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Chimo Bayo: «Ir a la Ruta Destroy era pasar una noche en el paraíso»

El discjockey publica una novela coescrita con Emma Zafón y ambientada en la Ruta del Bakalao, y acaba de lanzar un nuevo tema, «Diablo»

Chimo Bayo
Chimo Bayolarazon

Han cumplido los cuarenta y sus vidas son una mierda. Paco y Toni acaban de asistir al funeral de un viejo compañero de fatigas de la Ruta Destroy (o del Bakalao, como era más conocida) y la nostalgia se apodera de ellos mientras consumen cocaína y copas en el puticlub que regenta el primero. Un guardia civil que se sienta a la mesa tiene la brillante idea: «¿Por qué no revivimos la Ruta por una noche?» A casi todos les parece una genialidad, y así comienza «No iba a salir y me lié» (Roca Editorial), la novela que han escrito a cuatro manos Chimo Bayo y Emma Zafón con aquellos años como telón de fondo. Una descerebrada historia que nos devuelve los recuerdos del fenómeno social espontáneo que reunía 50.000 jóvenes cada fin de semana. Joaquín «Chimo» Bayo (Valencia, 1965) evoca esos años de la «movida valenciana» e insiste: «El libro no es autobiográfico».

–Está escrito a cuatro manos.

–Sí, para mí es difícil trabajar con todas las actuaciones que tengo. Soy como las folclóricas, que decían que lo más importante es el aplauso del público y yo me reía. Ahora sé que es verdad. Lo que no sé es si el auténtico Chimo Bayo habla contigo ahora o es el que sale a actuar en directo vestido del espacio exterior.

–¿Se considera un artista?

–Por supuesto, vivo esa realidad. Yo me siento un artista clásico, tengo ese concepto muy dentro de mi corazón. Aunque haya quien no lo crea.

–¿De dónde le viene?

–Mi padre, que cuando yo tenía un año o dos dejó de actuar con su grupo, que tocaban canciones clásicas y versiones de los Panchos. Lo hizo para cuidarme y me enseñó a amar la música.

–¿Y aquel traje espacial?

–Yo soy Chimo y con el traje, Bayo. Me encantaba «Blade Runner» y me planteé cómo llevar ese concepto a El Templo, que es la discoteca de la novela, esa que quieren recuperar los ruteros una noche. Cuando empecé a actuar, hacía una introducción. «Bienvenidos al espacio exterior. Les habla el comandante de la nave» y con eso metía a la gente en la historia. Buscaba un concepto futurista, que somos supervivientes.

–¿Cuál era el mensaje?

–Mi personaje venía del espacio para hacer feliz a la gente. Seres extraños de un planeta que se extingue llegan a la Tierra para bailar. Eso me daba libertad para crear, y yo creía en ello. Todo parte de mi traje, es importante.

–¿Cómo era el ambiente de la Ruta?

–Echo de menos la empatía. Se puede pensar que era debida a estímulos externos que la gente se pudiera meter en el cuerpo, pero lo cierto es que había una energía transgresora. Una sensación de comunidad entre desconocidos. Hoy, mucha gente está estigmatizada, yo el primero, por la Ruta.

–Tiene una leyenda negra.

–Pues yo creo que la Ruta fue tan importante para tanta gente que no me importa decirlo: fue lo mejor de mi vida.

–El libro recoge emociones y recuerdos de ese movimiento tan fuerte.

–Hace tres años se hizo la exposición que batió el récord de asistencia en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (Muvim). A partir de ese momento, antropológicamente hablando, podemos decir que se fija la cultura. Porque la cultura es lo que vives. En la India dejas pasar una vaca porque son sagradas. En Valencia era sagrado bailar. Hedonismo y diversión. Pero que conste que todo el mundo trabajaba y que el fin de semana la gente se gastaba mucha pasta que se había ganado. Se lo merecían y por eso yo les decía por el micro que fueran bienvenidos a su día.

–Antes no pinchaba cualquiera, ¿cómo aprendió?

–Mirando a los grandes, como Carlos Simó en Barraca, que rompía el vinilo si escuchaba uno de sus temas en otro club. «Este disco ya no va a volver a sonar aquí», decía. Me impresionó. Ellos tenían mucha técnica y yo trataba de prestar atención, pero había mucha diferencia, yo soy más bestia.

–¿Más bestia?

–Hay que ser muy bueno para la mezcla técnica y yo no lo era. Lo mío era una sesión completa de siete horas en las que podía sonar «acid», «house», «techno», «electronic body music», música industrial... Enseñábamos a la gente que estaba interesada. Yo anunciaba un tema diciendo: «Lo siguiente es clasificado de superinteresante, exclusivamente para gente de buen gusto». Eso creaba una sintonía muy bonita.

–No había radios para esos temas.

–Había copias contadas con los dedos de algunos discos en España. Y sonaban en esas salas. Algunos discjockeys llegaban al extremo de tapar la galleta del disco para que nadie supiera cuál era.

–Hombre, pero con el plato tampoco es fácil...

–¡Claro! Se guardaba con celo la información porque costaba mucho conseguirla. Yo aporté una interpretación en directo, sin ningún complejo. Ahora, un DJ tiene que demostrar en una hora lo bueno que es, pero en esa época podías hacer un relato.

–¿Se llegó a sentir un ídolo?

–Más que eso, yo era alguien comprometido con la gente que venía a verme y eso me ayudó a evolucionar. Hoy puedo decir que lo soy, y para tres generaciones.

–Se dice en el libro que en la Ruta no había tantas peleas ni accidentes...

–El ambiente era el de miles de personas venidas de todas partes a pasar una noche en el paraíso. Discrepo con los que dicen que se ha quedado mucha gente en el camino. No es cierto o no lo es más que en otras cosas.

–¿Y no vio mafias, por ejemplo?

–No, no. Nunca. Cada uno hacía sus cosas y se iba de fiesta. Éramos todos tan «viva la Pepa» que nadie se planteaba engañar o, si lo pensaba, no lo hacía. Nunca tuve problemas con dueños, ni DJ ni nada. Está bien que me lo preguntes, pero fue algo especial en un momento ideal. En la Transición y eso...

–Pero eran negocios de noche con droga de por medio. No me lo acabo de creer.

–No sólo es difícil de creer, es que es difícil de contar.

–¿Ah sí?

–Claro. Porque te lo estoy diciendo y tú dudas de ello, y es respetable, pero no sé cómo te puedo convencer de que nunca tuve ninguna presión ni rivalidad más allá de querer hacerlo lo mejor posible. Claro que había cosas, como que una sala organizase una fiesta y la otra regalase las entradas para hacer competencia. Pero no había maldad, era bonito. Hoy es difícil luchar contra la estigmatización que sufrió esa cultura o movimiento, como lo quieras llamar. Hubo noticias. Si buscas en la hemeroteca verás que no hubo altercados sino una alarma mediática generalizada.

–¿Por qué se acabó entonces si era tan bonito?

–Toda estrella que brilla con mucha luz dura menos. Era un movimiento hedonista que escapaba al control de todo, moviéndose en la noche. Y grandísimo: 35 o 40.000 personas. Si haces un baremo de los accidentes con tanta gente, comparado con los que hay ahora, hasta en eso no tienen razón. Ése era uno de los estigmas. Pero yo jamás he visto una pistola. Y muy pocas broncas. Una vez pinchando en Arsenal vi una y paré la música. Y dije que, si no lo arreglaban, no seguíamos. Y la gente lo hizo. También te digo que en aquel momento no hubo un visionario que organizase, como en Ibiza.

–Y se agotó.

–Aumentó la presión de las autoridades y de los medios. Ahora, el entorno de los festivales está muy controlado, se hace de manera seria y se organiza el tráfico y el acceso, es una maravilla. La Policía controla. Y el espíritu es el mismo: mucha gente que va a un lugar a divertirse. Así debían haber tratado la Ruta, como el epicentro de la diversión.

–La novela trata de gente que ya tiene una edad y trata de recuperar su juventud por una noche.

–Es una forma de llevar al límite los personajes en la búsqueda de la felicidad. De eso ha ido mi vida, creo, siempre. Aunque, bueno, los personajes de la novela...

–...sé que no es autobiográfica.

–Es novela y es cultura, pero claro, si lo hacen los americanos nos parece algo normal, si lo hace alguien de aquí, hay algún tonto que se pone a juzgarlo como si fuera real. Aquí los personajes hacen el loco, pero no hacen daño a nadie. No tiene un trasfondo moral.

–Las drogas les hacen sentir jóvenes.

–Bueno, es que cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera... a partir de los 18 años.

–¿Tiene nostalgia de esos años?

–No, porque sigo trabajando. No es que haya cambiado mi estilo, pero sí mi manera de pensar. Tengo una hija y es necesario hacerlo. Pero, vamos, que me pego alguna fiesta que otra, como cualquiera. Primero trabajas y luego te pegas la fiesta que quieras.

–¿Eso de salir de fiesta no se cura con la edad?

–No... (risas) pero te cuesta el doble recuperarte.

–¿Conoce casos de largas resacas de la Ruta?

–Claro. Pero eso lo encuentras en cualquier bar a las 11 de la mañana. La gente se ha quedado con el mensaje ése. Rechazo esa visión general. A mí, si de algo me pueden acusar, es de haber hecho que se diviertan miles, si no algún millón. He llegado a actuar ante 240.00 personas en Tenerife. Puede que hubiera alguno menos, no las conté porque si lo hubiera hecho, habría empezado: «Uno, que no pare ninguno. Dos...».

El desencanto de la Valencia industrial

Ya le hemos pedido disculpas de antemano a la coautora de la novela por darle todo el protagonismo al DJ. «No me lo tienes que pedir, yo soy periodista y sé cuál es el foco de la noticia», dice Emma Zafón (Castellón, 1987), a la que le suponemos todo el arte del relato. «Está hecho a partir de personas reales que conozco, porque trato con muchos ex ruteros y todos tienen ese perfil de desencanto por la huella que les dejó una juventud espléndida. No son personas cargadas de luz, pero tampoco es que hoy regenten un puticlub», explica Zafón. «Llevan una vida convencional pero marcada por esa experiencia y la que vino después: la crisis de la Valencia industrial y de las vacas flacas», explica. «Había chicas en la ruta, pero yo no conozco ninguna. Si ves vídeos o fotos están allí, pero para ellas era más difícil». Después de investigar, cree que el final de la Ruta se debió a que «molestó o asustó a las autoridades por la libertad descontrolada y se creó cierta alarma social, hasta el punto de decir que el asesino de las niñas de Alcàsser, un suceso de mucho impacto social, era rutero».

«No iba a salir y me lié»

Chimo Bayo y Emma Zafón

Roca editorial

251 páginas,

17,90 euros

(e-book, 10,90)