Jesús Fonseca

Epidemia de soledad

Epidemia de soledad
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Sucedió en Burgos no hace tanto: una anciana era hallada sin vida en su casa de la barriada Juan XXIII. La soledad puede llegar a ser durísima, pero especialmente en la vejez, porque es cuando más frágiles somos. Esta burgalesa de 83 años, de la que no sabemos ni el nombre, llevaba muerta más de un año. No es un hecho aislado. Sucede con frecuencia, a pesar de que la sociedad del hartazgo pase de puntillas por estas cosas, de que apenas reparemos en ellas. En realidad, se trata de una pandemia, para la que el Estado del Bienestar parece no encontrar vacuna alguna. En el Reino Unido, que para algo son hijos de la Vieja Raposa que a todo se anticipa —por vieja y por zorra—, acaban de crear una Secretaría de Estado contra la soledad, que se ocupará de los que están o se sienten solos en aquellas islas remotas. Veamos: en España viven en soledad al menos cinco millones de almas. El problema está ahí, y se multiplica de día en día, pero seguimos sin querer darnos cuenta. Naturalmente, no se trata sólo de los más mayores. La soledad afecta también a otras edades. Hay quien piensa, y no le falta razón, que esta sociedad conduce al aislamiento: se tienen menos hijos, la familia se dispersa; las nuevas tecnologías conectan por un lado, pero desconectan por otro y la conciliación entre vida laboral, familiar y personal, sigue siendo una asignatura pendiente. Apenas hay tiempo para la amistad —que es el plato fuerte de la vida—, para la pareja; para los hijos y los nietos. Nuestros vínculos afectivos son muy frágiles. «Formar una familia tiene, a veces, poco o ningún sentido para muchos jóvenes; lo importarte para ellos es estudiar y actualizarse tecnológicamente, incorporarse al mercado laboral, viajar. Todo, menos comprometerse», asegura la colombiana Lucy Gutiérrez, quien ve en el individualismo un éxito rotundo del sistema. Razón no le falta: el capitalismo produce mujeres y hombres obsesionados sólo por la satisfacción de sus propios deseos y expectativas. A mí siempre me ha parecido que lo ideal es la soledad en buena compañía. La riqueza, la vida, está en el roce con el otro. En la curiosidad por los demás. Es decir: en vivir en compañía, complementándose y respetando el espacio de cada uno. Siempre he admirado a esas personas que, por la razón que sea, viven solas pero permanecen acompañadas a toda hora. Que encuentran tiempo para escuchar y atender a los demás, incluso mejor que otros que viven acompañados. ¿Cuál el secreto? ¿Dónde está la respuesta? Tal vez, en vivir en estado de plenitud y alegría. No lo sé. Parecería que las cosas vayan más por disfrutar de la vida, con el corazón abierto de par en par y en paz con uno mismo, que por cualquier Secretaría de Estado contra la soledad.