
Crítica musical
Un comienzo con pulso
El Palau se puso en pie con un programa que medía tres tiempos de una misma idea de sinfonismo: afinar la memoria del estilo con Haydn, ensanchar los oídos con Sánchez-Verdú y comprobar el aliento con Brahms

El primer concierto de abono llegó como las cosas que vuelven a su sitio. La Sala Iturbi recibió a un público en gran parte habitual, entre gestos de saludo y alguna butaca vacía que no enfrió el ambiente. Se palpaba en él una curiosidad serena: ¿cómo sonará la casa este año? El Palau se puso en pie con un programa que medía tres tiempos de una misma idea de sinfonismo: afinar la memoria del estilo con Haydn, ensanchar los oídos con Sánchez-Verdú y comprobar el aliento con Brahms.
De fúnebre, la Sinfonía n.º 44 de Haydn tuvo poco en esta lectura. Y no era para menos. Desde el primer segundo, Alexander Liebreich marcó con gestos de sonrisa contenida, y la Orquesta de Valencia respondió con articulaciones firmes frente a legatos bien tejidos y un juego de planos que acercaba la sinfonía al espíritu de la música de cámara. Un timbre inoportuno rasgó por un momento la concentración de la sala; la orquesta, sin embargo, siguió su curso y el director sostuvo el pulso con la naturalidad de quien conoce el oficio. El Menuetto conservó la sal de la danza, sin peso excesivo; el Adagio se dijo en voz baja, creciendo con discreción y dejando asomar únicamente algún velo de empaste en los violines. En el Finale se liberó lo contenido: arcos en centro y talón, ataques compactos, vientos más presentes y una electricidad rítmica que no quedó indiferente. Haydn, aquí, fue menos epitafio que promesa: disciplina, claridad y una complicidad interna que anuncia engrase de temporada.
Con «Mural» de José María Sánchez-Verdú el escenario cambió de gramática. La obra, concebida como un panel de capas que se superponen, desplegó técnicas extendidas
-soplidos, col legno, glissandi, vibratos llevados al borde-, un paisaje de sirenas discretas y la presencia poco habitual del acordeón incrustado en la masa. No se trató de exhibición de recursos, sino de una manera de escribir el espacio: planos que se atraen y se repelen, relieves que nacen y se desvanecen, sonidos que invitan a escuchar de cerca. Liebreich gobernó la arquitectura con compás firme y cuidó que cada textura encontrara su sitio. Hubo también concentración del conjunto para sostener una partitura de tal riesgo. La sensación fue de extraña atracción: áspera por momentos, sí, pero con esa gravedad que seduce. Tras el último acorde, más suspendido que conclusivo, un segundo de silencio hizo de espejo; enseguida, aplausos cálidos y la salida a saludar de Sánchez-Verdú, recibido con reconocimiento sincero. El estreno en España de la pieza no pidió permiso: lo ganó.
La Sinfonía n.º 1 de Brahms cerró la velada con otro tipo de intensidad, más densa y terrenal. Desde el principio, la orquesta consolidó un sonido pleno sobre una base bien afirmada, con metales sobrios y cuerda firme. Liebreich dejó espacio al canto en varios momentos y exigió empuje donde la escritura lo reclamaba, ello sin perder nitidez en la espesura brahmsiana. También los solos fueron punto de apoyo: clarinete de línea cálida, flauta de timbre pulcro; la violín solista, quizá algo apresurada, prefirió la intención al repliegue. En general se mantuvo la elegancia sin perfume; y en el último movimiento, con su conocido ascenso de luz, combinó brío y contención con criterio. Hubo alguna imprecisión en las maderas en pasajes comprometidos y algún que otro signo de fatiga, pero la línea general se sostuvo con solvencia. El final trajo una ovación larga: más asentimiento satisfecho que euforia, señal de confianza.
Como balance, el concierto reveló la forma en que Haydn afinó el cincel, Sánchez-Verdú lo llevó a otra dimensión y Brahms puso a prueba su resistencia. La Orquesta de Valencia mostró una identidad reconocible y un margen de crecimiento que puede consolidar si mantiene esta atención al detalle. Así, el Palau de la Música abrió curso con un mensaje de confianza en su público y fe en sus músicos: entre un inicio fúnebre sin luto, un mural recién pintado y una respiración profunda que marca el punto de partida de esta nueva temporada.
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