“Las dos en punto”: Paseando la dignidad ★★★★☆
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Autora: Esther F. Carrodeguas. Directora: Natalia Menéndez. Intérpretes: Carmen Barrantes y Mona Martínez. Naves del Español, Madrid. Hasta el 23 de mayo.
Pertinente y muy convincente recuperación, en clave teatral, de las dos Marías, dos mujeres reales a partir de las cuales el espectador podrá muy bien en esta propuesta advertir y entender la negrura en la que estuvo inmersa una parte de la sociedad civil en España después de la guerra. Maltratadas y humilladas por la vinculación de algunos de sus hermanos con el anarquismo, Maruja y Coralia se rebelaron contra el ambiente opresivo en el que tuvieron que sobrevivir durante la posguerra saliendo todos los días, con su colorida ropa y su capa de maquillaje, a pasear por Santiago de Compostela y a flirtear cómicamente con los estudiantes que poblaban las calles. En «Las dos en punto» –título que alude a la invariable hora a la que iniciaban su recorrido de 20 minutos–, la dramaturga Esther Carrodeguas ha elevado a la categoría de símbolos a estas dos mujeres urdiendo con ellas una suerte de lastimosa road-movie que combina muy bien la ironía y la poesía.
Con un lenguaje de periodo muy corto, que suena casi como una dentellada, y que semánticamente está mucho más próximo al expresionismo que al naturalismo –puede recordar en ocasiones a Leonid Andréiev o incluso a Jean Genet– la obra toma como pretexto argumental uno de esos recorridos diarios de Maruja y Coralia para transformarlo paulatinamente en una hermosa alegoría sobre la vejación y el avasallamiento, y sobre los resquicios que ofrece la libertad individual para combatirlos. En la puesta en escena, Natalia Menéndez ha sorteado con mucha inteligencia la escasez de acción inherente al texto concentrándola todo lo posible: la función dura solo una hora y cuarto porque es exactamente lo que tiene que durar.
Además, ha dotado el desarrollo de un movimiento constante –gran trabajo a este respecto de Mónica Runde– y ha insertado algunas proyecciones –diseñadas por un Álvaro Luna tan inspirado como siempre– que sirven muy bien para romper y aliviar el juego verbal que propone la autora, que corría el riesgo, si no se aderezaba plásticamente, de quedar un poco machacón y reiterativo. La preciosa música de Ana Villa, el vestuario de Elisa Sanz o la sobrecogedora atmósfera lumínica que ha conseguido crear Juanjo Llorens son algunos otros elementos a destacar en favor de la historia y también en favor del formidable trabajo interpretativo que hacen Carmen Barrantes y, muy especialmente, Mona Martínez, que da una verdadera lección de ductilidad y deja absolutamente noqueado al espectador con una Coralia rebosante de dramatismo; de humor amargo; de dolor mal cicatrizado y de vitalidad fatalmente truncada.