Sociedad
La mujeres sin hogar también rompen su silencio: «Vivir en la calle es vivir con el maltratador en casa»
El 70% de ellas ha sufrido violencia machista
«¡Ayer puse una lavadora!», exclama Eloisa con entusiasmo. ¿Quién puede estar contento de poner una lavadora? Pues alguien como Eloisa que ha vivido dos años en la calle, sin lavadora, agua caliente y la calidez de un espacio entre cuatro paredes al que poder llamar hogar.
¿Cómo acaba una mujer que tenía un trabajo en el Ayuntamiento de Martorell y es madre de cuatro hijos durmiendo en la calle? «Después de estar ingresada en un centro hospitalario tras un intento de suicidio», responde. Antes de ese suceso, llevó a sus cuatro hijos a la DGAIA para que la Generalitat se hiciera cargo de ellos. Antes, llegó a trabajar ocho horas en una escuela de día y ocho horas en el turno de noche limpiando una empresa para poder sacarlos adelante, pero el cuerpo ni la mente le daban para más. Y mucho antes, su marido la pegaba. Su hijo mayor cogió una vez un virus y el médico pidió ingresarlo. El padre le dijo que si lo hacía, le daría una paliza. Otra más. Ella no le hizo caso y su hijo, en la habitación del hospital, le dijo: «mamá, no podemos volver a casa, papá nos matará». Nos, en primera persona del plural, porque su marido pegaba a Eloisa y a los niños. "La niña tiene una marca en la frente de un golpe con un azulejo y el mayor, en el cuello, de una vez que le acercó un cuchillo", cuenta. Eloisa cogió entonces a sus cuatro hijos, el pequeño tenía sólo 20 meses, y huyó a Gelida. He ahí la respuesta: la violencia de género fue el factor desencadenante que llevó a Eloisa a dormir en la calle. No es un caso aislado, el 69% de las mujeres sin hogar en Barcelona ha sufrido violencia machista, el 43% durante la infancia y la adolescencia.
Eloisa forma parte de ese 12,2% de mujeres sin hogar, que se calcula que hay de Barcelona. La cifra es una aproximación porque las mujeres sin hogar, más vulnerables que los hombres, desarrollan estrategias de supervivencia distintas. «Vivir en la calle es vivir con el maltratador en casa», resume Eloisa. «Te ofrecen 3 euros por tocarte, 5 euros por chuparla o 10 euros por sexo. Y si dices que no, te intentan drogar para aprovecharse», explica.
Las mujeres se protegen más de la vida en la intemperie. También tienen más capacidad de tejer redes y pedir ayuda, de hecho, están más representadas en centros de alojamiento de media y larga estancia (20%) y en pisos de inclusión social (23%) que los hombres. Pero, precisamente, como entran y salen de residencias sociales, de casas de amigos y familiares, o de habitáculos considerados infravivienda es más difícil detectarlas. Además, las que pasan la noche al raso, «se esconden muy bien para pasar desapercibidas, algunas incluso, duermen de día y caminan de noche, para burlar a los hombres que quieren aprovecharse de ellas», explica Clara Naya, coordinadora de la «Asociación Lola no estás Sola», que acompaña a las mujeres sin hogar del distrito de Nou Barris.
El abordaje de las personas sin hogar peca de centrarse en el hombre y olvidar a las mujeres. «¿Cómo puede ser si no que no haya un albergue exclusivo para mujeres que viven en la calle? ¿Tú sabes lo que pasa ahí dentro?», dice Eloisa.
Ahora, por primera vez, una investigación coordinada por la Universidad de Barcelona, con entidades vinculadas a la Red de Atención a Personas sin Hogar (XAPSLL) de Barcelona, ha estudiado el fenómeno del sinhogarismo femenino. El informe «Mujeres en situación sin hogar en la ciudad de Barcelona», que fue presentado ayer bajo la atenta mirada de Eloisa y otras 34 mujeres que han vivido en la calle y se han dejado entrevistar para poder entender quiénes son y cómo viven, reclama cosas recursos específicos para mujeres.
«Un albergue, queremos un albergue», insiste Eloisa. «Y psicólogos y psiquiatras porque la mayoría de mujeres que estamos en la calle hemos sufrido violencia machista», añade. «Yo tengo depresión crónica, un trastorno por falta de afecto y cariño, y un trastorno de personalidad», cuenta. Aunque no lo parece. Porque lo dice con una sonrisa al mirar a las trabajadoras sociales de la Asociación Lola no estás sola, que la encontró durmiendo entre cartones en un cajero de Nou Barris. Ahora tiene un trabajo en un colegio de Sarrià y vive en una habitación en Bellvitge, que paga con su salario. Sus hijos viven con una familia de acogida y los ve cada mes. «El pequeño tiene ya diez años, por ellos lucho».
En Lola no estás sola encontró un espacio donde ducharse, tomarse un café, charlar y poner lavadoras. Es uno de los pocos recursos exclusivos para mujeres que hay en la ciudad. Eloisa pasó por dos albergues. Describe el de Sant Joan de Déu como un infierno. Le dieron una habitación, pero no tenía pestillo y dormía con la mesa contra la puerta. En la ducha la habían intentado agredir. También le rociaron con gas pimienta para intentar abusar de ella. Su testimonio debe servir para repensar la atención a las mujeres sin techo.
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