y la efímera «máxima autoridad» ha resaltado en las redes un abrazo en la puesta de largo–, críticos y «espadistas» –Manuel Pezzi y alguno más–. Montero cuenta con un hálito «entre María Patiño y el Che Guevara» que la convierte en la gran esperanza socialista para recuperar la Junta.
Cuando Ana Oramas hace unos años tiró de «las Tres Mil Viviendas» en el Congreso despertó la ira de Capuleto que habita en Montero, política de corte siciliano, como traída de una película de Visconti. Entonces, Madrid puso el foco en Montero, una política detallista, donde dice la sabiduría popular que mora el diablo. Cada vez que el presidente de la Junta, donde hasta el 2D de 2018 se tenía por costumbre que fuera socialista, nombraba gabinete, había una parte resuelta. «Y como siempre, el Gobierno andaluz está formado por doce consejeros y María Jesús Montero». El líder de IU, Antonio Maíllo, resumía la evidencia. María Jesús Montero (Sevilla, 1966), con 16 años de bagaje, es la segunda consejera más longeva de la historia de la Junta, tras Zarrías (17 años). Hace tiempo, por tanto, que no es ninguna advenediza. El comentario de Maíllo se realizaba desde la complicidad y el reconocimiento. Montero fue la primera persona que abrazó a Maíllo tras su regreso al Parlamento, en plena terapia por un cáncer. El líder de IU, incluso, agradeció públicamente el aliento de la consejera, que es médica de profesión (licenciada en Medicina y Cirugía y máster en Gestión Hospitalaria), en los momentos más duros. La mano derecha de Pedro Sánchez, destacan quienes la han tratado, es humana y meticulosa; dura sin que por ello pierda sensibilidad hacia las personas y hacia los problemas sociales. Posee «una capacidad de manejar datos que impresiona». «Una curranta muy capaz». De su «dureza» negociadora puede dar fe el propio Maíllo, que tuvo que tratar con ella la crisis de la Corrala Utopía que acabó desembocando en la ruptura del pacto de Gobierno con IU en la Junta. La ahora ministra fue la única consejera que ha ejercido con tres presidentes andaluces: Chaves, Griñán y Díaz. No es renovación, y ella misma lo argumentaba en sus reticencias a ser candidata.
Es madre de dos hijas y estuvo vinculada a movimientos católicos de base, formando parte del Consejo de la Juventud hasta que se licenció en 1990. En más de una intervención ha confesado sus inicios marxistas, moderados con el tiempo. De hecho, se tuvo que tragar «el sapo» con Cs de la bonificación del impuesto de sucesiones. La «vitalista» e «incansable» Chusa –para los cercanos, no «Chiqui»– Montero es trianera, como Susana Díaz. Llegó al Gobierno andaluz como viceconsejera en 2002, en el equipo de Vallejo. En 2004 pasó a ser la primera mujer que ocupaba la máxima responsabilidad en la consejería con más presupuesto, Salud, y fue ideóloga de la polémica fusión hospitalaria. Desde 2013 fue consejera de Hacienda, hasta que tiró de ella Pedro Sánchez. De resistirse a sacarse el carné ha pasado a ser, en definición popular, «la presidenta del club de fans» de Sánchez. Montero ya sonó para sustituir a Díaz, «mirlo blanco» de la sucesión frustrada. Con perfil político y técnico, lleva con su equipo desde los inicios. Le repelen las luchas intestinas. «Sea lo que sea, me cogerá trabajando», dice. Montero no teme al talento, lo que la convierte aún más en rara avis, y ahora en «esperanza» del PSOE-A.
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