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La incertidumbre de los festivales de música

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El ministro de Cultura no logró aclarar nada en su comparecencia tras el último Consejo de Ministros sobre cuándo y cómo se podrían desarrollar los festivales musicales de este verano. El tema es serio.
El coronavirus afecta a tres cuestiones fundamentales en el mundo de los espectáculos musicales: la asistencia de público, los riesgos laborales y la movilidad de los artistas. Existe además un vacío legal sobre la capacidad de las entidades musicales para la cancelación de contratos.
Por lo que se refiere a los artistas contratados, si el estado de alarma impidiese que estos espectáculos tuvieran lugar, existiría una causa de fuerza mayor que ampararía la cancelación de contratos sin indemnizaciones. Sin embargo no queda claro si esa fuerza mayor sería aplicable si pudiesen tener lugar aunque con un aforo limitado. ¿Valdría el argumento de que habían cambiado las condiciones frente a los artistas perjudicados? Por desgracia para los artistas perjudicados, parece que no habrá indemnizaciones, entre otras cosas porque ellos no van a reclamar, entendiendo que se trata de un problema mundial. Intentarán ser contratos más adelante.
Otra cosa es el personal en nómina. Es imprescindible desligar los ERTE del estado de alarma. La ministra de Trabajo afirmó que se considerarían flexibles y se podría ir admitiendo personal poco a poco sacándolo de esos ERTE paulatinamente, pero no está legislado y menos cuando, como es democráticamente imprescindible, decaiga el estado de alarma. Si cesa éste y no se desvinculan, los ERTE quedarían en el alero. Habría que presentar unos nuevos acogiéndose al concepto de descenso de productividad y estos no se resuelven en dos días, sino que llevan tiempo.
Vayamos ahora a las tres cuestiones iniciales que afectan muy especialmente a los próximos festivales. ¿Acudiría el público a ellos? ¿Cuál sería finalmente el aforo permitido? Posiblemente no serían muchos los aficionados a la música clásica, mayoritariamente de edad avanzada, dispuestos a viajar y sentarse con mascarilla en butacas aisladas durante más de dos horas de espectáculo. Ello al margen de que es seguro que la pareja separada por dos butacas vacías acabarían juntándose una vez sentados. Dado que las entradas han de estar pre asignadas, en el caso de la limitación al 30% del aforo habrían de colocarse a la venta una butaca sí y dos no. Imaginemos qué sucedería si, como viene siendo habitual con el gobierno, hay un cambio de última hora en el BOE y se aumente el aforo al 50%. ¿Cómo podrían reorganizar la distribución de localidades en apenas tiempo si ya estaban vendidas? Prácticamente imposible.
Existe un problema de riesgos laborales, que es doble. Muchas instituciones musicales organizan sus espectáculos en auditorios de terceros, por lo que habrán de respetar tanto sus propias normas como las de sus anfitriones. ¿Podrá trabajar el personal interiormente respetando esas normas de seguridad? ¿Podrían y querrían actuar los cantantes abrazándose y besándose? porque eso lo exige la dramaturgia. Pensemos en lo juntos que tienen que estar los profesores de una orquesta. Peor aún el caso de los coros, porque estos no pueden llevar mascarillas y está comprobado que al cantar se transmiten los virus con más facilidad y a mayor distancia. Imposible la “Novena” participativa o la mahleriana “Sinfonía de los mil” programadas para el Festival de Granada. ¿Acaso serían posibles “Ocaso de los dioses” o “Soldaten” en un foso operístico con las exigencias de seguridad? Obviamente no.
Nos queda el problema de la movilidad, que afecta tanto al público como a los artistas a la hora de desplazarse. Hay países desde los que será imposible. Peralada tenía que abrir el telón el 2 de julio con la compañía estadounidense de danza Houston Ballet, que ha cancelado la gira europea de celebración de su cincuenta aniversario. La participación de artistas se habrá de reducir a los españoles y a los que puedan llegar en coche desde países vecinos.
Por todo ello, solo parecen quedar dos caminos: cancelar o mantener las marcas en pequeño formato, quizá con algunos retrasos, reduciendo duración y oferta, acudiendo a artistas locales o confinados en España -caso de Sokolov o DiDonato- y a agrupaciones orquestales de cámara. En cualquier caso será una muy limitada temporada de festivales. El reinicio de las temporadas operísticas en otoño plantea problemáticas adicionales a analizar expresamente.