Opinión
Barcelona progresa adecuadamente
Este mismo verano, han sido tres las santas que han caído de un solo plumazo
Y lo hace de la manera más sencilla, barata y eficaz: cambiando el nomenclátor, esto es, los nombres de las calles. La ocurrencia se gestó en el laboratorio de ideas de la anterior alcaldesa, inspirada en la memez esa de la cultura de la cancelación, otra de las modas bobamente importadas de Estados Unidos, y empezó a aplicarse en 2016, cuando había remitido ya, por agotamiento de existencias más que nada, el temporal de defenestraciones de símbolos franquistas.
Puestos a buscar sospechosos de figurar indebidamente en el callejero de la ciudad, le tocó la primera china a la plaza Llucmajor, que cambió su inocente nombre de localidad mallorquina por el de plaza de la República. Dos años después, desaparecieron del mapa la calle del Almirante Cervera y la plaza de Juan Carlos I, bautizadas respectivamente como calle de Pepe Rubianes, un actor y cómico «galaico-catalán», y plaza del Cinc d’Oros, su denominación originaria. Al año siguiente fueron unas cuantas las que pasaron por el mismo trance: la calle del Secretario Coloma, secretario de los Reyes Católicos, que cambió su rótulo por el de Pau Alsina, político republicano del siglo XIX; la avenida de Borbón, que pasó a llamarse dels Quinze, en recuerdo del lugar donde llegaba el tranvía que hacía el trayecto desde la plaza de Cataluña a Horta; la avenida del Príncipe de Asturias, rebautizada como Riera de Cassoles; la calle del Aviador Franco, ahora del Mecánico Pablo Rada, y la plaza de Fray Junípero Serra, fraile franciscano canonizado por el papa Francisco, que pasó a ser de Celestí Boada Salvador, campesino y político republicano ejecutado en 1939. En 2021 les llegó el turno a la calle de los Reyes Católicos y a la del Almirante Aixada, que cambiaron sus nombres por los de Elisa Moragas Badia, maestra, y Emília Llorca Martín, activista vecinal de la Barceloneta. Corrió luego la misma suerte, muy sonada, la plaza de Antonio López, primer Marqués de Comillas, empresario enriquecido con el tráfico de esclavos en el siglo XIX, que se dividió en dos: la plaza de Idrissa Diallo, en memoria del joven inmigrante guineano sin papeles fallecido en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Barcelona en 2012, y la de Correus. En 2023 fueron rebautizadas la calle del Almirante Churruca, ahora de Miquel Pedrola i Alegre, activista político y miliciano muerto en la Guerra Civil, y la del Conde de Santa Clara, ahora de Felícia Fuster i Viladecans, poetisa y pintora. Y este mismo verano, han sido tres las santas que han caído de un solo plumazo, las tres en el barrio de Gràcia, santa Ágata, santa Magdalena, y santa Rosa, que han cedido sus calles a Ágata Badia i Puig Rodon, Magdalena E. Blanc y Rosa Puig Rodon, tres mujeres pertenecientes a la familia Trilla, propietaria en su día de los terrenos sobre los que se urbanizaron esas calles. Más un santo, este en Ciutat Vella, san Rafael, cuya calle ha pasado a ser de Maria Casas Mira, nacida en 1949 en el Raval.
Como se ve, y es sintomático, el santoral, la realeza y el almirantazgo se llevan la palma entre los damnificados.
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