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La historia en miniaturas: los penúltimos de Filipinas

Antes del Desastre del 98, los soldados de la División Lachambre lucharon en Filipinas. Y ganaron la guerra

Cazadores expedicionarios españoles y revolucionarios tagalos, 1898 Miniaturas, 28 mm. Piezas pintadas por Javier Gómez «El Mercenario» Javier Gómez/1898 MiniaturasJavier Gómez/1898 Miniaturas

En agosto de 1896, aprovechando que España estaba inmersa en un nuevo conflicto en Cuba que había estallado el año anterior, el Katipunan, una sociedad secreta masónica que perseguía la independencia de Filipinas, inició su propio alzamiento. Bajo el liderazgo bicéfalo de Andrés Bonifacio y Emilio Aguinaldo, los revolucionarios tagalos se hicieron rápidamente con el control de las provincias de Cavite, Bulacán y Morong, colindantes con una Manila cada vez más estrangulada ante la impotencia de su gobernador, el teniente general Ramón Blanco, y del ejército español en Filipinas, raquítico y compuesto principalmente por tropas indígenas de cuya fidelidad se sospechaba. Todo cambiaría, sin embargo, con la llegada en noviembre de un nuevo capitán general, Camilo García de Polavieja, al frente de un nutrido contingente peninsular cuyo grueso lo formaron quince batallones de cazadores expedicionarios.

Al igual que la última de las guerras de Cuba (1895-1898), de uno de cuyos episodios, la muerte del general Vara de Rey en la batalla del Caney, hablamos hace dos semanas, resulta sorprendente lo desconocido que resulta para el gran público la Guerra de Filipinas, lamentable vacío que desde mi doble atalaya he tratado de colmar por duplicado: con un completísimo número de la revista Desperta Ferro Contemporánea, y con una gama de figuras históricas de 28 mm de la marca 1898 Miniaturas específicamente diseñada para representar el periodo, que, exhaustivamente documentadas, incluyen los mencionados cazadores expedicionarios con su característico uniforme y equipamiento (diferente al tradicional de la infantería española utilizado en Cuba), regimientos de tropas indígenas y, por supuesto, revolucionarios tagalos. Y una gama de figuras que, como las correspondientes a la Guerra de Cuba y a los tercios españoles, viene acompañada en la web bilingüe de 1898 Miniaturas de artículos de uniformología e historia escritos tanto por autores españoles como filipinos. Adivinen en qué país del mundo tenemos más visitantes web, y no es España…

La División Lachambre

A diferencia de Blanco, el enérgico Polavieja optó por una estrategia agresiva, y en vez de diseminar sus tropas en posiciones defensivas a merced de los revolucionarios, las reunió en una fuerza de maniobra que puso al mando de su hombre de confianza, el general José Lachambre. Esta agrupaba al grueso de los batallones de cazadores expedicionarios llegados de la Península, los regimientos de infantería indígena n.º 73 (Joló) y 74 (Manila), que se demostrarían de la máxima lealtad, y diversos contingentes de voluntarios bisayos, pampangos, ilocanos, etc. que para nada simpatizaban ni con los tagalos, ni con la revuelta. Su objetivo: el corazón de la insurgencia, Cavite. Sin embargo, en lugar de plantear un avance directo, Lachambre ejecutó un amplio rodeo para sortear el cauce fortificado del río Zapote y atacar Cavite desde la retaguardia. Su agotadora marcha en el asfixiante clima tropical se verá jalonada de encarnizados combates como los de Silang o Salitrán.

A excepción de los desertores del ejército español que se habían sumado a la revuelta con armas y equipo, los insurgentes tagalos carecían de instrucción y de armamento moderno –muchos debían conformarse con lanzas, arcos o el tradicional machete filipino, el “bolo”–, por lo que a pesar de su tesón no fueron rival para una fuerza profesional con mandos decididos como la de Lachambre, que en marzo culminaría su exitosa campaña con la conquista de la inexpugnable Imús, centro neurálgico de la resistencia tagala. Tras Imús, muchos revolucionarios abandonaron las armas y se fundieron con el campesinado, mientras que los últimos resistentes, con Aguinaldo a la cabeza, huyeron de Cavite para buscar refugio en las montañas al norte de Manila, donde seguir combatiendo. Sin embargo, su posición era cada vez más insostenible. El relevo de Polavieja en la Capitanía General de Filipinas por el más conciliador Fernando Primo de Rivera allanaría el camino hacia la paz de Biak na Bató, firmada en diciembre de 1897, que pondría fin al conflicto. La Guerra de Filipinas había terminado. La Guerra Hispano-Estadounidense-Filipina (1898-1902), que sembraría de muerte un archipiélago cuyo sueño de independencia se convertiría en pesadilla, estaba a punto de comenzar.

«La guerra de filipinas. 1896-1898»Desperta FerroDesperta Ferro

«La guerra de filipinas. 1896-1898»

Desperta Ferro Contemporánea

Nº36,

68 páginas,

7 euros

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