Salud
Diario de una cuarentena con niños: Día 29
Dia XXIX: Un día recordaremos que también fuimos felices y la receta del pastel de chocolate
“¡Mamá, mamá, despierta! Ya ha salido el sol. ¿Vamos a desayunar?”. Siento los rizos de Bruna haciéndome cosquillas en la nariz y acabo estornudando. “Por fin es viernes”, pienso. No, no tenemos ninguna fiesta esta noche, ni canguro para ir al cine ni reserva en un restaurante con encanto. Simplemente, es Viernes Santo y no teletrabajamos. Tendremos tiempo para vestir a nuestros hijos antes de las seis de la tarde, desayunar en familia y más de 5 minutos para cocinar algo sabroso si encontramos comida en la despensa. El jueves, que en Cataluña trabajamos a cambio de comer “monas” el lunes de Pasqua, tuvo más de diabólico que de santo. Me desperté pronto con la intención de avanzar trabajo. No me duché ni me hice tostadas para no perder tiempo. Pero a las 8.30, una hora antes de lo que había calculado, Bruna, la hija de tres años, me estaba tirando del pijama. “Mamá, ¿vamos a desayunar?”, preguntó. “¡Pero que haces despierta!”, dije tratando de disimular mi espanto. Tiré de leche con galletas y la puse sentada delante del televisor.
Cinco horas después de escribir un reportaje sobre embarazadas con coronavirus, seguir una rueda de Prensa del Hospital Sant Joan de Déu a distancia, hacer preguntas al doctor a través de Zoom, pasar vergüenza después de que me dieran el turno de palabra con un mote que se había quedado en la aplicación de un encuentro virtual con amigos la noche anterior y escribir la noticia de “¿por qué los niños están más protegidos frente al coronavirus?”, levanté la cabeza y allí seguían frente al televisor y en pijama. Seguían, en segunda persona del plural, porque junto a Bruna, estaba sentado Marc. “Pero este niño, ¿ha desayunado?”, pensé en ese momento, aunque ya era hora de comer.
Al verlos en pijama a las 14.30 horas y con la cara cuadrada de tanto ver la televisión, los abracé muy fuerte y me puse a llorar. Pero ellos no me hicieron mucho caso. ¿Venganza o habían sido abducidos por unos niños que hacen ver que juegan en un canal de Youtube? Pero, ¿quién demonios había puesto Youtube en la tele?
¿Y el padre? ¿Dónde está el padre? El padre se ha quedado con el despacho de la casa y allí pasa las horas haciendo “calls”, que es como se refieren a las llamadas de toda la vida en las multinacionales. Le aporreo la puerta y cuando abre le digo muy seria que si seguimos así, vendrá la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia a llevarse a los niños.
Lo más difícil hoy ha sido cambiar sus rutinas. En unos pocos días se han acostumbrado a ver demasiado la televisión. En los grupos de whatsapp, he recibido muchas actividades para celebrar la Pascua, desde pintar huevos a hacer una corona o un conejo con un calcetín viejo. También veo cómo hacer plastelina casera y ahora entiendo cómo entre pasteles, galletas y manualidades, en los estantes del supemercado no hay ya harina. Con tres vasos de harina, un vaso de agua, un vaso de sal, una cucharada sopera de aceite de girasol y colorante, ¡voilà, tenemos plastelina para hacer más pollitos y conejitos!
Cocinamos un pastel juntos, que es una cosa que hacemos cada año por estas fechas, y nos tumbamos en el suelo del patio a ver las nubes pasar. No hacemos nada. Ni manualidades, ni deberes, ni gimnasia como hacen las familias de Instagram. Pero no es aburrido. Se está a gusto cuando los rayos de sol te calientan las mejillas. Es primavera y no sudamos. Pienso en una frase que oí la noche anterior en un capítulo de la cuarta temporada de “La Casa de Papel”. “La nostalgia es descubrir que cosas del pasado que entonces ni sospechabas que eran felicidad, sí lo eran”. Oye, pues no está mal esta reflexión de Tokio.
Recuerdo con nostalgia las otras veces que he estado “confinada” si puede llamarse así a no poder salir de casa porque ha nevado, las carreteras están cortadas y el colegio ha cerrado antes de hora. Como mi familia vivía en Vallvidrera, el barrio de Barcelona que hay tocando la montaña del Tibidabo, alguna vez la nieve nos había dejado colgados. Recuerdo pasar horas hablando con dibujos animados, vistiendo y desvistiendo muñecas, y haciendo pasteles. Éramos felices viendo la nieve caer, tan hipnótica y suave, aunque por la noche, en los años 80 y 90, alguna vez se iba la luz y hacía mucho frío. Claro que entonces, aunque no podíamos ir al colegio, salíamos de casa a hacer algo parecido a un muñeco de nieve y al estar al lado del Mar Mediterráneo, el “confinamiento” duraba un día como mucho. Me pregunto cómo recordaremos estos días dentro de cinco o diez años. ¿Y Marc y Bruna? He cogido los días que me tocaban de Semana Santa de fiesta para tener más tiempo con ellos, aunque sea para tumbarnos a ver pasar el sol.
Por ahora, sólo tengo una certeza, lo recordaremos con menos dolor de los que han perdido a alguien, que son muchos. Y también recordaremos la receta del pastel de chocolate de la jefa.
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