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Las memorias olvidadas del maestro de Federico García Lorca

Antonio Rodríguez Espinosa dejó en varias páginas sus impresiones sobre su alumno y el nacimiento de su vocación literaria, un testimonio que sigue inédito
Patronato Federico García Lorca/Diputación de Granada
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Probablemente la bibliografía sobre Federico García Lorca sea tan extensa como la que existe sobre la Generación del 27. Sin embargo, todavía hay mucho que indagar, hay testimonios sobre la vida y la obra del poeta granadino, asesinado hoy hace 85 años, que merecen ser recuperados porque arrojan nueva luz sobre el autor de «Bodas de sangre». Entre ellos destaca el de Antonio Rodríguez Espinosa, quien fuera su maestro y primer mentor en su Fuente Vaqueros natal y con quien mantuvo una larga amistad hasta el fatídico verano de 1936.
Para poder saber algo más sobre Rodríguez Espinosa tenemos que acudir a un documento escasamente conocido. Son las pocas páginas que redactó para unas memorias que siguen inéditas en nuestro país, aunque algunos pasajes fueron dados a conocer por la lorquista francesa Marie Laffranque en 1967, en su fundamental libro «Les idées esthétiques de Federico García Lorca». Laffranque, siempre dispuesta a echar una mano a los investigadores, facilitó una copia del documento hace varias décadas al escritor Juan José Ceba quien ha dedicado no pocos esfuerzos en seguir los pasos del joven Lorca por Almería. Gracias a él podemos acceder a este documento único que se complementa con otros papeles personales de Rodríguez Espinosa, hoy guardados en el Museo-Casa Natal Federico García Lorca de Fuente Vaqueros.
De cuna humilde
El maestro era natural del pueblo de Gabia la Grande, cercano a Granada, donde había nacido el 12 de agosto de 1876. Sabemos que pertenecía a una familia humilde dedicada a reparar zapatos en una localidad donde la mayoría de los hombres eran destinados a las tareas del campo. Don Antonio optó por dedicarse a la educación y en abril de 1894 consiguió el título por la Escuela de Magisterio de Granada. A finales de ese mismo año fue destinado como maestro de escuela en un pueblo de la Vega llamado Fuente Vaqueros donde permaneció hasta 1901. Fue allí donde tuvo como compañera en las aulas a Vicenta Lorca Romero quien acabaría casándose con Federico García Rodríguez, un rico terrateniente. El 5 de junio de 1898 nació el primero de los cuatro hijos de la pareja: Federico García Lorca. El niño fue bautizado unos días más tarde en la iglesia del pueblo con Rodríguez Espinosa como uno de los testigos.
Ian Gibson, el gran biógrafo del autor de «Romancero gitano», define a Rodríguez Espinosa como alguien que «pertenecía a una nueva casta de profesores profundamente influidos por las ideas progresistas que emanaban de la Institución Libre de Enseñanza». De fuertes ideas liberales, don Antonio incluso hacía cantar «La Marsellesa» a sus alumnos que siempre lo tuvieron en alta estima. El profesor permaneció en la Vega hasta 1901 cuando fue destinado a Jaén para pasar dos años más tarde a Almería. Pese a la distancia, la familia García Lorca mantuvo la amistad y confió en él cuando el niño Federico fue a Almería, volviéndose a ver con cierta regularidad cuando ambos se trasladaron a Madrid.
Hacia el final de su vida, Rodríguez Espinosa empezó a elaborar lo que debían ser unas memorias tituladas «Cosas de Federico García Lorca». Estas empiezan con la llegada del niño Federico a Almería: «Seis añillos contaba solamente el notable Federico García Lorca cuando su padre, íntimo amigo mío, y uno de los hombres más ingeniosos y afortunados que he conocido, le llevó a Almería, donde yo estaba de maestro de la escuela del hospicio, para que me hiciera cargo de su educación. Desde tan temprana edad comenzó este niño a dar muestras de su prodigioso ingenio y fecunda imaginación».
Rodríguez Espinosa no escatima en su texto algunas anécdotas sobre el niño Federico cuando aprendía sus primeras letras en el colegio de Fuente Vaqueros. «Un día le tocó el turno a la Gramática por un adjetivo mal aplicado por uno de los niños. “Vamos, Federico, a ver si te acuerdas cuántos son y cómo se llaman los grados de significación de los adjetivos”. Se quedó un momento pensando y me contestó este disparate: “Cuatro grados bajo cero”. Pero, ¿qué grados son esos? “Pues, el cabo, el sargento, el teniente y el capitán”. ¿Y el cero? “Pues, el cero es el soldado raso”. Estas contestaciones nos hicieron reír y fueron, durante mucho tiempo, empleadas por sus compañeros, para mortificar a Federico. Este simpático Federico no dejaba ninguna pregunta por contestar. Podía ser acertada o errónea la contestación, pero rápidas e ingeniosas, siempre lo fueron».
Don Antonio fue uno de los primeros en saber de la carrera literaria de su alumno. Instalado en Málaga, en 1917, el maestro recibió durante las vacaciones de verano a la familia García Lorca. Don Federico, el padre del autor de «Yerma», quiso saber qué le parecía lo que estaba escribiendo su hijo. Dejemos otra vez que sea el propio Rodríguez Espinosa quien nos cuente lo que sucedió durante una cena en el hotel en el que se alojaban sus amigos granadinos: «Mientras tomábamos el café, me leyó su hijo Federico unos cuantos versos originales suyos ¡muy bonitos! ¡muy bonitos! ¡Y tan bien leídos, como un verdadero artista! Yo quedé asombrado ante la maravillosa imaginación de mi alumno, de las atrevidas y originales metáforas, que le dije a su padre: “Mira, Federico: si tu hijo estudia y sigue por el camino que va será en poesía el as, como lo es Joselito entre los toreros de España”. Cuando Federico obtenía un triunfo en alguna de sus obras, me repetía su padre: “Lo que tú decías, Antonio, lo que tú decías”».
En otras páginas, en esta ocasión escritas para el investigador francés Claude Couffon –y hoy conservadas en el Museo-Casa Natal Federico García Lorca de Fuente Vaqueros– hay algún detalle más sobre esa reunión. Don Antonio le habría dicho al padre del poeta que quería asistir a esa reunión porque «yo que planté el árbol tengo derecho a saborear el fruto». Allí don Antonio nos cuenta qué leyó su discípulo. «Me leyó, primero, una composición titulada “Los cirios”. A nadie se le puede ocurrir, más que a la volcánica imaginación de Federico García Lorca, darles una sensibilidad espiritual a los cirios que en las fiestas de Semana Santa alumbran, chisporrotean y derraman lágrimas de cera, durante los sagrados oficios, como si padecieran al contemplar los dolorosos sacrificios del Redentor, por amor a la Humanidad».
Siguiendo a Caperucita Roja
En su relato, el viejo profesor también recordaba que su discípulo querido «me leyó un romancillo dedicado al cuento infantil de Caperucita Roja. La sencillez del asunto y la riqueza de originales metáforas que la adornaban, también eran del gusto más refinado, qie lo hacían simpático y agradable». Aquella velada literaria concluyó «con una preciosa composición dedicada al Caminito de Santiago.; o sea, a la Vía Láctea, que ha sido en el mundo entero fuente de inspiración de muchos literatos».
Por desgracia, don Antonio Rodríguez Espinosa no llegó a llevar a imprenta este material en el que aparecen no pocas pistas sobre la biografía de su alumno, el mismo que fue asesinado hoy hace 85 años.
El hombre que pagó el billete del último viaje a Granada
Antonio Rodríguez Espinosa siempre estuvo dispuesto a ayudar a Federico García Lorca cuando lo necesitaba. La última vez que se vieron fue en julio de 1936. Los padres del poeta ya se habían ido con destino a Granada, pero Federico todavía no había tomado el tren porque «tengo citados a unos cuantos amigos para leerles una obra que estoy terminando, llamada “La casa de la Bernarda”, porque me gusta oír el juicio que a mis amigos les merece». Pero las cosas se precipitaron. La situación en Madrid era tensa tras los asesinatos del teniente José Castillo y del político José Calvo Sotelo. En el ambiente planeaba una sensación prebélica. «La noche del día 13 del mismo, vino a casa a las 9 de la noche; llamó y cuando le abrió la muchacha le preguntó: “¿Está D. Antonio?” “Sí, señor”. “Pues dígale V. que está aquí Don Homobono Picadillo”. Yo, que conocía sus bromas y además conocí su voz, salí y le dije: “¿Qué se le ocurre al sinvergüenza de D. Homobono?” “Nada más que darle a V. un sablazo de 200 pesetas, porque esta misma noche a las 10 y media me voy a Granada. Hay visos de tormenta y me voy a mi casa, donde no me alcancen los rayos”». Un mes más tarde, Lorca era asesinado.