Opinión

Perdidos entre ideologías

"Y así llegamos a la peor catástrofe: todo lo que hacen ellos es bueno y salvífico y todo lo que hacen los demás es malo"

Perdidos entre ideologías
Portada del libro "Perdidos entre ideologías"La Razón

Sé que me juzgarán con dureza por decir esto, pero lo voy a hacer: la ideología es el exceso de política, distorsionada, inmoderada y engañosa. Son tertulianos, gritándose, y masas alborotadas, que corean lemas de los que apenas saben nada por calles y plazas y llegan, a veces, a defender lo indefendible. El problema comienza cuando, una parte notable de la sociedad, cree estar en la posesión de la "ideología del bien" y todo lo demás le parece "ideología del mal." Llegados a este punto, nada importan ya los hechos; son sus opiniones las que cuentan y no lo que sucede. Y así llegamos a la peor catástrofe: todo lo que hacen ellos es bueno y salvífico y todo lo que hacen los demás es malo.

De nada sirven los argumentos racionales. Es más: para el prestigioso profesor de políticas estadounidense, Jason Blakely, que es uno de los filósofos y pensadores que más ha estudiado y mejor ha interpretado la vida política actual, especialmente en su obra 'Perdidos entre ideologías", publicada por Rialp, la desorientación que envuelve a las democracias liberales de todo el mundo tiene, en buena medida, un origen ideológico, que no es fácil sortear. Y no lo es porque nos movemos en un terreno confuso de intereses en pugna.

Un laberinto de ideas que hacen muchas veces que las cosas no sean lo que verdaderamente son, sino lo que interesa que sean. Mala cosa. Vamos: una verdadera calamidad. Al final, envueltos en un falso entusiasmo, algunos han logrado que muchos piensen que sus posturas políticas son las que el mundo necesita, solidarias y progresistas y, las de sus adversarios, una antigualla retrógrada y esplotadora de quienes menos tienen. Si a ello añadimos el feminismo militante y sexual, la cosa se torna imposible.

Un feminismo, todo hay que decirlo, que comenzó en Europa reclamando, con razón, el derecho al sufragio y a los derechos del hombre también para los mujeres, pero que trasladó rápidamente lo privado a la plaza pública, desde la psicología personal y el trabajo doméstico hasta el deseo erótico y la religión. Una configuración tan exitosa que ningún mapa ideológico importante se ha quedado al margen de ella. Progresistas y conservadores, socialistas y nacionalistas, se han visto obligados a responder y adaptarse, les guste o no, a este relato y, en ocasiones, a modificar radicalmente sus programas y discurso. Lo cierto es que vivimos en esta realidad y es ella la que nos marca y determina.

Encarrilar todas estas circunstancias, ni es sencillo, ni está a nuestro alcance. Lo que si lo está, es mostrar y aplicar una unidad de vida humanística a nuestro alrededor, que vaya más allá de cualquier ideología y que no se confunda con la justificación moral y el todo vale, ni con el sentimentalismo, sino con una conciencia clara del hecho de que, al mundo y a sus habitantes, nos va bastante mejor cuando somos capaces de sumarnos a un empeño colectivo que anteponga el factor humano a cualquier ideología, para no perdernos en ella