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Contracultura

Antifa: los encapuchados que quieren mutilar el debate público

Estados Unidos apuesta por ilegalizarlos, España por acogerlos

Agentes de las Unidades de Intervención Policial (UIP) intervienen durante los incidentes ocasionados por el acto que había convocado Vito Quiles en la Universidad de Navarra, a 30 de octubre de 2025, en Pamplona, Navarra (España). El activista Vito Quiles había ha anunciado la suspensión del acto, dentro de su tour 'España combativa', que tenía previsto celebrar este jueves por la tarde en el exterior de la Facultad de Comunicación después de que la Policía Nacional le haya advertido de “la ...
Policías ante los incidentes organizados en el acto de Vito Quiles en PamplonaEduardo SanzEuropa Press

El pasado 22 de septiembre, Donald Trump usó una orden ejecutiva para designar como «organización terrorista» al movimiento Antifa. Sin duda estaba influido por el doloroso asesinato de su amigo Charlie Kirk, apenas dos semanas antes, y por los intentos de magnicidio que él mismo sufrió durante la campaña electoral. Hablamos, por supuesto, de una decisión polémica, ya que el progresismo lo considera una conspiranoia: el presidente Joe Biden declaró en 2020 que «Antifa es una idea, no una organización», mientras que la estrella de la televisión Jimmy Kimmel defendía directamente que «Antifa no existe». Algunos juristas ponen en duda que un presidente pueda ilegalizar un movimiento político sin respaldo judicial. El nombre de esta organización es una abreviatura de antifascismo y reclaman que esa etiqueta justifica cualquier cancelación o atentado porque trabajan para evitar el ascenso de nuevos Hitlers, Mussolinis y Francos. La batalla está servida.

¿Es posible que no exista Antifa? Deberíamos preguntar, por ejemplo, a los agentes del Departamento de Justicia que este verano detuvieron a dos miembros sospechosos de integrar la organización, acusados del intento de asesinato de un oficial y de disparar un arma de fuego en apoyo de un crimen violento en el Centro de Detención Prairieland en Alvarado, Texas. «La célula antifascista estaba fuertemente armada con más de 50 armas de fuego», como recoge el documento policial. Utilizaban una aplicación de mensajería encriptada y «al menos 11 operativos» vestían ropa negra. ¿La acusación más grave? Un hombre disparó a un policía en el cuello.

Contracultura 9 de noviembre de 2025
Contracultura 9 de noviembre de 2025Jae Tanaka

Antifa presume de hundir sus raíces en la resistencia a Mussolini de los años treinta, pero hay consenso en que el arranque de la versión moderna comenzó en Estados Unidos en los ochenta, con un grupo llamado Acción Antirracista. Sus miembros se enfrentaron a «skinheads» neonazis en conciertos punk de todo el país, especialmente en el Medio Oeste. Luego la moda se fue diluyendo hasta desaparecer en los dosmiles y resucitar con la primera victoria de Donald Trump en 2016. Muchos consideran al movimiento MAGA («Make America Great Again») como una mutación moderna del fascismo, pero es complicado etiquetar como tal a quienes se presentan a las elecciones, aceptan con naturalidad la mayoría de las derrotas y defienden una política exterior mucho menos belicista que la de los demócratas.

Máscaras y bates de béisbol

El elemento más característico de Antifa radica en que carecen de líderes y de jerarquía, pero eso no significa que sean menos peligrosos. Su actividad ha sido intensa desde 2017, cuando se enfrentaron de manera violenta a grupos patriotas durante una manifestación en Charlotesville. Sus acciones se recrudecieron con el ascenso del movimiento Black Lives Matter en 2020 y con las redadas de ICE contra los inmigrantes ilegales este año. Cualquiera que atienda a las noticias reconoce su estética: chandal negro con capucha, a veces con casco, pañuelos rojos o negros tapando la cara y cadenas, navajas y bates de béisbol como complemento. Otra prueba de la existencia de este movimiento es el libro «Antifa: manual del antifascista» (2017), del historiador estadounidense Mark Bray. En España fue traducido por el sello Capitán Swing. El profesor está de actualidad estos días por su mudanza de Nueva Jersey a Madrid, según él, por la sensación de que su familia estaba en peligro en la América de Trump. Es evidente el motivo para elegir nuestro país, con un gobierno de coalición que hace bandera del antifascismo y donde la derecha soberanista de Vox –a pesar de su ascenso– todavía no parece tener cerca una victoria electoral.

Los medios digitales de izquierda se han volcado en las entrevistas con Bray, pero muy pocos periodistas se han atrevido con las preguntas incómodas. La más evidente es por qué se queja de la cancelación, la persecución y el doxing (filtrar datos personales sensibles) cuando siempre los jalea cuando los sufren sus enemigos políticos: «Fascistas y supremacistas blancos le hacen ‘‘doxing’’ a alguien porque no les gusta que esa persona defienda la justicia, la humanidad de todas las personas. Para mí hay un abismo entre ellos y un antifascista que le hace doxing a un supremacista blanco para que no pueda promover un grupo del Ku Klux Klan o neonazi que va a salir a intentar matar a inmigrantes o personas queer o trans. Parte del problema con los liberales estadounidenses es que quieren pensar que se puede plantear un conjunto abstracto de reglas para la política sin referencia alguna a valores, pero los valores, los principios, conforman todo». Dicho en otras palabras: cuando la izquierda es violenta se llama lucha social, cuando lo es la derecha lo llama escuadrismo o represión estatal.

En España el movimiento antifa está en auge, especialmente en territorios donde es fuerte el independentismo, como Cataluña y el País Vasco. En las últimas semanas, han logrado amenazar o boicotear a Vito Quiles, al profesor Carlos Martínez Gorriarán y al divulgador histórico Marcelo Gullo, que fue a la universidad de Barcelona a presentar su libro sobre la batalla de Lepanto y tuvieron que intervenir los antidisturbios para que pudiera realizarse el acto. En el caso de Quiles, decenas de encapuchados ejercieron la intimidación en un campus de Pamplona, obligándole a suspender su charla. Lo peor no es eso, sino el apoyo de líderes de izquierda como Irene Montero (Podemos), Manuel Pineda (Izquierda Unida) y las juventudes del PSOE navarro. Se anima a intimidar, agredir y boicotear al adversario político. «El movimiento antifa –lleno de jóvenes, por cierto– está asumiendo el principal deber ciudadano de nuestro tiempo: hacer de las universidades y las calles espacios seguros libres de fascismo. Es el legado de nuestras madres y abuelos: el antifascismo es la base de la democracia», escribió en X la eurodiputada Montero.

Esta misma semana se ha creado la Internacional Antifascista de la Educación (IADE), un proyecto que busca luchar desde las aulas contra el neofascismo. El proyecto está integrado por docentes de centros educativos, principalmente de España, aunque con una vocación internacionalista. Se trata, como tantas veces, de convertir escuelas, institutos y universidades en cotos exclusivos de la izquierda, donde recuperar el voto juvenil que han ido perdiendo y que puede condenarles a la extinción. El antifascismo de 2025 es un trampantojo mamporrero para disputar la creciente hegemonía de los nuevos partidos socialpatriotas.

Cuando Bildu gobierne Euskadi con el PSOE, el escenario electoral más probable en los próximos años, el discurso oficial será que son legítimos los homenajes a presos de ETA, pero no la manifestación del pasado 12 de octubre en Vitoria en favor de la integridad territorial de España, convocada por Falange. Hace unos días, Pedro Sánchez concedió la nacionalidad española a 171 extranjeros nietos de los voluntarios de las Brigadas Internacionales, que combatieron el fascismo en la Guerra Civil. Como señalaba un usuario en Twitter, España debe de ser una de las pocas ocasiones en que un gobierno premia a extranjeros por matar compatriotas. Quizá hubiera sido mejor un homenaje conjunto a los descendientes de los republicanos y de la División Azul que se unieron en el gulag Spassk99 de Stalin para hacer frente a sus carceleros. Esta emocionante historia es la trama de la película «La tregua», de Miguel Ángel Vivas, una historia que es un rayo de sol, una ristra de ajos y un crucifijo contra los antifas actuales.

Esta semana, varios columnistas de prestigio recordaban a Pier Paolo Pasolini, cineasta italiano asesinado hace medio siglo, que intuyó lo que se nos venía encima: «La verdadera intolerancia es la de la sociedad de consumo, de la permisividad concedida desde arriba, querida desde arriba, que es la verdadera, la peor, la más fraudulenta, la más fría y despiadada forma de intolerancia. Porque es la intolerancia enmascarada de tolerancia. Porque no es veraz. Porque es revocable cada vez que el poder lo considera necesario. Porque es el verdadero fascismo del cual proviene el antifascismo inútil, hipócrita, sustancialmente agradable al régimen». No le sorprendería nada nuestro gobierno de coalición.