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Cuando Pemán se adelantó a “Kichi”

El alcalde gaditano retira la placa del escritor
larazonEFE
La Razón

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Llegaron ayer por la mañana dos tíos para quitar la placa de Pemán en la calle Isabel la Católica. Perfil de Juan Luis Vasallo sobre piedra ostinera y cierros blancos en el corazón del Cádiz isabelino. El que viene desde la vereda del muelle hasta la Caleta, de barandillas de mármol, farolas fernandinas, escolleras y baluartes a la mar que saludan a Rota desde la otra punta de la bahía. A dos pasos del monumento a la Constitución de 1812, la de las cortes liberales (qué bien lo contó Ramón Solís), una cuerda y un andamio para borrar a Pemán de la memoria gaditana. “Kichi” en Stalin puro, Memoria Histórica más de cuarenta años después de la muerte de Franco y todo adobado por la indigencia moral e intelectual del alcalde de Podemos, al que le viene grande la ciudad trimilenaria.
También le quiere cambiar el nombre al campo del Cádiz, es decir al Carranza, en una votación bananera que empezó la semana pasada sin respaldo alguno de los gaditanos y bajo la sombra del fraude. Decía lo de la bahía antes porque desde la balaustrada de la Alameda Apodaca, desde el Parque Genovés, en esas cimas del Mentidero, se ve aún lo que queda de los pinares de El Puerto, de aquella “Arboleda Perdida” de Rafael Alberti, el poeta más malo de la Generación del 27, y el que mejor prensa ha tenido desde que dejó tirado a Miguel Hernández para marchar hacia el exilio con la flor y nata del comunismo, cuando la guerra ya estaba perdida para la II República. Alberti, que adoraba al dictador soviético, le dedicó además de sus simpatías un peñazo titulado “Redoble lento por la muerte de Stalin” que hoy seguro que recitan con lágrimas en los ojos los habitantes de las zonas dominadas por “El Padrecito”.
Lo que es la vida, los dos polos opuestos de una orilla a otra, solo que Pemán, que nunca fue franquista, no ha contado con la misma suerte que el autor de “Marinero en Tierra”. Esta historia, como la del maremoto que paró la Virgen de la Palma, como el tanguillo de los duros antiguos, como los embustes del Cojo Peroche y Pericón, como las anécdotas de la explosión del polvorín, se pegan a la epidermis gaditana como las coñetas de las rocas de Santa María del Mar, para toda la vida. Una más: “el día que a Pemán le quitaron la placa”. “Kichi” debería haber puesto sus ojos en otra casa de Pemán, en la que tenía en la Plaza de San Antonio hasta su muerte, donde escribió el “Séneca”, “El Divino Impaciente” o sus terceras de ABC en las que defendía a la monarquía en tiempos de Franco. Cuando había que hacerlo, no ahora.
Digo que en esa casa con sabor a indiano rico, blanca del sol que le llega por la calle Buenos Aires, allí se selló uno más de los episodios de la reconciliación de los españoles durante la Transición. En un balcón Pemán escuchaba, pocos días después del 23-F, el pregón del Carnaval que allí pronunciaba Alberti vestido de marinero. Como un gaditano más, pese a quedarle pocos meses de vida, no pudo reprimir su emoción y bajó de su casa para abrazarle sellando así una reconciliación que ahora quieren romper.