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Arte
Raimundo de Madrazo: la historia de un triunfador que cayó en el olvido
La Fundación Mapfre reúne más de cien obras en la primera retrospectiva del artista, que presenció cómo la modernidad lo orillaba

Su historia es la de un triunfador que cayó en el olvido. Fue uno de los artistas más cotizados y uno de los pintores más reclamados por la burguesía y los compradores de su siglo, pero, en una época marcada por los cambios estéticos, él decidió defender el dibujo, la perspectiva y el virtuosismo, que era todo lo que representaba el pasado, el mundo de ayer, como posteriormente escribiría Stefan Zweig, y justamente lo que deseaban romper todos esos jóvenes airados que traían consigo la modernidad. «Su nombre no ha encontrado acomodo en la historia del arte porque no se suma a los ismos y, aquellos que no se subieron a esa ola, quedaron fuera de la historia del arte. La historia del arte está hecha de avances y de retrocesos, pero, sobre todo, de avances, y él, aunque es coetáneo de Manet y ve las exposiciones de Gustave Courbet y de los impresionistas, no quiere romper con la tradición de la pintura y eso le cuesta la muerte historiográfica», comenta Amaya Alzaga, comisaria de la primera retrospectiva que se dedica a este creador.
Una exposición, que acoge la Fundación Mapfre y en la que participa el Meadows Museum de Dallas, donde viajará después, que ha reunido en su recorrido, dividido en ocho apartados, más de cien obras que muestran el camino artístico de un hombre que compartía el talento pictórico afín a su familia (es hijo de Federico de Madrazo y de José de Madrazo, también dotados pintores), conoció el éxito social de una obra que acompañaba el gusto de la centuria, pero presintió que ni la fama ni el dinero ni la reputación le salvarían de quedar relegado a los márgenes de la historia. «Esta muestra trata de rescatarlo de ese injusto olvido. Plasmó muy bien su época y sus realidades, pero, por desgracia, esa no son las realidades que interesarían después a pesar de que fuera el discurso vigente. Es trágico que un triunfador fuera enterrado por la historiografía».

Amaya Alzaga explica que «él muere dándose cuenta de que se le va a olvidar. Al final de su vida, empieza a escribir unas memorias donde intenta defender su legado, porque la historia ya va por otra parte y, aunque se rebela y trata de entrar en la historia, por qué no va a entrar y por qué se le va a olvidar, piensa. Solo hay que reparar en la portada que le dedica el diario ‘‘ABC’’ cuando fallece y en cómo lo describe el titular: “Muere un pintor ilustre”. Según este periódico, ya solo es un pintor ilustre. Su pintura, sin su defensa, se muere con él».
La pregunta que, por tanto, queda suspendida es entender la aportación de esta iniciativa: «Es posible entender y ver los valores que él encarnó, porque no creo que se hagan más exposiciones como esta dedicada a él. Es una ocasión única y cuenta con la ventaja de que hemos contado con todos los prestadores, públicos como particulares, quizá porque entienden que el catálogo va a ser de aquí, será el libro de referencia sobre el pintor. El drama de Raimundo de Madrazo principia cuando su padre y su abuelo pretenden que él, el tercer eslabón de la familia, recoja el legado de la pintura española, que, para ellos, tiene como base a Velázquez, El Greco, Goya y, luego, Fortuny, el pintor más caro de su tiempo, pero que se muere con 36 años. En su familia defendían el preciosismo, la captación del detalle, los cuadros de gabinete, en un momento de ruptura del lenguaje», adelanta Amaya Alzaga.

Lo interesante, y hay que subrayarlo, es el temperamento de Raimundo, que se rebela contra su padre, que toma camino propio y que hasta se deshace de los temas generales que maneja la pintura en su época. Es un rebelde, pero un rebelde conservador, que no sabe dar el último paso, que se atreve a adelantarse, pero no a quemar puentes ni incendiar naves. «Él habría sido feliz en los siglos clásicos del arte, en el neoclasicismo, en el XVIII o principios del XIX, pero le toca afrontar la llegada de los ismos, de los impresionistas, que deciden romper la baraja, que aseguran que la forma no importa. Ellos acaban con los códigos académicos y él se queda solo. Lo triste es que él vive lo suficiente y llega a ver las proposiciones que salen de Der Blaue Reiter, del primer Picasso y “Las señoritas de Avignon”. La modernidad le adelanta por la derecha y él se queda defendiendo el saber pintar y unos principios que el tiempo ya comenzaba a dejar atrás», concluye la comisaria.
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