Ángel Villamor: «Cuando volví a trabajar lo llevaba fatal, era como si repudiara a mis pacientes»
El prestigioso traumatólogo habla sobre su nueva normalidad, la vida de antes y la de ahora: "A mis pacientes ya no les pregunto para qué vienes aquí o qué tal la rodilla, lo primero es saber cómo está la familia"
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Reconocido traumatólogo y director de la clínica Iqtra de Madrid relata cómo es esa nueva normalidad entre médico y paciente, mientras no se le escapa el drama de la Covid-19 «no sabemos cuándo va a acabar y eso nos saca de quicio». Detrás del médico, está el deportista «gamberro» que comparte aventuras con su hijo.
-¿Cómo es su nueva normalidad?
-Las cirugías siempre son momentos vulnerables al intervenir, al abrir, pero es cierto que ahora hemos rizado el rizo y somos más exigentes en el recambio de mascarillas, pijamas, calzas... Y hacemos PCR a todos los pacientes que vamos a operar.
-¿Hay psicosis?
-Es difícil opinar porque vivimos sin saber. Es fácil que haya distintas cepas, que esté mutando... Antes de tachar de psicosis, me preocupa más que nos relajemos.
-¿Sigue asustando la Covid-19?
-Nuestra generación ha vivido muy confiada y muy segura y nos hemos vuelto vulnerables. La última generación que vivió un drama tan prolongado fueron nuestros padres con la postguerra. Hemos vivido es estos tiempos una pena y un miedo que nos era inimaginable.
-Con todas nuestras comodidades apareció el coronavirus y lo llenó todo.
-De repente ha aparecido una enfermedad sin avisar y nos ha pillado a los médicos desarmados y se ha llevado a familiares y amigos sin poder hacer nada y sintiendo esa sensación tan mala de tener miedo a contagiarte y tampoco tener defensa. Los médicos han llorado en casa exhaustos. La faceta sanitaria ha sido muy agresiva y dramática y no podemos caer en la desmemoria.
-Siendo del gremio, ¿molesta cuando se ve a algunos que se relajan?
-Parece que a algunos se les olvida que durante dos meses muchos estuvimos obligados a escondernos de la enfermedad mientras otros se levantaban cada mañana para exponerse cuerpo a cuerpo con algo para lo que no hay solución. Y no es lo mismo vivirlo en casa con los niños con pena y con miedo que en primera línea y todavía hay mucha inseguridad en cómo va a ser la evolución. Ni qué decir todos esos profesionales que tenían que salir a la calle para que las cosas funcionaran en supermercados o servicios públicos.
-¿Cómo fue su confinamiento?
-Mi especialidad no era necesaria y no me convocaron. Lo pasé en casa con mi hijo, llamando a mis pacientes e intentando ayudar en lo que podía.
-¿Ha cambiado en algo?
-Sí, en la manera de dirigirme a mis pacientes. Ya no les pregunto para qué vienes aquí o qué tal la rodilla, lo primero es saber cómo está la familia y si lo pienso es algo que escuchaba a mis padres y abuelos. De pronto, somos vulnerables y nos pueden pasar cosas. Antes éramos una generación muy chula y muy segura y no te cuestionabas, casi ni te interesaba. Ahora no sabemos cuándo va a acabar esto y eso nos saca de quicio.
-¿Qué echa de menos de la vida de antes?
-El contacto. Al comenzar a trabajar después del confinamiento lo llevaba fatal, sentía remordimientos, cómo si repudiara a mis pacientes o compañeros y me agotaba mucho, me generaba tensión. Yo siempre ayudo a mis pacientes a vestirse y ahora me quedo fuera. Me sigue costando, me produce tristeza.
-¿A qué no quiere volver?
-A la vida acelerada, a buscar el viaje excepcional, la actividad excepcional que se pueda contar a los amigos en vez de pararnos a disfrutar del tiempo que tenemos con la familia y los amigos, que tanto hemos echado de menos.
-Médico, disciplinado... ¿Hay algo de gamberro cuando se quita la bata?
-Si me vieras los fines de semana con mi hijo de 13 años picándome con él a todos los deportes que se nos ocurren... ¡Ni me harías la pregunta! Soy tan gamberro e irresponsable en las actividades que hago con mi hijo que a veces nos tienen que regañar.
-¿Quién se pica más?
-Si veo que no se pica, hago más para que se pique... Luego a la hora del mal perder no me queda otra que tener yo el punto de madurez (risas).
-Acabará reventado...
-Arrastrado. Hay veces que le pido que me deje tumbarme un momento y siga haciendo sus cosas.
-¿Y lo de que juegue a las maquinitas?
-Me preocupa esa generación de sedentarismo intelectual. Los niños no piensan y no tienen estrategias.
-Dígame, ¿un vino o una cerveza?
-Verás, no he probado el alcohol en mi vida. Es una costumbre que heredé de mi abuelo y socialmente un rollo. De hecho, a mi hijo le traslado el gusto por el vino, las catas, la tradición cultural. Tengo que abandonar esta tontería y, sin duda, me decantaría por el vino.
-¿Con quién charlaría largo y tendido?
-Con un político del pasado que le haya dado tiempo a reflexionar decisiones con sus consecuencias.
-¿No ponemos nombre?
-Poner colores es una anacronía y más en la situación política que tenemos. Creo que esto no va de colores sino de profesionales.
-Usted que trabaja con el dolor, ¿somos quejicas?
-Mucho. Todos, yo también. Los hombres somos muy llorones. Yo cuando tengo un grado de fiebre ya empiezo a lamentarme y a decir que así no merece la pena vivir (risas). Vivimos tan cómodos, que el dolor nos molesta enseguida y pedimos auxilio.