Y Sonic Youth hizo «crack»
Kim Gordon publica sus memorias, «La chica del grupo» (Contra), escritas al romperse su relación con Thurston Moore en 2011
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Durante tres décadas, Sonic Youth fueron una banda divina, el ideal «cool» de la escena independiente. Utilizaban piezas de arte contemporáneo para las portadas de sus discos (o las encargaban a sus amigos), parodiaban en en sus vídeos el estilo de la MTV, la crítica les adoraba y ellos, a pesar de firmar con una multinacional, siguieron experimentando disco tras disco. Crearon un sonido propio y varias obras maestras. Con un pie en las galerías de vanguardia y otro en el punk y el hardcore, los Sonic Youth comisariaban exposiciones y también han sido objeto de ellas, como la que acogió el CA2M de Móstoles (Madrid) en 2010. La historia del grupo que formaron Thurston Moore y Kim Gordon es donde la alta y la baja cultura se fusionan, y el arte conceptual se dibuja con guitarras. Sin embargo, una de las más bajas pasiones humanas dio con todo al traste en 2011, cuando Gordon descubrió por unos mensajes que iluminaron la pantalla del iPhone de Moore que éste, el padre de su hija y su marido durante 27 años, llevaba tiempo siéndole infiel. Un final demasiado vulgar para una banda tan extraordinaria. Poco tiempo después de su aparición en inglés ya está en castellano «La chica del grupo» (Contra), biografía de Kim Gordon. Los motivos de la ruptura se conocían, aunque las versiones de cada uno todavía no. Pero esto no es un ajuste de cuentas ni sus memorias, una pieza de «Cosmopolitan».
Opaca e inescrutable
Gordon aborda el pasado de una manera oblicua, sin hacer sangre ni buscar el morbo, aunque deja buenas pistas y se desahoga en algún párrafo. Tras la disolución del grupo, ella se quedó con la mala imagen de ser quien tiene la llave para volver a reunirlo. Y leer sus opiniones supone un ejercicio de conciliación con una artista que siempre ha sido difícil de descodificar, hiératica, opaca, extremadamente sensible y tímida. Y ha cargado con la cruz de ser la mujer en un mundo de hombres. El libro arranca con el final, «The end» convierte en introducción el que en realidad ha sido el último concierto hasta la fecha de la banda, en Brasil. Los hechos y la acción predominan sobre los sentimientos de Gordon durante el relato de sus recuerdos, desde su infancia en California. La relación de la artista con su hermano es una de las marcas de su carácter: esquizofrénico, dominante y algo cruel, su comportamiento está detrás de la inescrutabilidad de la bajista, que sufrió las presiones de no seguir el camino de Keller, que iba vestido con túnicas y declamando por la calle.
Sin embargo, la verdadera historia no empieza hasta que llega Nueva York: «Me resulta difícil escribir sobre la ciudad. No porque mis recuerdos se entrecrucen, que, por supuesto, lo hacen (...). Se debe a que, sabiendo lo que sé, es demasiado duro escribir sobre una historia de amor con el corazón roto». En Nueva York fue donde se fraguó la identidad musical del grupo, que completaron Lee Ranaldo y Steve Shelley, pero Gordon habla poco de las dinámicas internas; ni un ápice de su proceso creativo. Cuando ella llegó, la ciudad bullía en un paisaje postapocalíptico. A finales de los setenta, Basquiat hacía sus primeros grafitis y el CBGB todavía guardaba algo de esplendor –aparece en la narración Johnny Thunders (The New York Dolls) personificando la decandencia toxicómana del punk–, pero el relevo ya estaba llegando con formaciones con una apuesta sonora tan radical como Swans o Black Flag. De hecho, una de las razones por las que Sonic Youth (y buena parte de la música indie) rechazaba las drogas es porque convivieron con la generación anterior: el punk había seguido dos caminos, según explica Gordon, ya fuera la deriva hacia el «new wave» edulcorado de Talking Heads, The Police o Blondie, que los «indies» despreciaban, o bien el que llevaba a convertirse en un yonqui consumido. Sin embargo, como buena banda con propósitos artísticos, Sonic Youth partió de un concepto, como era mandamiento en los creadores plásticos contemporáneos. El suyo iba a ser el ruido. En los 80, la palabra «noise» (ruido) era un insulto, un término despectivo, el apelativo más desdeñoso que se podía emplear para referirse a cualquier tipo de música. Aunque, según Kim Gordon, «Thurston fue quien tuvo la idea de tomar el nombre en 1981 para organizar un festival en el espacio artístico alternativo White Columns», quien en realidad ponía el peso conceptual en la música de Sonic Youth era Gordon, la menos músico de todos. En realidad, tanto ella como Moore podrían haber sido cualquier otro tipo de creadores, pero eligieron la música.
Es abrumadora la cantidad de artistas que hoy gozan de reconocimiento pero no cuando se cruzaron en el camino de la bajista de Sonic Youth, como si tuviera un imán para reconocer el talento creativo. Se puede hacer una lista: Tony Ousler, Cindy Sherman, Richard Prince, Jeff Koons y Gerhard Richter, e incluso Larry Gagosian. Casi el primer trabajo de la vida de Spike Jonze fue un videoclip para Sonic Youth. Después llegaron otros trabajos como director de vídeos, lo que le abrió las puertas a su carrera como director. Kim Gordon llevó a su hija a conocer a William Burroughs e impulsó la carrera de la diseñadora y actriz Chlöe Sevigny.
Courtney y Kurt
Si al comienzo de la carrera de Sonic Youth fue Neil Young el que los eligió para una gira por todo el país, cuando ellos tuvieron la oportunidad escogieron a otros principiantes que parecía que podían llegar a alguna parte. Así fue como estrecharon amistad con Kurt Cobain, al que Gordon dedica algunos de los pasajes más cándidos de sus memorias. Al contrario que a Courtney Love, a la que directamente desprecia (a pesar de que ella misma produjo el primer disco de Hole) y acusa de manipular y condenar al cantante de Nirvana a «la oscuridad».
Hay un pasaje en el que Coco, la hija adolescente de ambos, debuta en la música con un grupo de amigos. Sus padres van a verla desde el fondo de la sala la segunda vez, la primera ella se niega. Parece imposible que todo esté a punto de terminar. Sin embargo, el final de la relación sentimental no está a la altura de la narrativa de las vidas de la pareja. Al contrario, es la manida historia de la depredadora sexual que asalta al artista masculino en la crisis de los 50. Con mucho estoicismo, Gordon relata las reincidencias de Moore y también las constantes sospechas, las promesas incumplidas, lo de «aquello ya ha terminado y no quiero perder a mi familia». Pese a todo el aura «cool» de la vida de Gordon y su entorno social, nada resulta ajeno en el relato de su vida. Ella misma podría haberse presentado de mil maneras, pero elige la de una mujer llana, madre, artista y, sobre todo, la de alguien que acaba de despertarse de un extraño sueño.