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Agente literaria de Alejandro Dumas, viajera incansable y visionaria: así era la Baronesa de Wilson

Una biografía recupera a esta figura española que frecuentó a Isabel II, tuvo una hija con Zorrilla y fue la primera autora de guías de viaje

La granadina Emilia Serrano García recorrió sola toda América
La granadina Emilia Serrano García recorrió sola toda AméricaArchivoArchivo

Posiblemente, para el común de los lectores, el nombre de Emilia Serrano García no les diga nada en absoluto; lo mismo sucedería si decimos Baronesa de Wilson, aunque el título dé más empaque a la persona que estuvo detrás de él, si bien fuera, curiosamente, una autodenominación y no una distinción oficial. Sin embargo, a esta mujer le sobran atractivos para querer adentrarse en su vida; y así lo habrá entendido Pura Fernández, doctora en Filología Hispánica, periodista y profesora, que en efecto ha encontrado un sinfín de alicientes con los que elaborar un grueso libro, «365 relojes. La Baronesa de Wilson» (Taurus). La alusión al título de esta investigación la presenta la autora nada más empezar su texto: «365 relojes, un vago título nobiliario y algunos libros en el desván. Ese era el recuerdo persistente que el escritor Agustí Bartra rescataba de su infancia en la modesta pensión de sus padres en la Barcelona de principios del siglo XX».

Una imagen de Emilia Serrano con veinte años
Una imagen de Emilia Serrano con veinte añosArchivoArchivo

Tal recuerdo era el de una señora octogenaria que, al pasar por apuros económicos, recurría a su lujosa colección de relojes para pagar el alquiler de su habitación. Y no obstante, antaño esa dama lo había sido todo en la sociedad, hasta el punto de que «llenó miles de páginas en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del XX», dice Fernández. «Sus peripecias la convirtieron, en palabras de sus coetáneos, en “la mujer más célebre de América”; y esos 365 relojes la acompañaban en cada travesía como la metáfora perfecta de una exploradora impenitente que cartografió y midió los mundos conectados cuando aún no se habían consensuado los meridianos». Y es que la Baronesa fue una gran viajera, muy en especial por lugares remotos de la América más agreste y a través de mares y océanos, desde que empezó a destacar en el París del Segundo Imperio, que vería la boda entre Eugenia de Montijo y Napoleón III. En aquella ciudad que iba sofisticándose tanto, una joven Emilia Serrano surgía como empresaria de revistas pensadas para las lectoras de la América de habla hispana.

Feminista entre personas poderosas

Tal fue su impronta en el París de entonces, que se convertiría en la representante y traductora al español de Alexandre Dumas –este le dijo: «Disponga usted, como guste, de mi pluma [para llegar] a los habitantes de la América del Sur que hablan el idioma de Cervantes y de Calderón»–, y protagonizó incluso polémicas con otros grandes escritores como Lamartine y George Sanden torno a asuntos de derechos de propiedad intelectual.

Ella misma también firmó una enorme cantidad de textos entre artículos, cuentos, poemas, obras teatrales, novelas, biografías y libros de viajes, siendo, a la vez, así la llama Fernández, «la gran impostora de las Letras decimonónicas»; pero una impostora que conquistó «el reconocimiento en España y en los países americanos con un férreo control de su imagen pública, en tanto que su vida privada basculaba entre el escándalo acallado y la gozosa exploración del mundo más allá de los límites impuestos a su género, supeditado a la singladura de un nombre de varón (padre, esposo, hermano o hijo) que la redimiera del anonimato».

Se sirvió así de referencias falsas, con viudeces y matrimonios inexistentes de por medio, y ocultando que tuvo una niña con el dramaturgo José Zorrilla que murió a los cuatro años. «Una farsante», sigue explicando la biógrafa, «que difundía manuales de educación moral y doméstica femenina y una defensora de la formación profesional y de la independencia de la mujer». Realmente, ambición no le faltó: entre sus proyectos, se contó una historia general de América en veinte volúmenes, y «un negocio de suscripción que bien pudo ser un fraude». Sea como fuere, qué encanto irresistible guardaría Emilia para que llegara a frecuentar la corte de Isabel II o a ser una persona de confianza nada menos que para todo un presidente de una nación, el mexicano Porfirio Díaz.

En eso fue toda una visionaria, pues entendió pronto que Latinoamérica representaba el futuro frente a una Europa que parecía envejecida y caduca, todo lo cual la llevó a ser una promotora de la confederación americana, con el apoyo financiero del gobierno de México. El hecho de que en vida fuera objeto de dos biografías, la primera de Ramón Elices en el citado país, y le hicieran retratos algunos de los mejores artistas de la época ya lo dice todo. La pregunta clave es por qué alguien de semejante celebridad ha permanecido en el completo olvido desde que muriera, arruinada y sola, en Barcelona, en 1923, rodeada de sus 365 relojes y unos pocos libros; toda una fascinante trayectoria en que su propia vida fue «su mejor creación, como la más resistente y fascinante mentira con la que dio coherencia a las expectativas que el ser mujer imponía en el siglo XIX».

Una viajera consumada

Con diecinueve años, Emilia Serrano viajó sola a Londres y más adelante, se trasladó a París, en 1853. Allí la seguiría el que era su amante, el escritor José Zorrilla, sí, el autor del famoso drama “Don Juan Tenorio”, a quien, cuenta Pura Fernández, “su esposa abandonada persiguió a través de las embajadas y consulados europeos y americanos”. De hecho, la Baronesa, por su parte, recorrió Europa entera y además fue autora de las primeras guías turísticas de viaje para americanos por Francia, Bélgica, Inglaterra, Irlanda y Escocia.
Asimismo, viajó al continente americano en seis ocasiones, donde logró que la recibieran como una dama muy distinguida gracias a los contactos que estableció en el ámbito de la masonería, con todo tipo de actos preparados en su honor, como veladas poéticas o banquetes. Por otro lado, allí pudo conseguir que le abrieran archivos gubernamentales que habían permanecido cerrados hasta entonces para los investigadores. Y todo lo hizo poniendo en práctica lo que dice el epígrafe que abre el libro, extraído de “Más allá del bien y del mal”, de Friedrich Nietzsche: “Hablar mucho de uno mismo es una manera de ocultarse”.