Salud
Diario de una cuarentena con niños: Día 27
Día XXVII: Tenemos invitados a comer y al alba venceremos
“¡Robi!”. “¡Roobiii!”. “¡Rooobiiiiiii!”. El chillido suena cada vez más cercano y más fuerte. Va “in crescendo”, como el aria del último acto de la ópera de Turandot. “All’ alba vincerò! Vinceròoo! Vinceròoooooooooo!”. Pero Marc, el hijo de cinco años, no es Lucciano Pavarotti. Tiene una voz más estridente y puede resultar incluso molesta cuando tratas de captar, un día más, la retahíla de datos de infectados, camas disponibles en las unidades de cuidados intensivos y enfermos graves de covid-19 que a las 13.30 horas ofrece la consellera de Salud, Alba Vergés, por tele, radio y youtube.
El grito repetitivo de Marc tampoco tiene la melodía del “Nessum Dorma” ese aria rebosante de esperanza triunfal que me ha llevado a interrumpir la escritura, lanzar el ordenador contra la pared, subirme a la mesa, saltar al sofá y del sofá al balcón, para levantar los brazos en forma de “V” de Victoria y chillarle al coronavirus “vinceròooooooooooooooo oooooooh”.
Bueno, esto último sólo ha sucedido en mi cabeza. El ordenador sigue encima de la mesa y el SARS-CoV-2, el nombre científico de este maldito virus, golpeando duro ahí fuera. “Tenemos para meses”, me dicho esta mañana el doctor Eduardo Argullo, intensivista del Hospital Vall d’Hebron antes de despedirnos por teléfono y después de haberle dicho que espero que este serial acabe pronto.
Conocí al doctor Argullo el noviembre pasado. Fue el médico de la UCI que salvó la vida de Audrey Mash, aquella mujer con hipotermia que sobrevivió a un paro cardíaco de seis horas y sin daños neurológicos. Argullo me contaba hoy que esta semana están habiendo menos ingresos, pero que teme que cuando se relajen las medidas de confinamiento, haya un rebrote que ponga en serias dificultades las UCIS. “Los pacientes que tenemos ingresados necesitan tiempo para recuperarse, una media de entre 18 y 24 días”, me dice, por eso los médicos van con pies de plomo.
La consellera sigue hablando. Yo sigo “aporreando” el teclado el ordenador. Lo de aporreando lo pongo entre comillas porque es una apreciación de mi marido. Y Marc sigue buscando a un tal Robi. “MAMÁ, ¿HAS VISTO A ROBI?”, pregunta. Pero por qué chilla si está a menos de un metro de distancia y “¿QUIÉN ES ROBI?”, acabo preguntando a todo pulmón. Que yo sepa no tenemos perro y no creo que hayamos alquilado ninguno, que estos días van muy buscados. No es broma, hay páginas web de productos de segunda mano donde se alquilan perros desde 5 euros a 25 euros la hora para salir a dar un paseo. La picaresca sigue bien viva.
Marc me cuenta que ha invitado al tal Robi a comer. Le ha puesto un plato en la mesa y ahora lo está buscando porque su padre está sirviendo una receta inventada de pavo troceado al horno.
Cuando acabo de escribir, me sumo a la mesa. Aún en tiempos de confinamiento, los horarios que ha elegido el Govern para dar el parte diario de la evolución de la epidemia son poco conciliadores: a las 13.30 horas interrumpe la hora de comer y a las 23.00 horas, otras cosas.
Y ya en la mesa, veo que tenemos invitados. ¡No, señor vecino, no nos denuncie que no nos hemos saltado ningún confinamiento ni somos una panda de insolidarios e irresponsable! En la mesa están sentados Robi, Cloe y Aniol. Robi es un robot que los Reyes Magos trajeron a Marc. Hasta ahora le llamábamos robot, pero como el padre y yo estamos tanto tiempo con el teletrabajo, Marc ha intimado con él y le ha puesto nombre. Al fin y al cabo, le hace más caso, cumple órdenes, lanza ataques, responde algunas preguntas y es capaz de repetir frases con voces distintas bastante graciosas. A su lado, Bruna ha sentado a dos de sus muñecas: Cloe y Aniol. Les ha puesto el nombre de bebés de carne y hueso que conoce. Le gusta ponerse a Cloe dentro de la camiseta y hacer ver que nace.
Me gusta ver caras nuevas en la mesa. Pronto hará un mes que los niños no ven a nadie más que a nosotros y nosotros pasamos la mitad del día sin poder mirarlos ni prestar la atención que se merecen. ¡Cómo me duele no poder sentarme con ellos a pintar rollos de papel de water!
A través de las pantallas ven a la abuela y a algún amigo. Y a lo lejos, a los vecinos cuando llegan las ocho de la tarde. Hoy, además de aplaudir hemos tarareado “a capella” el “nessum dorma”. Venía a cuento, porque desde que he escrito las primeras palabras de este diario no me he quitado la melodía de la cabeza. Mi truco para sacarme una melodía de la cabeza es escuchar la canción. La he puesto a toda castaña, les he enseñado a los niños el estribillo y les he propuesto cantar un trocito al salir al balcón. Hoy hay superluna llena, así que nadie duerma, “nessum dorma”, antes de que oscurezca, que vale la pena mirar al cielo. La luna nos hace pequeños, pero aún hace más pequeño al coronavirus. Puede que estemos confinados, separados, pero desde un balcón del Passatge Josep Llovera de Barcelona o desde la ventana de una habitación del Hospital Vall d’Hebron vemos la misma luna.
Mañana seguiremos. Y cantaremos “O sole mio”.
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