Crítica “The Velvet Underground”: toda la banda está aquí ★★★★☆
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Título: The Velvet Underground. Dirección y guion: Todd Haynes. USA, 2021, 121 min. Género: Documental.
Todd Haynes no ha querido hacer un documental sobre la Velvet, del mismo modo que “I’m Not There” no era solo un antibiopic de Bob Dylan o “Velvet Goldmine” no era solo una recreación del auge y caída del ‘glam rock’. En plena era del apogeo de los estudios culturales, y explotando su licenciatura en Semiótica en la universidad de Brown, Haynes entiende a la Velvet como un conjunto de signos que conforman un campo semántico que abarca mucho más que la producción musical de una banda legendaria, y las intrigas que adornan sus desgastados pentagramas. Se trata, pues, de invocar las imágenes de toda una época de efervescencia contracultural siguiendo la estela de los cineastas experimentales -con Jonas Mekas, a quien está dedicada la película, y Andy Warhol como luciérnagas en la oscuridad- que la iluminaron. Esas imágenes aparecen como fantasmas desde otro mundo, sobre todo cuando Haynes utiliza los “screen tests” warholianos, y luego los hace chocar contra el contexto histórico en pantallas partidas.
Parece que el director de “Carol” ha buscado en los más recónditos fondos de armario para sacar a la luz todos los planos de los miembros de la Velvet -sobre todo John Cale, que sigue vivo, y que vendría a ser el dandy culto del asunto, y Lou Reed, que fue el rebelde que siempre estuvo ahí, colgado de su propio tormento-, de sus conciertos más clandestinos y sus apariciones más excéntricas (¡John Cale en un concurso de la tele!). Su caleidoscópica mirada no se conforma con la anécdota, sabe definir a sus objetos de estudio con precisión de forense -Cale y sus compañeros de piso, el cineasta Jack Smith y el artista Tony Conrad, escuchando una sola nota para descubrir, como en un mantra secreto, la trascendencia aural del sonido- y los utiliza como síntomas de una época irrepetible, pero sin vanas nostalgias: la época en que la sinfonía de una gran ciudad aunaba la música popular y de vanguardia mientras los cuerpos y las mentes de una generación se desprendían de los miedos de sus padres y, por extensión, de toda una nación.
Lo mejor: Por suerte, Haynes evita la típica estructura del documental musical -cabezas parlantes + canción y/o concierto- para ampliar su campo de estudio.
Lo peor: Los fans irredentos de la Velvet pueden interpretar su enfoque como un método para compensar la escasez de material original sobre la banda.