Sección patrocinada por sección patrocinada
Libros

Ibiza

Contracultura: ¿Rebelión o mito?

Jaime Gonzalo culmina su trilogía sobre los movimientos contestatarios con una visión descarnada que huye del mito: la insurrección fue asimilada por el sistema

A todo gas. «Easy Rider», con Dennis Hopper y Peter Fonda, fue una de las películas que fabricó el mito de la contracultura
A todo gas. «Easy Rider», con Dennis Hopper y Peter Fonda, fue una de las películas que fabricó el mito de la contraculturalarazon

Los años sesenta y setenta fueron pródigos en grupos contestatarios, sectas pseudorreligiosas, jóvenes aventureros o descarriados, corrientes artísticas y musicales, fantasmadas y todo tipo de movimientos que se salieron del camino trazado por la sociedad. El periodista y escritor Jaime Gonzalo (Bilbao, 1957) acaba de concluir la titánica tarea de poner orden en el fango de la contracultura en una trilogía de volúmenes (más de 1.000 páginas de «Poder Freak» en conjunto) con el objetivo de hacer un relato histórico y de servir como materia de reflexión. Ya adelantamos una conclusión llena de pesimismo: «La contracultura no fue un cuento de hadas, no arregló la vida de nadie. Fue bonita a ratos, y sólo para algunos, mientras duró. A pesar de que muchos de estos grupos aspiraban a cambiar el mundo, la contracultura sólo dejó un alimento: el surgimiento de una nueva forma de capitalismo “hip” (o ‘‘hipster’’) que convirtió todo lo que era desafinante en nueva materia comercial». ¿Pero de verdad todas las voces, de los beatniks a los punks, fueron asimilados por el sistema, convertidos en maniquíes con etiquetas?

Un siglo de frikis

No hay que anticiparse aún con las conclusiones. Es mejor trasladarse a la emoción de unas décadas en las que los opuestos se daban simultáneos: groupies y feministas, Ángeles del Infierno y hippies, rockers y mods, pandilleros y generación beat, panteras blancas y negras, pacifistas y bandas armadas, Malcom X y Richard Nixon... y así hasta el infinito. Gonzalo desmenuza los hechos y los separa del mito, expone las circunstancias, explica los orígenes teóricos y los propósitos de un siglo de frikis organizados en familias regidas por manifiestos y nombres grandilocuentes. En su desquiciada huida hacia adelante, el hombre de la segunda mitad del siglo veinte no ha hecho más que correr en la rueda del eterno retorno, en un viaje sin coordenadas por tratar de domar la utopía. «Mi interés era el de contar los hechos, tratar de abarcarlo todo, aunque es casi imposible. Es una aproximación a una historia que está muy mistificada, muy turbia y mal contada, y la gente joven que no vivió ese tiempo histórico puede toparse con relatos poco ajustados a la realidad, dominados por la creación de un mito. Trato de cuestionar esa visión, aunque el que me sigue ya sabe de mi proverbial visión pesimista de la vida», señala el autor.

Dejemos constancia de los cuatro ejes cardinales en los que se sustenta la contracultura, según Gonzalo: hedonismo, utopía, capitalismo y uno fundamental, la naturaleza veleidosa y mezquina del ser humano. Todos estos elementos, en la olla a presión de la guerra de Vietnam o del telón de acero, son los precipitadores de la contracultura. El hedonismo es fundamental. La contracultura es un canto a la juventud, «que por primera vez en la historia deja de ser ninguneada y se desvincula de la autoridad, especialmente de la paterna, y busca realizase con sus propios medios», afirma Gonzalo. Pero la primera consecuencia de esta pequeña revolución fue la creación de su propia economía dentro de la superestructura del capitalismo. «Sin el capitalismo, la contracultura no habría sido posible». De la colisión generacional surge todo un mercado, infinidad de ocasiones para hacer dinero: la droga, la moda textil, la música, todo se vende. Aparecen nuevas oportunidades que responden al espíritu de «todo el mundo puede hacerse millonario. Entonces, todos esos hedonistas ven el beneficio y no son tan distintos a sus mayores. Sólo se habla de aquellos que sobreviven como pueden pero la gran mayoría se reintegró en el sistema». De esta forma, la moda psicodélica se vende en «boutiques», líderes de Mayo del 68 como Daniel Cohn-Bendit terminan sentados en el Parlamento francés, y los artistas del rock que iban a liderar la revolución se vuelven estrellas y tributan en Holanda. La sociedad de consumo necesita la novedad continua, la rotación de iconos en el escaparate, a la que muchos rebeldes se apuntaron consciente o inconscientemente. La tristeza de la mirada de Gonzalo es comprobar lo poco que queda de todo aquello. «¿Derechos civiles? Sí, se supone que tenemos algunos más. Pero en lo demás... sólo para las mujeres y los homosexuales se puede considerar que haya habido avances. En lo demás, no». En aquellos tiempos, como en los de ahora, el vacío interior era igual de profundo, pero al menos había más entretenimiento con el que llenarlo. «La moda era ese factor rejuvenecedor, poncedeleoniano exoesqueleto de la eterna juventud», escribe el autor.

«Hay una gran mayoría de estos grupos de la contracultura que persigue sólo el hedonismo puro y duro. Hay otros que sí tienen un programa contra el capitalismo, sin falsas posturas, con una visión sincera. El problema es que muchos que se arrogan ese discurso viven de un subsidio del Estado. Muchas comunas viven de lo que reciben mujeres jóvenes embarazadas. Eran pensionistas del sistema intentando destruirlo», comenta el autor. Irónicamente, la juventud americana no vivía tan mal con sus padres antes de que llegara la crisis del petróleo del 73. La vida no era tan asfixiante como hoy, los alquileres eran baratos, la bohemia, era costeable. ¿Cuál era la chispa para salirse del carril y echarse al monte? «El temor a la carta de reclutamiento. Que te mandasen a morir a Vietnam. Ese instinto de supervivencia fue el que impulsó a los jóvenes a la calle». Pero es un tiempo preñado de contradicciones: las primeras elecciones que rebajan la edad de voto a los 18 años las gana Nixon por abrumadora mayoría.

Vuelve la fe religiosa

Y, por supuesto, el LSD. «Claro, es que es una droga que tiene unas connotaciones religiosas y místicas, mientras que la heroína tiene un efecto médico, paliativo, que sirve para escapar de la realidad, cuando el LSD trata de penetrar en la realidad. Aunque el papel que jugó no sé si fue positivo o negativo. Porque pensar en que el estado mental que te suministra un trip va a estar ahí para siempre es una gran confusión. Algunos creían olvidar que la materia de la que está hecha el ser humano es voluble, veleidosa y mezquina. El problema es que hubo un proselitismo absoluto a favor del ácido tanto por Timothy Leary como por la cantidad de iglesias psicotrópicas que surgieron». Otra contradicción: en un tiempo de descreimiento, la fe religiosa, promovida por sectas, vive un nuevo auge. La trilogía extiende sus tentáculos por el «be-bop», el Swinging London, Katmandú, Antonio Gramsci, Lyndon B. Johnson, el estructuralismo, Herman Hesse, Adorno, McLuhan, la Primavera de Praga e incluso la locura de Ibiza, tejiendo una malla abrumadora de datos y referencias que, según la intención de Gonzalo, servirán para iniciarse y después profundizar, y como visión de conjunto.

El autor escribe desde la fascinación y la emoción de un tiempo que vivió sin comprender del todo desde la periferia cultural española. No desmitifica para rechazar, sino como consecuencia de la comprensión de un fenómeno que fue limitado, más fogonazo que hoguera, según él, más neones y lentejuelas que trascendencia. ¿Una época estéril? Puede que no tanto, aunque a juzgar por la conversación a cuenta del rock & roll en esta misma página, queda claro que, para Gonzalo, el camino que abrieron esas generaciones ya está amortizado.

España, el Rollo, Ibiza, «El Víbora»

Aunque en España el despertar fue tardío, la contracultura también entró a través de los lugares donde hay bases militares americanas y que Gonzalo rastrea como una de las grandes aportaciones de la trilogía. Las bases de Rota y Morón impulsaron a Sevilla como capital, la de Torrejón de Ardoz a Madrid y además en Zaragoza y Barcelona se produjeron impulsos contraculturales. Ibiza, en plena ruta de viajeros hippies (tantos que llega a haber una batalla entre una comuna de melenudos y los vecinos de Santa Eulàlia) es, junto al turismo, otra clave de conexión exterior. La escena punk, «El Víbora», el colectivo La Propiedad es un Robo o el Manifiesto de lo Borde están entre los dignos representantes de frikismo patrio, sobre los que Gonzalo hace una destacable labor.

«Poder freak» vol. 3

Jaime Gonzalo

libros crudos

445 páginas,

25 euros