Cancelaciones en la Universidad: violencia 1, razón 0
Marino Pérez y José Errasti han sido objeto de ira y cancelación «woke» por su ensayo «Nadie nace en un cuerpo equivocado»
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Es curioso que sean, precisamente, aquellos que niegan la existencia de una cultura de la cancelación los que no tienen ningún reparo en aplicar sus tácticas y defenderlas. Y no menos curioso que aquellos que alertan de sus peligros y avances, los que defienden que el disenso y la crítica desabrida son amparadas también por la libertad de expresión, y que manifestar y aceptar ambos es, no sólo aceptable, sino necesario, sean los que la sufren. Andrew Doyle, en su ensayo «La libertad de expresión y por qué es tan importante» define la cultura de la cancelación como una metáfora que «sintetiza un método de represalia que consiste en avergonzar públicamente y en boicotear a alguien» por sus opiniones. Y pese a ser un método desarrollado habitualmente en redes sociales, sus consecuencias alcanzan a la vida analógica. Últimamente, además y contra todo pronóstico, también a la Universidad. El último ejemplo, que ni es el primero ni, desgraciadamente, parece que vaya a ser el último, tuvo lugar la pasada semana en la Universidad de las Islas Baleares, en Mallorca, donde iba a celebrarse una conferencia de los profesores José Errasti y Marino Pérez, autores del ensayo «Nadie nace en un cuerpo equivocado», en el que abordan de manera rigurosa y desprejuiciada el espinoso debate sobre la identidad de género.
Protestas y legitimidad
«Desde una semana antes ya sabíamos que iba a haber protestas y concentraciones en contra», comenta el profesor Marino Pérez, «lo cual es una forma legítima de expresar una opinión y a nosotros nos parecía aceptable. Poco a poco fueron llegando ya carteles y convocatorias más inquietantes, incluso fotos de nosotros con los ojos tachados. Y la noche previa se intercepta un documento de manejo interno de los activistas donde con todo detalle se indicaban los pasos a seguir para reventar el acto: desde dónde concentrarse a cómo entrar en el acto confundiéndose con el público, quiénes debían mantener perfil bajo para grabarlo todo y dónde debía situarse, en qué momento y de qué manera interrumpir, cuándo desplegar pancartas… Todo concienzudamente preparado. No fue algo espontáneo en absoluto», opina.
«Nosotros lo pusimos en conocimiento del rectorado inmediatamente», añade José Errasti, «y una hora antes del acto, el rector nos comunica que se suspende el acto porque no pueden garantizar nuestra seguridad ni la de los demás asistentes. Durante esa reunión, el rector, Jaume Carot, se muestra muy indignado, que le duele tener que cancelarlo porque va contra todos los principios y valores de la institución pero que no puede garantizar nuestra seguridad, que le avergüenza ser el rector de una universidad en la que ocurren este tipo de cosas».
Sin embargo, el comunicado emitido por el rectorado a los pocos minutos no hace referencia alguna a las amenazas ni a la presión de los grupos activistas. La «imposibilidad de garantizar las medidas de seguridad» bien podrían deberse a imprevistos meteorológicos, desperfectos estructurales del edificio o irremediable torpeza de los ponentes. Aún así, el hecho de no poder garantizar la seguridad de los asistentes es el reconocimiento explícito del carácter violento de las protestas, pues de ser pacíficas estas no sería necesario proteger a nadie al entrar la manifestación del desacuerdo dentro de los límites de la libertad de expresión y de los términos del debate. Aclara el rectorado en la nota, como si fuese necesario, que «rechaza frontalmente la transfobia» y que «el hecho de que en la UIB se presenten ideas en el marco de un debate académico no implica que la Universidad comparta o haga suyas estas ideas». Siendo tan obvia y prescindible esta observación, cabría pensar que la UIB está intentando marcar distancia con el contenido de la conferencia que no se celebró, bien por congraciarse con los activistas o bien porque considere que el contenido de la misma es tránsfobo. Nada más lejos de la realidad, lo que denotaría que tampoco ellos han leído el libro, como así han confesado muchos de los que lo han criticado.
«Los derechos de todas las personas habrán de sostenerse en un marco de libertades universalista, sin distinciones ni privilegios de ningún tipo» (pag. 254). «El movimiento ‘’queer’' no es una locura estrafalaria que aparezca mágicamente de la nada. Por el contrario, parte de un problema real, como es la existencia –cada vez mayor en una sociedad cada vez más abierta como la nuestra– de personas que no encajan o no se identifican con los estereotipos socioculturales de su sexo. A esto es necesario sumar un trato claramente discriminatorio de la sociedad contra estas personas, objeto de maltrato, invisibilización y humillación a lo largo de la historia. Por tanto, de entrada cabe reconocer a este activismo el mérito de haber abordado un tema que exige una solución», (pag, 277). «Bienvenidos son el respeto y los derechos de las personas trans, gracias al activismo, esperando que se traduzcan en tolerancia social para la diversidad de género (…)», (pag. 239). Son solo algunos extractos del libro, hay muchos más, que demuestran, a poca atención que ponga el lector (pero hay que leer, claro), que el ensayo no destila ni un ápice de transfobia: tan solo aborda abiertamente un debate necesario y argumenta, defendiéndola, una postura concreta ante él. ¿Cuál es el problema entonces? Pues ese, precisamente.
Censura inaudita
Tatiana Casado, presidenta de la asociación Ben Amics de Mallorca y Vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UIB, lo dejaba claro ante las cámaras, quizá sin darse cuenta de lo que estaba diciendo realmente: «Estamos aquí porque hay una presentación que abre un debate que nosotros consideramos que no se ha de debatir. (…) no es adecuado para nuestra ciudadanía establecer falsos debates». Y añadía: «El libro no nos lo hemos leído, si te soy sincera, pero abras por la página que abras encuentras un falso debate academicista». Un libro que no han leído. Estas declaraciones eran efectuadas a las puertas de la librería en la que sí pudieron presentar su libro los autores, pero con la policía en la puerta. «Algo totalmente inaudito en democracia», manifestaba Pérez, «que furgones policiales tengan que proteger una librería».
«Se está intentando convertir una polémica académica en una cuestión moral», explica Errasti. «El debate académico tiene unas reglas en donde gana el que mejor argumente pero el debate moral simplemente lo gana el que invoque mayor moralidad, el que se dé más golpes en el pecho. Nadie discute que, efectivamente, estas minorías han sido víctimas de marginación, de maltrato, de señalamientos y de invisibilización. Lo que se está intentando es entender qué ocurre y, para entender, el debate es necesario y la invocación moral no tiene ni pies ni cabeza».
Este hecho, que podría ser anecdótico, sienta sin embargo un antecedente preocupante y gravísimo. El mensaje que el rector de la UIB lanza a todos los activistas es que cuanto más violentos, más fácil alcanzar su fin de callar voces. «El subjetivismo y el irracionalismo», comenta Errasti, «siempre van de la mano y siempre terminan siendo violentos, porque pretenden imponerse sin argumentos y por la fuerza, como en este caso». Pero estamos hablando de la Universidad, el lugar donde deberían encontrar amparo los más espinosos debates académicos, por incómodos o polémicos que puedan resultar. «La sociedad en general, está sufriendo un retroceso de los acuerdos acerca de lo que significan las palabras y de qué es la realidad, se están potenciando las subjetividades al respecto. Y la Universidad no es un templo del saber al margen de estas cuestiones sociales que vela por la racionalidad. La Universidad siempre ha sido un producto social más. En cuanto a ideología, es servil».
«Lo único que podemos hacer», concluye casi resignado Errasti, «es sostener el timón fuerte y mantenernos en nuestro empeño en defender las ideas con argumentos frente a las amenazas y la violencia. Es nuestra obligación, no cabe hacer otra. Confiemos en que la cosa pueda empezar a cambiar».