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“Parténope”: ingenio en clave barroca

JAVIER DEL REAL

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Obra: Haendel. Intérpretes: Sabina Puértolas, Daniela Mack, Franco Fagioli, Christopher Lowrey. Director de escena: Camille Saint-Saëns. Orquesta y Coro del Teatro Real. Madrid, 14-XI-2021
«Partenope, dramma per musica», en tres actos, fue estrenada en Londres, en el King’s Theatre, en 1730. La primera opera italiana había llegado tarde a Inglaterra, concretamente a Londres con «El triunfo de Camila» de Bononcini en 1706. Ante el éxito se crea una compañía en 1719, La Royal Academy of Music . Haendel estrenó en ella «Rinaldo», y en 1722 pasó a dirigirla, quebrando en 1728. Un año después se reabrió y se repuso al poco «Julio Cesar», su ópera más popular, y luego «Parténope» con siete representaciones, seguidas de otras siete en el mismo año.
Son bastantes las obras con el mismo tema, entre ellas las de Vivaldi, Caldara, Bononcini, Vinci, etc. Estamos ante una de las pocas con carácter tragicómico de las más de 40 que compuso Haendel y, poco frecuente, con dúos, tríos, cuartetos y hasta un quinteto. Despistó al público e hizo opinar que se trataba del peor libreto operístico existente, algo que tiene muy en cuenta Alden y de lo que se aprovecha en esta coproducción de 2008 entre San Francisco, Opera Australia y la ENO, en cierto modo ya una referencia en el trato del género barroco. En España se ha escuchado bastante en los últimos años en versiones en concierto. Maxim Emelyanychev con «Il Pomo D’Oro» recorrieron la península en 2016 y hace unos días Les Arts Florissants y William Christie la llevaron semiescenificada al Palau de les Arts de Valencia.
¿Qué busca un espectador cuando asiste a una ópera barroca? Pienso, como crítico de la materia, que un espectáculo que le sea visualmente atractivo, que le ayude a entender los intrincados argumentos, una orquesta a ser posible en estilo y, sobre todo, voces que haga justicia a las enormes dificultades. Lo logra en parte la actual propuesta del Teatro Real. Alden recurre a una dramaturgia paralela en la que la acción tiene poco que ver con la del libreto original, transportándose al París de los años veinte e inspirándose en la figura de la editora Nancy Cunard tras desechar a Thatcher y otras figuras más populares.
Podrían llenarse páginas discutiendo filosóficamente coincidencias entre Parténope y Cunard y cómo Alden las resalta e incluye miles de detalles adicionales, como los guiños a las fotografías de Man Ray y otros muchos que son imposibles de reconocer por el gran público. Trabajo inútil para el espectador medio que solamente serviría para mi pompa personal. El caso es que Alden crea un espectáculo atrayente, lleno de ingenio hasta en el mal gusto de colocar un retrete en la escena lejano a la idea original, muy difícil de entender y que exige que los cantantes sean auténticos actores, llegando a la acrobacia mientras cantan. Sucede como con el estrafalario «Don Carlo» de Konwitschny, que el profundo trabajo resulta admirable y atrae por encima de las críticas que puede suscitar. Ivor Bolton, en lo estrictamente musical, dirige con vivacidad, con tempos acelerados y sin apenas respiro, a veces le convendría reducir volumen para que se escuchen mejor las coloraturas vocales, frecuentemente en un machacón mezzoforte, sin el rigor del estilo barroco de las agrupaciones especialistas citadas al inicio porque la Sinfónica de Madrid no lo es, y olvidando que respirar es también importante en este repertorio. Esta vez, y a tenor de las voces que me llegaban, tenía más interés el segundo reparto que el primero. Franco Fagioli es uno de los grandes contratenores del presente y lo demuestra en sus varias arias de todo tipo, como por ejemplo «Furibondo spira il vento». Christopher Lowrey no solo rivaliza con él, sino que demuestra unas increíbles capacidades escénicas. A la mezzo Daniela Mack le van mejor unas páginas que otras del que es el personaje más interesante. Juan Sancho sale airoso entre tanto gran contratenor y Gabriel Bermúdez cumple en su pequeño papel de incomprensible pasmarote afeminado.
Todos los intérpretes cuentan con una baza en su favor: las carencias vocales que existen quedan sepultadas por sus actuaciones escénicas. Nos queda Sabina Puértolas en el que creo su gran papel hasta el momento. Muy difícil, si es posible, encontrar una soprano ligera capaz de igualar en términos globales su Parténope por físico, por sus excepcionales capacidades como actriz y, también, por sus prestaciones vocales, que culmina en su gran aria del segundo acto. Se lo ha currado. Un admirable gran trabajo. Estas actuaciones marcarán un antes y un después en su ya brillante carrera. Estaba justificado acudir a este segundo reparto. A fin de cuentas, un espectáculo que, con algunas objeciones apuntadas, sin duda merece la pena verse y escucharse.

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