Carlota Gurt: “En general las mujeres se conocen mejor a sí mismas y son más inseguras que los hombres”
La autora catalana se estrena en el terreno de la novela con “Sola”, una intrincada y poética ficción sobre los precipicios que construyen la soledad
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Traduce, escribe, lee, fracasa y ronca. Si nos atenemos a la expresiva y sucinta descripción biográfica que figura en el perfil de Twitter de Carlota Gurt podemos incurrir en la idea de que las actividades cotidianas de la escritora no solo no distan en exceso de las de cualquier persona que se dedique profesionalmente al mundo de las letras –bramidos nocturnos incluidos–, sino que son lo suficientemente endemoniadas y reconfortantes como para practicarlas sin miedo. Tras más de diez años dedicada plenamente a la traducción y avalada en términos literarios por un compendio de cuentos llamado “Cabalgar toda la noche” que en el año 2019 la hizo merecedora del reconocido Premio Mercè Rodoreda, la autora catalana se inicia en el terreno de la novela con “Sola” (Libros del asteroide), una radiografía intrincada y poética, “rabiosa y femeninamente violenta” -Gurt dixit-, que transita por la complejidad que entrañan los distintos tipos de soledades y orbita por los diferentes precipicios a los que en ocasiones la propia libertad se asoma.
Atravesada por sombras familiares del pasado y alejada de la condición de trasunto, el peso narrativo de la historia recae en esta ocasión sobre los hombros de una mujer, Mei, que sobrepasa los cuarenta y que, después de concatenar una serie de infortunios relacionados con el trabajo (un despido inminente) y con el matrimonio (una apatía conyugal desalentadora) se ve en la necesidad de encontrar refugio en la reclusión voluntaria que tiene lugar en la antigua masía familiar con el fin último de escribir la gran novela que lleva años rondándola. Defensora de la soledad elegida, madre de tres hijos, ducha con los números, consciente del predominio masculino dentro del canon y elegante exploradora de la belleza del lenguaje, Carlota Gurt parece conservar a través de su estilo el carácter elocuentemente creativo de las artes escénicas, ámbito en el que trabajó durante años. Ahora nos acercamos a la autora para, entre otras muchas cosas, hablar de esa amante inoportuna (como diría el de Úbeda) que se sigue llamando soledad.
¿Tenías cosas que demostrarte con la escritura de esta primera novela?
Sí, demasiadas seguramente. Me parecía que no sería capaz de escribir una novela, lo veía demasiado complicado: aguantar la tensión tantas páginas, crear una historia suficientemente potente, etc. En el fondo, también empecé a escribir para llevarme la contraria: toda mi vida me había considerado una persona poco creativa, demasiado científica (era la típica niña que sobresalía en matemáticas). Creo que es interesante buscar tus propios límites, autocuestionarte. No sabemos de lo que somos capaces hasta que lo intentamos. Y fracasamos. O no.
¿Consideras que hay más trascendencia en lo cotidiano que en todo aquello que forma parte del terreno de la ficción?
Para mí, lo cotidiano puede ser la base de la ficción tanto como lo puedan ser elementos más insólitos. No es, creo, una cuestión de trascendencia, si no de proximidad con la vida real.
En este debut nos encontramos con una protagonista que inicialmente no elige la soledad, sino que esta soledad le viene impuesta por la situación de desmoronamiento que está atravesando. ¿Hay tanta diferencia entre la soledad elegida y la soledad impuesta?
En el fondo, son lo mismo, pero cuando decimos “elegida” nos centramos en ver los aspectos positivos, mientras que cuando la tildamos de “impuesta” nos centramos en los negativos. Pero ambas caras existen en todas las soledades: como en cualquier cosa hay una parte buena y una mala, la diferencia es nuestra capacidad para ver solo, o sobre todo, una de esas dos partes. La mirada sesgada es siempre un engaño.
Parece que seguimos estigmatizando la soledad de las personas y asociándola a una serie de carencias individuales o de fallos en el funcionamiento de las habilidades sociales. ¿Por qué miramos con escepticismo a una persona que está comiendo sola en un restaurante o sentada en una butaca de cine?
Creo que tenemos un doble rasero para la soledad: o la consideramos como algo trágico, triste, aborrecible; o la consideramos como un síntoma de ineptitud social o de misantropía. Nos cuesta vivir en los grises, el blanco o negro es más práctico, porque le da un mensaje claro al cerebro para interpretar el mundo, para funcionar. Pero las cosas son más complejas: puede que alguien esté solo por misantropía y, a la vez, la soledad le resulte trágica; puede ser también que estemos felizmente solos sin que eso tenga una lectura negativa. Yo prefiero ir al cine sola que acompañada, y me encanta comer sola en un restaurante. La soledad no es eso. La soledad es más sutil, es una gota malaya de momentos que te van perforando el alma: una única gota no supone un problema, el problema viene con la sucesión de gotas.
¿Te interesa más la autoficción como herramienta con la que orientar la metodología de tu escritura o como potencial lectora? ¿Consideras que se abusa de ella?
Yo no escribo autoficción. Es indudable que cuando escribes metes siempre un pedazo de ti en el texto, de modo que en cierta forma todo tiene siempre algo de autoficción. La autoficción pura me interesa, pero también me cansa. Es como preguntar si te gustan las novelas epistolares: bueno, me puede gustar el género, pero siempre habrá obras buenas y obras malas. Seguramente abusamos de la autoficción, pero es inevitable: nos refleja como sociedad, como individuos que ya no sabemos quiénes somos y necesitamos explicarlo, explicarnos. Diría incluso que es un síntoma de la soledad en la que vivimos: la soledad en cierto modo es la sensación de que nadie sabe ni quiere saber quién eres, de ahí la necesidad de gritarlo, de escribirlo.
Mei encuentra refugio en la casa donde creció y lo convierte en un salvoconducto de inspiración (aunque también de atormentados recuerdos). ¿Qué importancia tiene el aislamiento en el proceso creativo?
Lo del aislamiento en el proceso creativo me parece un tópico idiota. Para crear, tu cerebro debe estar estimulado: todo lo que ves, lo que oyes, lo que vives se mete en lo que escribes, te da ideas, te pone en marcha el engranaje mental. Escribir solo y encerrado no creo que sea una buena idea. Sí que hace falta, encontrar espacios para aislarse un poco del mundo, pero vivir siempre aislado me parece muy contraproducente para escribir.
¿Contemplas esperanzada la proliferación de voces femeninas en la literatura contemporánea? ¿O sientes que vuestra palabra en realidad siempre ha existido, pero antes os resultaba un poco más difícil utilizarla?
Lo vivo con esperanza, pero siendo muy consciente que queda un largo trecho por recorrer: la mirada del canon es muy masculina (lo que consideramos de calidad y lo que no) y forma parte también de la manera de mirar y de leer de las mujeres. Es como el catolicismo: si has nacido en España, da igual si eres católico o no, porque el catolicismo lo impregna todo, forma parte del paradigma. En literatura pasa lo mismo: la mirada canónica lo impregna todo. Nuestra palabra siempre ha existido, pero es obvio que en menor cantidad.
¿Qué emociones has sido capaz de nombrar por primera vez escribiendo esta novela?
No diría que la haya nombrado o descubierto, pero sí que le he dado rienda suelta: a la rabia. A menudo explico que el título ”Sola” puede resultar un poco equívoco porque parece que sea una novela lacrimógena y no lo es en absoluto. Es una novela muy rabiosa y femeninamente violenta. Es un grito a la rebelión personal.
¿Tienen las mujeres más dificultad a la hora de aceptarse en soledad que los hombres?
No sabría qué decirte, hacer generalizaciones siempre es peligroso. Me parece que en general las mujeres se conocen mejor a sí mismas, son más introspectivas, y también que son más inseguras, seguramente a consecuencia de lo primero. Creo que dudar es esencial, y puede que muchos hombres duden demasiado poco, o menos (o nieguen la duda que tienen dentro).
¿La maternidad ha hecho en algún momento de tu vida que te relaciones con la soledad de una manera diferente? ¿Que aprendas a desearla en vez de temerla?
La maternidad, sobre todo los primeros años, es muy absorbente; te diluyes en la familia, pero lo haces porque te apetece y puede ser precioso y a la vez asfixiante. De nuevo: los grises. Y sí, claro, a veces deseas y necesitas estar solo, en mi caso, sobre todo porque necesito hablar conmigo misma un rato y ponerlo todo mentalmente en orden. A veces, cuando me entrevistan, me digo si este tipo de pregunta se la harían a un hombre, a un escritor. Y diría que la respuesta es no. Eso también forma parte de la mirada masculina que llevamos dentro.
La relación enredada y dolorosa que tiene la protagonista con su madre adquiere un peso esencial en la construcción de su carácter. ¿Seguimos siendo herederos de esa obligatoriedad familiar un poco católica a la hora de aceptar a nuestros progenitores o a nuestros hijos sin objeciones?
Es lo que te decía antes: el catolicismo. Honrarás padre y madre etc. Y sí, claro que hay que honrarlos, pero en la medida que lo merecen, no a ciegas, no porque sí. La relación con los padres siempre nos marca para bien y para mal, toda paternidad es terrorífica porque implica ejercer un poder sobre tus hijos; aunque no lo quieras, lo tienes, y la responsabilidad pesa, incluso aplasta.