Sociedad
La cara más humana de la guerra
La voluntaria abulense Sara Escudero coordina los proyectos de Cruz Roja Española en la frontera entre Polonia y Ucrania desde que hace un año se inició conflicto
“La solidaridad de Polonia fue ejemplo para Europa y el mundo. Ahora estamos en una fase más estable. No te encuentras en una estación de tren a miles de personas con maletas buscando un sitio para vivir. Pero tampoco es que nos hayamos cansado, sino que es menos visible, aunque la necesidad sigue estando ahí”.
Quien narra su experiencia es la voluntaria abulense Sara Escudero, delegada internacional de Emergencias de Cruz Roja Española en Polonia, que llama la atención de que casi un año después del inicio de la guerra en Ucrania, que se cumplirá el 24 de febrero, las necesidades en zonas fronterizas salen menos en los medios, a pesar de que se trató de uno de los principales movimiento de refugiados de la historia.
Desde su estancia en Varsovia, donde a pesar de no existir diferencia horaria en relación con España, sobre las 17.30 horas ya es noche cerrada, atiende al periodistaJuan López, de Ical.
“Estamos aquí por esos cientos de miles de personas que tienen que cubrir sus necesidades. Y para mi es un orgullo hacerlo”, comenta. Tras buscar un fondo de una pared blanca para facilitar la entrevista, recuerda que hace doce meses se encontraba en el país polaco por motivos personales, cuando le sorprendió el inicio de los ataques de Rusia sobre Ucrania. Ahora, continúa en la frontera, por fortuna para ella junto a su marido y sus hijos, con lo que “se lleva de otra manera”.
“Me encargo de coordinar los proyectos de Cruz Roja Española aquí con motivo de la salida de refugiados de Ucrania”, explica Escudero, mujer experimentada en numerosos destinos internacionales donde la ayuda humanitaria y las necesidades básicas eran el eje de su acción.
Esta coordinación a la que se refiere se traduce en varias fases a lo largo de un año tan largo como el que está a punto de de cumplirse con el ataque ruso sobre Ucrania y la posterior crisis migratoria. Al inicio de la emergencia, Escudero se encargó de gestionar una gran parte la logística y las primeras necesidades básicas que se cubren, como entrega de alimentación, mantas, equipos de higiene, ayuda a la entrada al país, alojamiento temporal, ropa, agua, asistencia sanitaria y ayuda psicosocial, un aspecto, este último, al que se le da mucha importancia, “y más cuando se huye de un conflicto bélico”.
En una segunda fase se trabaja mantener todas esas necesidades, incluidas las de salud, escolarización de los menores a cargo, atención y cuidado de mayores. Y una tercera, la actual, que “lamentablemente es emergencia, aunque ya no se considera como tal”: “Esto es la integración de los refugiados en la comunidad: acceso a un empleo, capacitación laboral y clases de polaco para acceder al mercado laboral”.
Cada fase de esta emergencia “tiene unas ciertas peculiaridades” que van desde las necesidades básicas de la primera emergencia al mantenimiento a medio y largo plazo. Se trata de ayudar a que puedan tener una vida y un empleo digno en Polonia, que es la “mejor manera de encontrar un modo de subsistencia”.
Actualmente, en el país polaco residen más de 1,5 millones de ucranianos que “tienen que ganarse la vida y buscarse un futuro”, porque esto “no es algo temporal de unos meses, sino que puede ir para largo”, comenta Escudero, quien vaticina que cuando se pueda acceder a Ucrania se arrancará la acción con una fase de reconstrucción, pero “hasta que regrese a una cierta normalidad pasarán muchos años”.
El desgaste del tiempo
De los ocho millones de ucranianos que han salido de su país por el conflicto, la mitad lo ha hecho a través de alguno de los ocho puntos fronterizos con Polonia, pero con ese cerca de 1,5 millones es el principal país asistente. “Esto supone también mucho desgaste para la sanidad y escuela públicas y cualquier acceso a los servicios mínimos que necesitan en el día a día”, advierte.
También rememora que en la primera fase los refugiados querían “volver cuanto antes a su país”; pero el “tiempo desgasta”, sobre todo cuando están más tiempo y ven que “no pueden vivir siempre de la ayuda humanitaria o de la asistencia de otros familiares”. En todo caso, Escudero relata que todo el mundo “debe rehacer su vida, tanto ellos como los acogedores”, y es una fase complicada por la situación emocional, “que a veces no les permite ni buscar empleo”.
Sin embargo, la cooperante destaca que en general hay “ganas de salir adelante y tener un futuro fuera de su país”, y para eso Polonia es “más fácil” para los ucranianos por la cercanía y por entender mejor el idioma.
En Polonia, a día de hoy, entre el voluntariado, los que trabajan en la operación y los que llegan de fuera, hay unas 5.000 personas de Cruz Rioja divididos en diferentes distritos. Expatriados, como es el caso de Sara Escudero, son medio centenar, cuyo reto es “dar apoyo para garantizar asistencia mínima y básica”.
Al igual que con los refugiados que llegan, las personas y perfiles de cooperantes que acuden a la frontera también cambian. “No es lo mismo en la primera respuesta, como puede ser ahora en Turquía, que dentro de seis meses”, resalta a Ical. Igualmente, el ritmo de llegada de refugiados ha caído notablemente. A diferencia de las 25.000 personas al día del inicio del conflicto que cruzaban la frontera, ahora los accesos se abren a autobuses y coches y la situación está calmada. “Nadie se puede hacer una idea de lo que fue esa primera atención y esa avalancha de gente llegando en condiciones de pleno invierno, con recursos limitados y que requerían atención psicológica”, expone.
Ahora, continúa, llegan casos “complejos” de personas con dificultades de movilidad o que necesitan atención sanitaria. “Salen menos niños de Ucrania, pero más personas mayores. El goteo no es el de hace un año, aunque también retorna gente a Ucrania por cuestiones familiares o para atender a niños, mayores o por temas laborales”, señala la cooperante abulense, quien cree que muchos “entran por un momento puntual y luego vuelven a salir”.
Terremoto Turquía y Siria
La voz experimentada de Sara Escudero cree que el terremoto de esta semana con epicentro en Turquía y Siria “no tiene por qué restar recursos” a la ayuda en la frontera con Ucrania, porque “se está trabajando en temas muy distintos”. En todo caso, justifica que Cruz Roja siempre cuenta con material “predisposicionado” para dar respuesta a las primeras necesidades. “Nuestra situación aquí no necesita el material que se va a mandar ahora a Turquía y Siria, que será lo mismo que necesitábamos nosotros hace un año, como mantas, kits de higiene, toldos, ayuda para la comida…”
Sin embargo, advierte de que en la frontera la emergencia “sigue viva, pero en otro nivel”. “Esto va para largo y hemos atendido a millones de personas durante un tiempo. Ahora no sabemos cuánto más se va a alargar. En un terremoto o inundación, pasado un momento llega otro, pero en un conflicto armado no se sabe qué sucederá. Por eso tenemos que estar preparados, para escenarios muchos más inciertos. En una inundación sabes que cuando el agua sube en algún momento bajará, una característica con la que nosotros no podemos jugar”, puso como ejemplo.
Cree que ahora hay menos recursos porque organizaciones más pequeñas y locales “se volcaron al principio y ahora vuelven a retomar sus objetivos habituales”.
Y destaca que en los últimos días, con la cercanía del aniversario, “se están removiendo algunas historias que teníamos más olvidadas”, con gente que te reencuentras desde hace meses y valoras en “qué condiciones las vistas y qué capacidad han tenido de salir adelante o superar ciertas necesidades no cubiertas al principio”.
“Me quedo con muchas historias positivas y esa energía del voluntario de la Cruz Roja polaca que atiende de otra manera para estar en un cierto nivel de vida y humanidad”, ensalza, para asegurar que “a toro pasado siempre se ven cosas mejorables”, pero se mostró segura de que “en aquel momento, con los recursos que había, se hizo todo lo mejor que se pudo, teniendo en cuenta que es muy difícil absorber 1,5 millones de personas, o cuando llegó el pico de cuatro”.
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