
Opinión
Todo está en las palabras
De tan acostumbrados como estamos a vivir con ellas, no apreciamos el valor que tienen

Se celebra, hoy sábado, el Día Internacional de la Palabra, y por qué no aprovechar la efeméride para hablar de ellas. De las palabras, cuya importancia y trascendencia queda bien patente en algunas expresiones de uso corriente («palabra de honor», «te doy mi palabra») con las que solemnizamos nuestro compromiso con la verdad. Ocurre, sin embargo, que, de tan acostumbrados como estamos a vivir con ellas, no apreciamos el valor que tienen. Y eso que nos cuesta dos o tres años aprender a pronunciarlas… Y que siempre nos quedan grabadas las últimas del que ya no volverá a decir ninguna: fueron sus últimas palabras, se dice con infinito respeto. Y las palabras van indisolublemente unidas a la voz, que, junto con la mirada, conforman lo más genuino, esencial e intransferible de cada cual, lo que nos distingue y caracteriza: la voz y la palabra, que son el último rescoldo de la vida, lo que más tarda en apagarse…
Con las palabras nombramos el mundo, y el mundo sería un misterio o un caos o un magma informe si no tuviésemos las palabras para descifrarlo y conocerlo y ordenarlo. Ellas son asimismo las que nos permiten conocerlo –las cosas, se ha dicho, no existen para aquel que desconoce su nombre– y gracias a ellas podemos también nosotros darnos a conocer al mundo, diciendo lo que sentimos, lo que pensamos o lo que sabemos. Y las palabras que escogemos para ello dicen muchísimo de la forma de ser del que las emplea. De ahí la conveniencia de tratarlas con esmero y cuidado, algo que no cuesta mucho, pues al fin y al cabo no son tantas las que utilizamos: en español, de las 93 000 aproximadamente que registra el diccionario, un hablante medio maneja habitualmente entre 1000 y 1500.
Las palabras tienen vida, y, como las personas, las hay que llevan una existencia sosegada y sin sobresaltos, y las hay que no, que su vivir está lleno de avatares. Algunas porque cambian de significado (villano ya no designa, como antiguamente, al habitante de una villa o aldea, sino a la persona de conducta vil), otras porque pasan de un idioma a otro (como fútbol, que vino del inglés football y en español fue primero balompié) o porque envejecen y caen en desuso, como yantar (comer), anteojos (gafas) o mandil (delantal).
Claro que, para compensar la pérdida de las que van camino de desaparecer, entre las cuales merecen un especial recuerdo las que daban nombre a herramientas y labores del campo (arado, azada, trillar…), nacen otras, la mayoría para bautizar las nuevas realidades que alumbran este tiempo nuestro tan apresurado: selfi, clicar, chatear… O reviven algunas que se estaban ya apagando, como arroba, por ejemplo, que, de ser una unidad de peso de las que se perdieron con el sistema métrico decimal –a 11,502 kg equivalía– se usa ahora sin parar en las direcciones del correo electrónico.
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