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Kutxi Romero: “Como no tengo redes sociales digo lo que me da la puta gana. Me es ajeno todo eso”

Marea, uno de los grupos de rock sucio y mitológico más relevantes del panorama patrio, saca nuevo disco, “Los potros del tiempo”
fernando lezaunFernando Lezaun

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Es Kutxi Romero navarro de Berriozar, garganta de Marea, creador de sus fieras letras. Y es Marea uno de los más sólidos grupos de rock de nuestro país de las dos últimas décadas. Uno capaz de llenar el Wizink Center: «Menos mal que no lo pienso mucho, porque si pensara que toda esa gente ha venido a vernos a nosotros, me iría a mi casa, me hartaría de llorar y diría “me cago en diez, el mundo es peor de lo que yo creía”. Lo que sí pienso es que estoy en el lugar que debería ocupar otro, padezco el síndrome del impostor. Y llevo treinta años esperando a ver si ese tío al que sustituyo aparece de una vez». Pero no aparece y es con él con quien Marea lanza nuevo disco, «Los potros del tiempo», octavo de una coherente carrera en la que el Kutxi de ahora no tiene problemas en reconocerse en aquel que fue. «Musicalmente me reconozco en nuestros primeros discos», apunta, «porque somos bastante cerriles, bastante justitos como músicos, y ha habido pocos cambios en nuestra música. Evidentemente, llevas veinticinco años tocando la misma canción y la vas tocando cada vez mejor. Pero los chavales de veinte años que hicieron el primer disco son ahora unos señores maduros que están rozando el pudrimiento. Entre madurar y pudrirse la línea es muy fina, y no sé si ya la estamos pisando». Cree este cazador de palabras que a estas «hay que salir a buscarlas», porque «cuando haces melodías necesitas las adecuadas. Si la melodía es muy guapa aparecen enseguida. Pero no vale cualquiera. Yo siempre escribo a partir de la melodía. Me parece de genios escribir una letra y luego decir “a ver qué música le pongo a esto”. Yo soy sólo un peón de albañil con suerte».

Robe, mago de la melodía

Es el rock para Marea un lugar confortable, «el de la gente de la calle, para los inadaptados. Los que no tienen lugar en otros lugares. Nunca ha estado en primera fila, ha sido minoritario. Y más en este país de los cojones en el que vivimos. Yo me he sentido muy cómodo en el rocanrol, con seres de mi especie. Aunque ahora ese lugar se va deshabitando, porque vienen nuevas generaciones y el mundo cambia y los gustos cambian. Y uno se va quedando más solo que un perro. Mi misión es guardar el fuego y a eso me voy a dedicar aquí hasta que la diñe». Es por eso que no cree que haya en España estrellas de rock. «Cuando veo a alguien que va de estrella del rocanrol aquí me parece ridículo. Es posible que solo Joaquín Sabina lo sea. Tiene todos los tópicos: accidentes, divorcios, adicciones, contradicciones… Nunca fui muy seguidor suyo, pero cuando alguien me pregunta por él le digo que, aunque no lo sea, no soy gilipollas: es el mejor escritor de canciones en lengua castellana que ha existido. Les da sopas con onda a todos. Y hay que tenerle mucho respeto a la palabra para hacer esas canciones. Dentro de cien años su vida de excesos se olvidará y lo que permanecerá serán las canciones. La obra es mayestática. Todo lo demás es paisaje. Sabina es un verdadero maestro. Como Roberto Iniesta, que es un puto prestidigitador, un mago de la melodía. Siempre he flipado con él, y sigo flipando. Es el único que se puede permitir cantar con faltas de ortografía, meter un “me se cae” sabiendo que está mal. Pero en él está bien. Yo no estaría hablando ahora con vosotros si no fuera por Roberto Iniesta. Musicalmente, quiero decir. Reunía todo lo que lo que a mi generación, la de los setenta, nos gustaba del rock, el punk, la escena eléctrica… Roberto lo hizo todo a la vez. No hay revolución tan grande como Extremoduro, ni antes ni después, y será difícil verla otra vez. Un Uoho/Robe, como Lennon/McCartney, será difícil volver a verlo. Era un tándem perfecto. Son maravillosos haciendo música».
¿Y la corrección política para alguien con un disco en la mochila titulado «Las putas más viejas del mundo» o un libro que es «León manso come mierda» qué supone? «Me parece bien», dice. «Dentro de lo razonable, creo que hay cosas que en el lenguaje deberían cambiarse. Otra cosa es la locura de ahora. Me parece bien todo, siempre y cuando no lleve a una locura colectiva. De ahí a que eso trascienda a una autocensura feroz a la hora de escribir, pues no sé. Porque entonces no se van a editar nunca libros, discos, no se van a pintar cuadros y no se va a hacer nada por temor al qué dirán. Yo, como no tengo redes sociales ni veo quién anda oliendo mis pedos por ahí, pues digo lo que me da la puta gana y ya está. Me es ajeno todo eso. Además, tampoco soy una persona popular. No soy Roberto Iniesta ni Fito. Mi opinión tampoco le importa a nadie tres cojones, lo cual está muy bien. Por eso no he tenido que medirme ni he tenido temor a las consecuencias de mis actos ni de mis palabras. Nunca se me ha hecho mucho caso. Pero ahora en la portada del disco aparecen unos caballos famélicos, y el otro día me decía un tipo: “Vais a tener movida”, y yo: “¿Qué me estás contando?”». “Hombre, es que habéis puesto unos caballos superflacos, con oxígeno y goteros”. Y yo: “Pues si me encontrara con algún animalista le diría: “No te lo vas a creer, pero es un dibujo, no es real, ¿a que flipas, tío?”».
Hablamos de la polémica por las declaraciones de, precisamente, Sabina, afirmando que se siente menos de izquierdas, y él no duda: «Estoy radicalmente a favor de que diga lo que le salga de los cojones, otra cosa es lo que piense yo. ¿Dice eso y a partir de ahí ya todos sus discos son una mierda? ¿Hay que hacer una hoguera y quemar toda su discografía? Si tuviera que quemar toda la discografía o la bibliografía de la gente con la que no estoy de acuerdo políticamente, igual no me quedaba ni un libro en casa, ni un disco. Si alguna vez nos encontramos Sabina y yo, creo que nunca, le diría: “Pues mira, yo voy a poner una pegatina en todos mis discos que diga: “Si eres votante de Vox no compres este disco, hazme el favor”. Con educación. Os doy un titular: no quisiera que ningún simpatizante de Vox me escuchase. Pero como no puedo elegir quién escucha mi música, pues no pasa nada. Sé que hay un momento de crispación y que está todo muy polarizado, pero la obra de un artista debería hablar por sí sola y dejarnos de tanta chorrada. Parece mentira que en el mundo actual, en el que todos los mundos interiores tienen cabida, con la de espacio que tiene todo el mundo para sacar su mundo interior, haya quien se mete cada vez más en el de otros. Yo alucino: tu vida es una mierda bastante gorda, la estás exhibiendo continuamente, y todavía te da tiempo a meterte en la mía…».

ASCIENDE UNA MAREA

Por Javier Menéndez Flores
Como quien escribe un nombre en la lámina de vaho de un cristal o de un espejo, el trazo firme y el deseo percutiendo cada centímetro de carne. Igual que el depredador que se abalanza sobre su presa y la atrapa entre sus fauces, y ya sólo un milagro podría deshacer ese beso de muerte. Así es como Kutxi Romero captura las palabras, con la cota de malla puesta, en el campo de batalla siempre, después de masticar cada una de ellas todas las veces que haga falta hasta lograr que lo sonoro se vuelva sólido y adquiera la facultad de golpear o acariciar, de exudar vida.
El rock es un coche sin frenos al límite de su velocidad, cuarenta días y cuarenta noches de lluvia furiosa dentro de una cámara acorazada, un galope de acordes capaz de transformar el paisaje en un solo segundo. Y cuando se junta con la poesía, cuando esos extremos se abrazan, el mundo es una tarta a punto de ser soplada. Porque entre el látigo y la rosa están comprendidos todos los sabores, todos los olores, todas las emociones que no pueden envolverse en plástico ni represarse por el delirio de la compostura.
En la memoria primera de Kutxi hay largos patios vestidos con geranios y huele tan hondo a pino que el cuerpo, embriagado, se tambalea. Y lleva en la guantera del recuerdo el imaginario sureño de sus ancestros, gente sufrida, peleona, supervivientes con todas las letras. Por eso hace ya tiempo que asumió que el rojo es su color y la tragedia, su única fiesta. Porque así lo dictaminan el tiránico Lorca y la sangre que sostiene su generosa carrocería, y cuya temperatura es capaz de derretir dos Navarras enteras.
Llegó después el continente del rock con su galería de mutilados de guerra. Inadaptados que se guarecían de la nieve de los días laborables bajo la techumbre de la imaginación y el anhelo de sol. Carne de cañón como esos animales destripados que aparecen de pronto en los márgenes de una autopista y que miras solo un instante para que no te espolee una culpa inexplicable. Pero él, Kutxi, rebuscó con lupa y linterna en los cajones de Rosendo, Barricada, Extremoduro, y dio en ellos con el Santo Grial. Y en una carambola impensable, venció al destino marcado y se libró de la condena de una vida de andamios y madrugones inhumanos e ingresó en el paraíso de la gente que se aprende hasta la última coma de tus obsesiones y paga por oírte bramar. Triunfar es justamente eso, ganarle la partida a lo previsible, y no que te paren por la calle cada dos pasos para retratarse contigo como si fueras una atracción de feria.
Con su estampa de antiestrella de rock, más cerca del herrero medieval que de la belleza de Axl Rose y Steven Tyler cuando eran Axl Rose y Steven Tyler, el magnetismo de Kutxi está en la fuerza de su presencia y de su verbo. En una puesta en escena en la que no cabe una sola trola, ni siquiera de perfil. Porque todo lo que ves es verdad poderosa, la palabra, la voz, los adjetivos como piedras lanzadas por una honda. Kutxi es el reverso de cualquier academia, de la tiranía del diccionario, y por eso gusta, llega.
Cuando Marea nació, nuestro país era otro. Al cabo de un cuarto de siglo, parece una heroicidad poder expresar lo que se piensa. Porque una policía de la moral te va a amonestar y a imponer una sanción que no se paga con dinero. Pero el arte sólo tiene sentido si vuela libre de cadenas y cepos, y Marea, a través de Kutxi, sigue llamando mierda a la mierda y putas a las putas. “Asciende una marea”, inmortalizó Gimferrer en su “Arde el mar”. Y eso es lo que Kutxi ha hecho, hace: elevarse.