Confinamiento con niños
Diario de una cuarentena con niños: Día 30
Es curioso, estemos encerrados o no, sigue siendo Semana Santa, así que hay algo que no importa en absoluto
Cada día, al desperar, silbo una canción al azar. Hoy ha sido “Help”, de los Beatles, pero como nunca he sabido silbar, sólo he escupido. Me encanta despertarme aferrándome a la realidad, sirve para recordarme que no vivimos una situación normal y, por tanto, no hay ningún motivo para comportarse como lo hacíamos antes. “¡Help, I need somebody!” y aquí Carmen me ha dicho que me calle, que estaba durmiendo, y yo me he callado.
A todos aquellos psicólogos que invitan a repetir rutinas anteriores al confinamiento para evitar el estrés, yo les silbaría la canción más larga y bonita del mundo, aunque estuviesen durmiendo. En serio, ¿la respuesta a la desazón del aislamiento es escapar de la realidad? Me encanta que los profesionales de la salud mental aconsejen el delirio, es la ironía última que define nuestro tiempo. Levántate, dúchate y vístete como si fuera un sábado normal y luego, sin embargo, estírate en el sofá, que tu cerebro, psssss, funciona de forma tan automática e inconsciente que no se dará cuenta.
No, en casa sabemos que éste es un enfoque equivocado y aceptamos el encierro tal cual es, o sea hemos empezado a adquirir rutinas originales propias del confinamiento que afirman y abrazan nuestra nueva condición. Sabemos que no podemos salir, así que nos levantamos, o no, nos vestimos, o no, y nos lavamos, o no, aceptando este nuevo parámetro. Y el estrés, sinceramente, ha desaparecido. A la niña le ha crecido un chichón, pero creo que no es el estrés, sino el niño, que le ha dado un buen mamporro con un palo.
He tenido que castigarle y lo he dejado solo en su cuarto. A veces me quedo maravillado que me hagan caso cuando los castigo. El caso es que he vuelto cinco minutos después y Pablo me ha explicado llorando que había sido Camila, que ella había empezado, y ha gritado imperativo “¡castigala, papi, castígala!”. Y eso es lo que he hecho, la he castigado. Mi simulación de juez y verdugo es tan mala que me parezco más a un bombero que sólo intenta apagar fuegos y no entiendo porqué mis hijos hacen tanto caso a los bomberos
La vida siempre es simulación, y los niños lo saben. Los niños juegan, que es simular con premio. Así que he intentado que jueguen conmigo. Las estanterías de libros estaban tan llenas de polvo que he empezado a limpiarlas. Luego he recordado que a los niños les encantan los juegos, así que les he dado dos gamuzas y he hecho que lo limpien ellos. Han disfrutado como enanos interpretando el papel de limpiadores y yo he sido como Orson Wells y los he dirigido de fábula. Cuando Carmen se ha levantado, no podía creer la maravilla que habíamos hecho.
Después hemos empezado a hacer conejos de Pascua porque, estemos encerrados o no, sigue siendo Semana Santa, eso no ha cambiado. Los niños han pintado rollos de papel de váter, enganchando palitos como orejas y patitas. Si fuese psicólogo, diría que ahora tenían que creer que eran conejos de verdad, pero por suerte no soy psicólogo. “El mío sí que es de verdad”, ha dicho Camila. “Tonta, que es un muñeco”, ha dicho Pablo. Por supuesto, a Camila no le ha gustado el suyo porque es muy perfeccionista y eso no se parecía en nada a un conejo de verdad, y a Pablo le ha encantado el suyo simplemente porque era suyo y si decía que era un muñeco, es que era un muñeco. Ahí hay una clara diferencia de carácter.
Y así pasan los días, y ya llevamos 30. Feliz Semana Santa a todos. Pero si en un futuro cercano llega el día en que mi hija dice que quiere ser psicóloga, juro que la desheredo.
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