Opinión

Volver a lo básico

Cálculo, lectura y escritura deben ser los tres ejes fundamentales de la escuela

Imagen del interior de un aula vacía
Imagen del interior de un aula vacíalarazonAYUNTAMIENTO DE DAIMIEL

El descalabro del informe PISA no ha suscitado ni siquiera una autocrítica por parte de las autoridades educativas, que han optado por mirar para otro lado, como si el problema no fuera de su incumbencia. En Cataluña, la consellera de Educación ha justificado la inacción argumentando que ya su departamento ha implementado (¡qué afición la de la clase política por este neologismo!) reformas y medidas que darán pronto resultados, y ha enviado después una carta a los padres pidiéndoles que se impliquen en la educación de sus hijos y apoyen a los docentes. Pero es de prever que, como siempre, esas reformas y medidas se reducirán al consabido lamento por la falta de recursos y financiación, y que lo de plantearse en serio el problema y analizar las razones y raíces del fracaso, cuestionando si fuera necesario, como parece, los planes y métodos educativos, quedará como asignatura pendiente y sine die.

Qué diferencia en este sentido con Francia, que, pese a haber presumido siempre y con razón de su sistema educativo, ha sufrido también una debacle en el informe PISA, pero que, en lugar de irse por las ramas o justificar de alguna manera los resultados, se ha decidido por lanzar un plan de choque con el fin de mejorar la enseñanza. Así lo ha anunciado el ministro de Educación, que ha señalado directamente algunos de los objetivos prioritarios: cambiar la manera de enseñar, prestigiar la figura del profesor y velar por el respeto y el orden en las aulas.

Aunque redactado con anterioridad a los catastróficos resultados de PISA, se ha conocido esta semana el informe de la Real Academia Española sobre la enseñanza de la lengua y la literatura, en el que, entre otras cosas, se alerta sobre las carencias de los jóvenes en lo relativo a su comprensión lectora y el desconcierto del profesorado sobre la forma en que debe llevar a cabo su labor docente. Un desconcierto que atribuye a las nada menos que siete leyes educativas que se han promulgado en España desde la LGE de 1970 hasta la actual LOMLOE, vigente desde 2020, y que han sumido a toda la comunidad educativa en una inevitable sensación de provisionalidad. Advierte asimismo sobre la relativización del conocimiento que postulan determinadas pedagogías y la sobrecarga administrativa y burocrática a que se ven sometidos los profesores, que redunda en la escasez de tiempo para mejorar su propia formación.

Como era de esperar, el informe de la RAE –certero, razonado y oportuno– fue tachado de parcial por la ministra de Educación, que no está al parecer para recibir advertencias sobre la relajación del nivel de exigencia en materias tan fundamentales, aunque provengan de una institución tan prestigiosa.

La que sí, en cambio, parece haber tenido un arranque de sensatez ha sido la consellera de Educación, que, en una intervención en el Parlament, ha propuesto esta receta: “Volver a lo básico”. O sea, cálculo, lectura y escritura, los tres ejes fundamentales de la escuela.