Maternidad

Las enfermedades de invierno y la leche materna

La leche humana se modifica cuando el bebé enferma

Cintia Borja

Una ola de virus nos visita este invierno afectando también a los bebés más pequeños. Las consultas pediátricas están repletas de niños/as con sintomatologías diversas, pero que en gran parte diría que tal vez se trate de una misma enfermedad con diferentes manifestaciones clínicas, que no necesariamente se dan de forma simultánea. Así podemos ver niños/as que esta semana presentan un cuadro de gastroenteritis y una semana o dos después manifiestan una faringitis, otitis, o en el peor de los casos una bronquiolitis.

«No hemos dormido en toda la noche, Julia no podía respirar a causa de los mocos, estaba muy molesta y le costaba tomar la teta» dice esta madre en el WhatsApp del grupo de madres lactantes. «Nosotros también hemos pasado muy mala noche, y esta mañana Martin ha despertado con fiebre», manifiesta otra. «Veo que no soy la única, porque Sara, no para de toser y vomitar», contesta otra madre.

¿Pero, qué está pasando? ¿Por qué las consultas pediátricas están al límite?

Hay varias razones que están detrás de este incremento de enfermedades infantiles. Los niños/as, especialmente los más chiquitines, presentan un sistema inmunológico inmaduro, y son por tanto más vulnerables a las infecciones. Si a ello, le sumamos que, en los últimos dos años, debido a la pandemia del COVID-19, ha habido una falta de exposición a los patógenos habituales, no es nada extraño que nos encontremos con que los más pequeños anden de moco en moco, que no se recuperen de una y caigan en otra rápidamente.

La transmisión de los patógenos respiratorios suele producirse por contacto directo, pero también a través de las manos o por contacto con objetos o superficies contaminadas. Durante estos dos últimos años, el uso de «cubrebocas» en interiores y exteriores, junto a la higiene de manos, ha contribuido a una menor circulación de estos virus y por lo tanto a una menor transmisión de enfermedades. Por ello diría que en estos momentos no estamos padeciendo más que una vuelta a la normalidad, y que son más vulnerables a padecer este tipo de infecciones aquellos grupos de edad en los que es más difícil evitar el contacto, como por ejemplo, los que acuden a guarderías, donde el distanciamiento o evitar que compartan objetos es prácticamente imposible.

De modo general, los padres no debéis temer estos procesos leves, especialmente porque enfermar es parte de la etapa madurativa de todo bebé, y para la gran mayoría de estos procesos su tratamiento no requiere de otra cosa que «cuidar» y aliviar los síntomas.

Como he comentado los niños/as pequeños, tienen un sistema inmunológico inmaduro, y sus intestinos van a ser una pieza clave para protegerlo y defenderlo de agentes patógenos externos. En el intestino del bebé habitan una gran cantidad de microorganismos beneficiosos, es decir bacterias «buenas» que impiden el crecimiento de otras bacterias «malas», patógenos que entran en el organismo desde el exterior. Al nacer, estas bacterias que le protegen y le ayudan a luchar contra las infecciones, no están completamente desarrolladas; la leche materna dará el primer impulso haciendo que su intestino se llene de todos los agentes defensivos presentes en ella, sustancias defensivas que confieren al lactante inmunidad activa y pasiva. Los componentes de la leche humana se modifican cuando el bebé enferma. Es decir, la cantidad de anticuerpos presentes en la leche aumentan, algo que nunca podrá hacer la leche de fórmula infantil. Los bebés que son amamantados, no solo enferman menos, que los que son alimentados con leche de fórmula, sino que en el caso de enfermar se recuperan mucho antes, además la leche materna contribuye a establecer los pilares de salud de la persona a lo largo de la vida.

La leche materna aporta al bebé enfermo TODO lo que necesita: alimento, bebida, medicina y consuelo, por lo que, no es una buena idea, dejar de dar de mamar a un bebé por muy congestionado de mocos que esté o porque tenga una gastroenteritis. La madre de un bebé enfermo, entra en contacto con los gérmenes causantes de la infección, y se contagie o no, va a producir anticuerpos contra el agente responsable, anticuerpos que van a pasar a través de la leche al intestino del bebé, ayudándole a combatir la infección.

Es normal que los mocos hagan que le cuesta respirar, y que, ante esta dificultad de respirar bien, se suelte y se coja del pecho, o que las tomas sean más cortas y frecuentes. Pero si queremos reducir el tiempo de recuperación, lo mejor es seguir dándole pecho.

Al contrario de lo que en ocasiones se cree, los bebés amamantados no tienen más dificultades para mamar del pecho que de un biberón. La razón principal por la que continuar con la lactancia es que la leche como ya se ha mencionado, contiene anticuerpos especiales para ayudarle a combatir la enfermedad, por otra parte, con los movimientos de succión al pecho, el bebé mueve todos los músculos de la cara, lo cual le ayudara a despejar las vías aéreas que están congestionadas de moco, además, el calor que produce la madre cuando mantiene al bebé al pecho, aun cuando éste casi no mame, contribuye a fluidificar los mocos. Si antes de la toma, ves que el bebé está muy congestionado, puedes ayudarle limpiándoles las vías respiratorias de moco con suero fisiológico, de este modo respirará mejor y se sentirá más cómodo al mamar.

Gastroenteritis

También la leche materna tiene un efecto reconfortante y es el alimento idóneo para aquellos bebés que sufren una gastroenteritis. En estos casos, puede pasar que el bebé no tenga apetito o por lo contrario, que esté hambriento, pero vomite al mamar. En ambas circunstancias es recomendable ofrecerle pequeñas cantidades, incluso extraerse leche y ofrecérsela con una jeringa, un vaso u otros métodos para alimentar al bebé y evitar así que se deshidrate.

Porque para mantener al bebé hidratado no es mejor el suero de farmacia que la leche materna, por muchos motivos: porque ésta va a ser mejor aceptada, porque contiene nutrientes que son bien tolerados y, principalmente, porque tiene agua y sales, en una proporción perfecta para evitar la deshidratación, ayudando al bebé a reponerse mucho antes que si le damos suero.

Así que, no hay justificación para recomendar el suero oral cuando el mejor suero es la leche materna.

En definitiva, la alimentación del bebé ayuda al desarrollo de sus defensas y fortalece su sistema inmunitario, no solo mientras está siendo amamantado, sino también a posteriori. La maduración del sistema inmune depende directamente de una alimentación saludable.