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El último e inesperado Macondo de García Márquez

Después de años de un secreto a voces, Gustavo Tatis Guerra desvela la identidad de Indira Cato, la hija secreta de Gabo
larazon
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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El mundo sigue siendo tan reciente como lo era en tiempos de Aureliano Buendía pero ya nada carece de nombre y afortunadamente no hace falta señalar las cosas con el dedo para mencionarlas, basta con escribirlas para que existan. Así, entrando sin miedo en el juego deductivo, podemos incurrir en la idea de que la hija secreta de Gabriel García Márquez, llamada Indira Cato y de la que nada se había concretado hasta ahora pero sobre la que mucho se había intuido, tal y como publicó el pasado domingo el periodista Gustavo Tatis Guerra en “El Universal”, es ya una realidad constatable.
Ocho años de rumorologías, de habladurías tímidas, de discretos susurros contrastados, de sospechas conscientemente certeras que comenzaron a sobrevolar los mentideros de la intelectualidad literaria latinoamericana y de los círculos más cercanos tras el fallecimiento de Gabo avalan la poca prisa que había por hacer pública una noticia que, además de interpelar de forma directa a un episodio de la vida de una las figuras periodísticas y literarias más sobresalientes y notorias del siglo XX, podría ensombrecer ligeramente la pulcritud íntima y personal tan histórica y erróneamente atribuida a ese amplio compendio de grandes figuras de la cultura.
“Nombrar a Indira era como navegar en aguas clandestinas, de una intimidad y una privacidad blindadas en el tiempo. Es el ámbito de la vida secreta del escritor. Nadie quería que ella se sintiera vulnerada por nada”, reconoce Guerra subrayando el exceso de cautela y de caricia con el que se ha decidido tratar el acontecimiento. Y prosigue: “El nombre de Indira ha estado con nosotros todos estos años, como el más sagrado e íntimo secreto de García Márquez. Y esperábamos que los años maduraran las palabras precisas para contarlo. ¿Cuándo será?, era la pregunta de los desvelos al amanecer. Buscamos los caminos para llegar a Indira y Susana, su madre, y a través de emisarios comunes, amigos de la familia de García Márquez, de sus hijos, y de Susana Cato, les dijimos que la noticia se revelaría desde Cartagena”. Lo cierto es que esta historia (que pese a los murmullos, ha caído con dosis considerables de asombro y sorpresa en México), protagonizada por una repentina revelación de la que derivan interrogantes e inquietudes, está cargada paradójicamente de los mismos tonos fabuladores, expresivos e imaginarios que inundaban el realismo mágico del escritor. Toda su cronología afectiva parecía asentarse en el terreno de lo seguro hasta que ha dejado de ser así.

Con el amor sí se juega

Sin haber reclamado nunca el apellido del genio colombiano, Indira Cato nació fruto de una relación del autor de “Cien años de soledad” con la promotora cultural y escritora mexicana Susana Cato. Pese a que no han trascendido los detalles fechados de los encuentros ni la intensidad con la que éstos tuvieron lugar, así como tampoco se ha concretado el nivel de implicación sentimental que ambos mantuvieron, el primer contacto se gestó con la involuntaria mediación de Fidel Castro, en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, una institución creada por iniciativa de Márquez y patrocinada por el entonces gobernante cubano. Con posterioridad, volvieron a coincidir para, esta vez, trabajar juntos en la elaboración del guion de la película “Con el amor no se juega” dirigida por Carlos García Agraz, José Luis García Agraz y Tomás Gutiérrez Alea en 1991 y del cortometraje “El espejo de dos lunas”.
En 1996, apenas cuatro años después de su primera colaboración profesional, ella le entrevistó para la revista “Cambio 16″ y, puestos a seguir creyendo en el bosquejo liviano y casuístico de la narrativa fantástica que parece invadir no solo la obra, sino también la vida de Gabito, quién sabe si no fue entre el desafío intelectual de las preguntas y la intensidad retórica de las respuestas donde surgió el amor, la atracción o el mero deseo, que llegado el momento, pueden llegar a ser la misma cosa.
La existencia de Indira, lejos de haberse mantenido completamente oculta entre familiares del escritor o haberse interiorizado como una incómoda vergüenza de difícil borrado, se habría vivido como una realidad discreta y digerida, incluso por la propia Mercedes Barcha, compañera de viaje infinita del autor regada en todos sus libros, presente en todos sus días, cuyo reciente fallecimiento ha podido postergar el anuncio de la paternidad en cuestión. “La tengo aquí, atravesada como un venablo en la bomba circulatoria, en una terrible cosa entre tiempo y espacio, viento y marea, que no sé si sea amor o muerte. De todos modos, es algo tan tenebroso que no habrá más remedio que disolverlo en una buena pócima matrimonial, con cucharaditas suministradas tres veces al día, hasta la hora de la muerte, amén”, contaría por misiva el de Aracataca sobre el inicio de su compromiso con Mercedes (a quien llevaba pretendiendo desde prácticamente los 13 años) a su amigo Francisco Padilla en los albores de la década de los cincuenta.
Tal era la asimilación normalizada del asunto que, tal y como señala Guillermo Angulo, amigo personal de Márquez, el interés por su hija siempre fue más generoso que relajado, hasta el punto de que “le dio una casa en una zona muy bonita y un coche. En México saben que ella es hija de Gabo, pero todos allá son respetuosos de la vida privada”, explica. También Rodrigo García Barcha, hijo mayor del escritor, aludió de forma velada a episodios de la vida privada de su padre en el libro publicado el pasado año “Gabo y Mercedes: una despedida”, aunque sin explicitar ningún nombre ni dato fastidioso: “Cuando murió Gabo escribí la primera parte o la principal en la que estaba muy presente mi madre pero siempre supe que no hubiera visto con buenos ojos la publicación, a pesar de que no revelo nada particularmente y no hay trapitos sucios. Era muy cuidadosa de la vida privada”, llegó a puntualizar en su momento para una entrevista de un medio argentino.
Asimismo, Gabriel Eligio Torres García, sobrino del escritor, ha confirmado, en declaraciones para Efe, la existencia de su prima: “Ella es un poco tímida, de hecho ha sido un proceso bastante lento el acercamiento de ella al resto de la familia; pero sí claro, Indira, nosotros tenemos una comunicación con ella, muy buenas relaciones”, comentó el también escritor. En definitiva, se trata de la consagración de un secreto a voces, pero como dice Rosa Cabarcas, la dueña de esa casucha clandestina y abigarrada que aparece en la destacable obra del Premio Nobel, “Memoria de mis putas tristes”; “también la moral es un asunto de tiempo”.

El nombre de un secreto

El origen del nombre de Indira (en la imagen de arriba), esta joven de treinta años, apasionada y talentosa productora de cine con una visión social, ética y estética del oficio que en 2020 ganó más de quince premios por la producción de su primer documental, “Llévate mis amores”, podría deberse a un homenaje a la ex primera ministra de la India, Indira Gandhi. Su amistad con García Márquez empezó durante un viaje que el escritor hizo a Nueva Delhi con motivo de la VII Cumbre de los Países No Alineados. “El aura de Indira hechizó al escritor, quien tuvo el pálpito tremendo de que aquella mujer se parecía a las mujeres de Aracataca”, cuenta Torres en el artículo.