Referente del cómic

¿Tintín era catalán?

Un documentado libro analiza los insólitos vínculos existentes entre el célebre personaje creado por Hergé y Cataluña

George Remi, conocido como Hergé, dibujando al universal Tintín
George Remi, conocido como Hergé, dibujando al universal Tintínlarazon

En 1964 llegaba a las librerías catalanas «Les joies de la Castafiore», una de las más celebradas entregas de la serie protagonizada por el reportero Tintín y sus amigos. El popular personaje de Hergé empezaba a hablar en catalán de la mano de Joaquim Ventalló, encargado de hacer una magistral traducción que todavía pervive entre muchos lectores entre 7 y 77 años. Esa popularidad en este territorio ha hecho que Joan Manuel Soldevilla Albertí analice las muchas conexiones catalanas del joven reportero con Cataluña en «Tintín era català (o això em pensava jo...)», publicado por Brau.

El punto de partida de esta duda, de esta búsqueda por parte de Soldevilla es el hecho de que Tintín le brindó la oportunidad de leer en catalán por primera vez. Hablamos de los años del franquismo, el tiempo de los tebeos de Bruguera capitaneados por Mortadelo o el Capitán Trueno, de las andanzas del Capitán Trueno, de la revista «Pato Donald» con personajes de Disney o de los libros juveniles de Enid Blyton. La revista «Cavall Fort» era una excepción a la que se sumó Tintín.

En el libro podemos seguir la huella que ha dejado el héroe del cómic en instituciones como el Barça o en autores como Josep Pla, Joan Miró o Salvador Dalí. En todo esto, tuvo un papel muy importante Ventalló quien era consciente que con su trabajo como traductor podía lograr que muchos pequeños leyeran por primera vez un libro en lengua catalana. Él mismo, en 1979, en declaraciones a la revista «Tretzevents», decía que «sin pretensiones, pienso que he ayudado un poco a aprender a leer en catalán y a escribirlo». Ventalló siguió traduciendo las andanzas de Tintín hasta la última e inconclusa entrega «Tintin et l’Alph-Art», cuando él tenía 87 años.

La indagación de Joan Manuel Soldevilla Albertí se extiende por diferentes líneas de trabajo. Una de ellas es, por ejemplo, el Barça como lo demuestra el hecho de que la revista «Tintin», uno de los grandes hitos del cómic francobelga, publicara en marzo de 1975 en su edición francesa una espectacular portada protagonizada por Johan Cruyff, en ese momento la gran estrella del fútbol mundial. Cruyff también ocupaba un extenso reportaje en el interior centrado en su llegada al club catalán. Por cierto, uno de los dibujantes de la escudería Hergé, Raymond Reding, fue el creador de uno de los grandes mitos para la afición azulgrana, es decir, Éric Castel, el popular jugador de fútbol de tinta china.

En el estudio también se constata los puntos en común entre dos reporteros: Tintín y Josep Pla, ambos viajeros por medio mundo y visitando prácticamente a la vez los mismos países, como el de los soviets o Estados Unidos. A ello se le suma un hecho extraordinario como lo es que Pla conociera, durante una visita a Blasco Ibáñez en su fastuosa finca francesa, a un personaje llamado Sir Basil Zaharoff. Para los tintinólogos es nombre más que importante porque tiene un papel decisivo en el álbum «La oreja rota».

Si Pla conoció a uno de los personajes de la serie. a Salvador Dalí le cayó el honor de contactar con Georges Remi, más conocido para la historia del noveno arte como Hergé. Uno era un pintor interesado por el mundo del cómic y el otro era un dibujante fascinado por todo lo relacionado con el arte. Era evidente que los dos se conocerían. En el Musée Hergé se expone en lugar preferente un telegrama enviado por Dalí a Hergé, aunque estudios recientes sugieren que es una broma realizada por el humorista belga Stéphane Steeman. Ahora bien, lo que sí es seguro es que Hergé pensó en Dalí como uno de los personajes de «Tintín y el Arte Alfa», la que debía ser última entrega de la epopeya tintinófila.

Probablemente el punto de inflexión de la relación de Tintín con Cataluña vino con una exposición que todavía es recordada por muchos. Tuvo lugar en la Fundació Joan Miró de Barcelona en el otoño de 1984. Fue en ese momento cuando de inauguró el llamado Museo Imaginario de Tintín, una iniciativa del Palais de Beaux Arts de Bruselas que viajó por varias ciudades de Europa y América. La muestra en la institución mironiana generó un incomprensible debate, hasta el punto de que varios críticos, autores y editores de cómic firmaron un manifiesto en el que mostraban su oposición a que el mundo de Hergé llegará a un centro como el que lleva el nombre de Joan Miró. Pese a ello, la gran respuesta del público silenció a los críticos y subrayó el vínculo de Tintín con Cataluña.