El bolígrafo que democratizó la escritura
Antes de que apareciese el bolígrafo, la escritura no estaba tan difundida como hoy. Cuando surgió BIC, supuso una revolución y se convirtió en un objeto icónico en colegios y oficinas
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Durante muchos siglos el proceso de escritura no ha estado al alance de todos, en Roma existían profesionales que dejaban constancia de los acontecimientos tallando las letras a cincel sobre la piedra, los epigrafistas; o sobre papiro o pergamino escribiendo con una caña cortada. Plinio el Viejo en su "Historia Natural" aseguraba que las mejores cañas venían de Egipto y de Gnido, ciudad de Asia Menor.
Para poder escribir se cortaba un extremo en forma oblicua mediante una especie de cortaplumas conocido como scalprum librarium y se mojaba la punta en punta en la tinta que era preservada en un tintero, atramentarium, que solía ser de bronce, o barro con diferentes formas y decoraciones. Este sistema de escritura imprimando la punta de un objeto afilado en tinta se mantuvo durante muchos siglos sustituyéndose el cálamo por la pluma de ave utilizada de la misma forma.
Cuando las bibliotecas y scriptoria monásticas surgieron a principios del siglo VI preservaron de modo selectivo la cultura de occidente a través de las plumas de los copistas, que trabajaban en los diferentes talleres, uno de los primeros fue construido bajo las indicaciones de Casiodoro y donde se copiaban con pluma textos sagrados y profanos, intentando hacer aprender griego a los lectores de latín. Por su parte el fundador de los benedictinos, Benito de Aniano también impulsó el trabajo de copia de manuscritos ya que los monjes de su regla debían leer dos horas de modo obligatorio siendo la copia la única forma de obtener los libros.
Durante toda la Edad Media se utilizó en los monasterios dos tipos de tinta negra: la tinta de carbón, suspensión de carbón, agua y goma; y la tinta ferrogálica, obtenida de agallas de roble, una recetea de tinta que se preservaría y trasmitiría hasta el siglo XIX. En 1553 cinco años después el nacimiento de Cervantes, Juan de Icíar publicaba su tratado “Arte subtilisima por la cual se enseña a escreuir perfectamente”, obra pionera en la caligrafía española hasta el siglo XIX transmite la receta de la tinta ferrogálica negra recomendando a cada escribano a fabricación de su propia tinta.
El mismo Cervantes fabricaría sus propias tintas como era la costumbre de la época utilizando plumas cortadas para la escritura del Quijote. Estos instrumentos se siguieron utilizando hasta el siglo XIX, siglo en el que la escritura estaba reservada a profesionales y eruditos que seguían utilizando los molestos tinteros sin poder controlar la cantidad de tinta que caía en el papel y los consecuentes borrones.
En 1826 Petrache Poenorau crea la primera pluma estilográfica, patentada por el gobierno francés un año después, bajo la descripción de “pluma portátil sin fin que se alimenta de su propia tinta”. Esta patente inspiró muchas empresas que fueron introduciendo mejoras en la consecución del flujo continuo para evitar los derrames de tinta. La tinta no se secaba sobre el papel y la escritura manual no era dinámica ya que había que esperar unos segundos tras escribir la primera línea, lo que era molesto para los profesionales de la escritura.
Los avances vinieron de la mano de un periodista húngaro, Lázslo Biró quien en 1938, visitaba la imprenta de su periódico y observa como la tinta que se utiliza en la imprenta se seca rápidamente dejando el papel seco y sin machas. Trató de utilizar el mismo tipo de tinta en su pluma estilográfica pero la viscosidad de la tinta no permitía una escritura continua por lo que exploró otras posibilidades de funcionamiento añadiendo a la pluma una pequeña bolita que se deslizaba con el roce del papel y que permitía el uso de una tinta diseñada para el invento por su hermano químico Gyorgy. Biró patentaría su invento en Yugoslavia y en Francia en 1938 pero no llegó a comercializarlo.
Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial Biró partiría a Argentina con su socio de origen judío Juan Meyne al que ayuda a escapar de los nazis afincándose en Buenos Aires donde formarían la sociedad comercial Biró Meyne Biró, lanzando su producto con el nombre de “Birome”, un bolígrafo esferográfico que salía al mercado por 100 dólares, un precio excesivo para la época ya que no se cubrían los costes de producción en la pequeña empresa doméstica de los húngaros. La Royal Aire Force británica compra un gran número de ellos para sus pilotos ya que la tinta de los Lázslo se equilibraba en altura lo que permitía tomar notas en altura sin que la tinta se secase.
En 1943 vendió su patente a la empresa americana Evershap Faber por dos millones de dólares, y en 1951 la patente de la esferográfica fue comprada por Marcel Bich, uno de los cofundadores de la empresa BIC, y que comercializaría el bolígrafo a 0,50 francos de la época. Su gran acierto fue bajar el coste de producción a través de fabricación de una caña de plástico que contiene en su interior el blíster de tinta enganchado a una punta esférica que gira con la escritura agilizando el proceso. Junto con la mejora de los costes de producción se realizó una campaña de publicidad con el slogan “Corre, corre, la punta del BIC”, que no sólo empapeló las paredes de París en 1952 sino que mostró su invento acompañando al tour mostrando un prototipo gigante sobe una caravana Renault. La velocidad en las carreras ciclistas se asociaría a la velocidad de la escritura de este nuevo invento que se distribuyó por el mundo vendiendo en 1974, 280 millones de ejemplares que hacían accesible acc a todos los públicos la escritura como un acto cotidiano.