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Chéjov vuelve a volar alto

El Teatro de la Abadía arranca su nueva temporada sumergiéndose de lleno en el existencialista y hermoso universo de Chéjov a través de una versión libre del texo “La gaviota”. Su director, Álex Rigola, avanza varias de las claves de esta obra universal
Juanjo MartínEFE
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En uno de los textos más destacados y holísticos de Chéjov, el padre del naturalismo moderno perfora la mente del lector con una solemne afirmación: “No debemos mostrar la vida como es, ni como debería ser, sino como la vemos en nuestros sueños”. La naturaleza de los que invaden por las noches la cabeza de la mayoría de la población en estos momentos no termina de perfilar muy bien su color, su estructura, ni tan siquiera su razón de ser. Hace meses que soñar se ha convertido en un privilegio pero los espacios culturales empiezan a desperezarse de un letargo impuesto que parecía haber adquirido carácter de perpetuo y la actividad teatral por fin comienza a quitarse la mascarilla de la boca para seguir respirando.
En esta ocasión es el Teatro de la Abadía el que arranca su temporada 2020-21 con una original y personal apuesta de la mano del dramaturgo catalán Àlex Rigola y con una esperanzadora mirada puesta en el futuro. Se trata de “La gaviota”, una versión completamente libre del texto homónimo de Chéjov, que se estrena hoy y que se programará hasta el 4 de octubre, en el que la universalización de las emociones consigue evidenciarse más que nunca y los actores desnudan de forma generosa una parte importante de sus propias esencias.
Así lo explicaba ayer el director durante un rueda de Prensa celebrada en el imponente y litúrgico interior de La Abadía: “A pesar de ser como siempre una pieza existencialista, como las otras de Chejov, ésta tiene la particularidad de que el contexto elegido es el mundo de las artes escénicas. Aunque parezca una escritura muy libre, cada fragmento que hay se corresponde con el orden del original. Se cuenta de una forma diferente pero las tensiones son exactamente las mismas. Chéjov refleja con mucha precisión el amor hacia el teatro por su parte y también el de nosotros cuando lo contamos. Es fácil identificarse con la forma de describir los sentimientos que tiene el autor. No importa que sea una pieza del siglo XIX, todos podemos sentirnos interpelados”, indica.
Por su parte, Carlos Aladro, el recientemente nombrado director del teatro, incidió en la importancia de pensar en las salas como lugares seguros en los que poder refugiarse y reconectar con la cultura pese a la incertidumbre todavía reciente del presente: “Vamos a seguir insistiendo una y otra vez en el hecho de que estamos haciendo un esfuerzo enorme por hacer de los teatros, de los centros culturales, espacios de convivencia segura dentro de lo razonable. Lo que está claro es que no existe el riesgo 0 y que es una era de mayor fragilidad y de mayor cuidado. Casi parece un escenario chejoviano. Hacemos un llamamiento público para que comparta con nosotros la responsabilidad de que la cultura nos salve", subraya Aladro antes de añadir que "la vida en este sentido es riesgo y no olvidamos tampoco que ahora mismo somos un país en duelo. Pero hay que seguir viviendo y hacerlo de manera comunitaria en la medida de lo posible para que no se nos olvide cómo se hace”.

La ligereza del ser

El viaje que propone Rigola –el noveno que cuenta con el impulso de La Abadía– podría definirse desde una persperpectiva interpretativa sumamente catártica. La historia bascula entre los conflictos internos, amorosos y artísticos de tres actrices a quienes dan vida Mónica López (que interpreta a Arkádina), la debutante Roser Vilajosana e Irene Escolar (en el personaje de Nina, la protagonista de la obra), así como un actor, Xavi Sáez, Nao Albet (Tréplev), un actor-dramaturgo-director, y un autor, Pau Miró. Todos ellos emiten reflexiones proyectadas sobre la búsqueda utópica del hecho artístico, el amor no correspondido o la frustración de la insoportable ligereza del ser. Las distintas visiones de cada uno transitan por cuestiones más personales, como la complicada relación entre una madre y un hijo, los posibles problemas generacionales en el seno de una pareja y la constante resignación a la que se enfrenta el artista que siempre se muestra insatisfecho con su trabajo.
En el caso concreto de Irene Escolar, la similitud emocional con el personaje de Nina es significativamente más fuerte que en otras ocasiones: “Alex siempre te obliga a colocarte en el centro. Con tus conflictos, con tu universo. Es un ejercicio que tienes hacer para que esto que proponemos funcione. Y en este caso, todavía más. En “Un enemigo del pueblo” a mí me quedaba muy lejos el conflicto por ejemplo, pero en esta propuesta en concreto al hablar tanto de teatro y ser una joven actriz que hace una evolución hasta llegar a otro punto de su vida, es inevitable que me resuene por todos lados”, subraya Escolar.
El nivel de implicación con lo narrado ha sido tal, que algunas ideas que figuran en la obra vinieron de propuestas particulares de ella: “Hay una frase que no está en el texto original que le propuse a Alex añadir porque últimamente suelo hacerme esa pregunta con frecuencia. A parte de ser actriz, ¿qué soy? Pasan los años, pones tu alma en esto y de pronto te paras y dices: “Pero aparte de todas esas mujeres que he encarnado y aparte de haber asumido el teatro como mi pulsión vital, ¿qué sentido tengo?””. Algo parecido le pasa también a Mónica López, doblemente galardonada con el Premio Nacional de Cinematografía de la Generalidad de Cataluña por sus interpretaciones en “Esta noche o nunca”, de Ventura Pons, y “La Fiebre de Oro”, de Gonzalo Herralde.
Irina Arkádina encarna a una intérprete con una amplia trayectoria a sus espaldas recelosa de la juventud y de la inexperiencia, y comparte con ésta lugares comunes: “Haces de ti, pero dices cosas que dice Álex. Estás haciendo de Arkadina, que no es Arkadina en realidad, sino Mónica López. Es complicado, aunque al mismo tiempo resulta divertido y estimulante. Jugar a equivocarse, a buscar esta cosa verdadera de mirar a los ojos al espectador, aunque ahora sea tan raro y la gente vaya tapada. Nos vamos a ahorrar algún bostezo pero también la posibilidad de ver muchas sonrisas”, añade convencida del poder evocador del teatro.

El despertar de los teatros con John Malkovich

En línea con el resurgir generalizado de la programación teatral para la nueva temporada y sumándose a los nombres de salas que apuestan por una recuperación de calidad del espíritu cultural, los Teatros del Canal retoman su actividad con fuerza. “Simplemente, llámame Dios” es el explícito nombre que lleva por título la obra en la que participa el célebre John Malkovich. El actor de amistades peligrosas se sube a las tablas del Canal para analizar pormenorizadamente el funcionamiento de las cabezas de los tiranos que sufren megalomanía. La pieza es un crossover en el que la música y el teatro se fusionan con intensidad para ofrecer una experiencia única. Podrá verse en la Sala Roja del 17 al 21 de febrero.