El libro de cabecera

Michel Onfray, el filósofo impertinente que deberían leer en Moncloa

La Filosofía al poder; en «El cocodrilo de Aristóteles», el autor aprovecha la pintura para vehicular de forma asombrosa la historia del pensamiento como ya hiciera en «La Vitesse des simulacres», donde buscó los límites expresivos de la escultura

«La muerte de Sócrates» (1787), pintura del artista francés Jacques-Louis David
«La muerte de Sócrates» (1787), pintura del artista francés Jacques-Louis Davidlarazon

Polemista, iconoclasta, exégeta del placer, enemigo declarado de la moral hegemónica... Onfray constituye uno de los más lúcidos representantes del pensamiento contemporáneo. Si en un ensayo como «La Vitesse des simulacres», el francés exploró los límites expresivos de la escultura, ahora, con «El cocodrilo de Aristóteles», es la pintura la encargada de vehicular la pulsión filosófica. Concretamente, lo que este libro traza es una historia de la Filosofía a través de la pintura. Y, claro está, un propósito así induce a pensar –como, de hecho, así sucede– en que la participación de la pintura en dicha empresa no se puede producir si no es a través de su instrumentalización.

La pintura le interesa a Onfray en la medida en que le permite hilvanar una historia de la Filosofía desde Pitágoras hasta Derrida. Hasta aquí todo correcto y perfectamente legítimo. Pero, ¿qué tipo de instrumentalización efectúa Onfray? ¿Se trata de anular completamente la pintura hasta convertirla en mera ilustración de cada uno de los filósofos examinados o, por el contrario, con su mediación la pintura obtiene una «ganancia»? La segunda opción es la válida. De hecho, busca en cada cuadro seleccionado el «analogon» que sirve para expresar un sistema filosófico concreto. ¿Y qué es el «analogon»? Según sus propias palabras, «el objeto que sirve para expresar el todo: es el nombre de la metonimia pictórica». En cada obra, Onfray busca el detalle –la jarra para Sócrates, el cocodrilo para Aristóteles, el candil de Anaxágoras, las lágrimas de Heráclito...– a partir del cual se reconstruye un modelo de pensamiento. La pintura tiene esta capacidad de resumir, de condensar todo un sistema en un gesto o elemento. Y, como consecuencia de localizar repetidamente el «analogon» de cada pieza examinada, Onfray perfila un proyecto ontológico, «el de la pintura».

Pero, más allá de la especificidad de la relación que el francés establece entre los mundos filosófico y pictórico, lo interesante de su nueva propuesta es que en ella traza una historia de la filosofía desde sus inicios hasta el posestructuralismo de finales del siglo XX. Y la singularidad de esta historia de la Filosofía es el equilibrio que mantiene entre lo reflexivo y lo divulgativo. Onfray ha ideado un libro que servirá tanto a los iniciados como a los no iniciados. Porque existe un empeño en que lo sustancial del pensamiento filosófico llegue al mayor espectro de población posible.

Precisamente, la publicación de este volumen –con su objetivo de «universalizar» las claves del pensamiento occidental– surge en un contexto marcado por la polémica eliminación de la asignatura de Filosofía del currículum de la ESO. Cierto es que la asignatura ha sido blindada en el Bachillerato con una asignatura obligatoria y otra optativa, pero la realidad es que ha quedado excluida del ciclo de formación obligatoria. La nueva asignatura incluida sobre valores cívicos no se puede considerar un equivalente de ella, entre otras razones, porque no va estar vinculada a los departamentos de Filosofía de los centros. Además, solo disfrutará de una hora de docencia a la semana y en un único curso. En contraposición, el nuevo currículum contempla dos nuevas asignaturas sobre digitalización y emprendimiento cuyo interés, a priori, es indudable, pero que merece ser sometido a reflexión.

«Digitalización» y «emprendimiento» constituyen materias con un claro sentido instrumental. Es necesario que los jóvenes tengan las competencias necesarias para enfrentarse al entorno digital en el que vivimos y para saber desarrollar con éxito sus ideas en un mercado tan competitivo y menguado como el actual. Pero para materializar tales ideas, primero hay que generarlas. Y es en este punto donde los programas educativos han de volcarse para multiplicar los espacios de producción de conciencia crítica. De ahí que resulte difícil de comprender la razón de la retirada de la Filosofía del currículum de la enseñanza obligatoria.

Es indudable que la raíz del problema que ahora se expone es de carácter epocal y afecta de lleno a la consideración que las humanidades tienen en nuestra sociedad. La pérdida de peso que la Historia, la Filosofía o el Arte evidencian en la actual sociedad productivista es pasmosa y conduce a la preocupación. El sentido de lo útil –entendido como aquello que ofrece unos resultados inmediatos y tangibles– ha desplazado el espíritu de las humanidades por su supuesto escaso pragmatismo. Esta tendencia se agravó por la pandemia y el triunfo de un discurso a estas alturas imparable: solo la ciencia nos puede salvar. Es evidente que únicamente la investigación alumbrará vacunas y antivirales que eviten muertes y que resulta necesario invertir más en ciencia. Pero la constatación de este extremo no puede tener, como efecto secundario derivado, un mayor estrangulamiento de las humanidades y, por inclusión, de la Filosofía.

De hecho, si existe un cambio de paradigma que puede hacer virar a la sociedad hacia sistemas de convivencia más justos y esperanzadores este no es otro que el fortalecimiento de las humanidades. O les ofrecemos a nuestros jóvenes los instrumentos necesarios para su desarrollo como sujetos críticos o estaremos lastrando con una tara insoportable a las nuevas generaciones. Ninguna asignatura cambió tanto mi estructura de pensamiento como la de Filosofía. Es necesario que todos los jóvenes se inicien en ella en el ciclo formativo obligatorio. Quién sabe las vidas que una sola asignatura puede cambiar.

  • «El cocodrilo de Aristóteles» (Paidós), de Michael Onfray, 240 páginas, 26 euros.

¡Cuánto pinta la Filosofía hoy!

Por Toni Montesinos
Últimamente se está poniendo de moda la elaboración de libros sobre la historia de la pintura que intentan librarnos de prejuicios o academicismos encorsetados que hayan dado validez a apreciaciones convertidas ya en axiomas. Y esta parece haber sido la intención de Michael Onfray en «El cocodrilo de Aristóteles. Una historia de la filosofía a través de la pintura» (traducción de Rosa Bertrán y Marta Bertrán Alcázar) a partir de treinta y tres obras realmente interesantes. Pero, ¿cómo se «pinta» la filosofía? Este especialista en el mundo filosófico, muy popular en su país y de prestigio internacional, ha elegido un método para ello. De tal manera que se fija en un objeto pintado para ilustrar el pensamiento de autores relevantes. Empieza refiriéndose a un lienzo de Rembrandt, «Filósofo meditando», cuyo título en realidad esconde un tema bíblico que es lo que debería ser comentado en primera instancia, aunque los historiadores del arte no lo hayan hecho a su juicio. El ejemplo le sirve para ilustrar cómo es de necesario poner bien el foco analítico. Es más, según Onfray (nacido en Argentan, Francia, en 1959), la Filosofía no empezó en la antigua Grecia, con los presocráticos, en el siglo VII antes de nuestra era, al hacer un paralelismo con la pareja formada por Dios y Cristo: Platón sería el idealista, y a su profeta, Sócrates, que no escribió nunca nada y que, simbólicamente, fue crucificado por la democracia ateniense. Como decíamos, en el libro se ofrece un elemento de un cuadro protagonizado por un filósofo para darnos otra perspectiva de la pintura, como en el primer caso, Salvator Rosa, con «Pitágoras y el pescador»; lo que lleva a Onfray a explicar que «en la concepción del mundo de Pitágoras, el alma de su padre podría muy bien reencarnarse en el cuerpo de un gato o de un perro, de un buey o de un pez». Y lo mismo hace con Anaxágoras y un candil, con Heráclito y unas lágrimas, con Diógenes y una lámpara, con Aristóteles y un cocodrilo... y así pasando por otros autores fuera del marco antiguo grecolatino como Agustín, Descartes, Kant, Montaigne, Rousseau, Voltaire o Nietzsche.