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"Los bufos madrileños": la Navidad es también cómica

La Compañía Nacional de Teatro Clásico homenajea al teatro bufo con una obra que es el debut como director en la institución de Rafa Castejón
Una escena de "Los bufos madrileños"
Una escena de "Los bufos madrileños"Sergi Parra
La Razón

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Aunque hoy no le suene ya a casi nadie, Francisco Arderius fue un famoso hombre de teatro de mediados del siglo XIX que desempeñó un importante papel en el desarrollo de la zarzuela y en su hibridación con otros géneros europeos parecidos al nuestro. Músico, actor, cantante y dramaturgo, no destacó en realidad por ninguna de estas facetas –salvo en la de actor, se decía que era bastante limitado en las demás–, sino como audaz e inteligente empresario que supo importar, y adaptar a la idiosincrasia española, la fórmula del teatro bufo que, hacia 1855, había empezado a popularizar Jacques Offenbach en París.
Fue tras un viaje a la capital francesa, en 1865, cuando Arderius decidió poner en marcha los Bufos Madrileños, dando inicio en 1866, primero en el Teatro de Variedades y un año después en el del Circo, a una fructífera etapa que duró poco más de una década y se abrió con la exitosa «El joven Telémaco», escrita por Eusebio Blasco con partitura de José Rogel. Ahora, el actor Rafa Castejón, con el apoyo y la producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, se ha embarcado en la dirección de una obra que rinde homenaje a aquel ligero, divertido y picante teatro musical y, a la vez, a la propia figura de su impulsor en España, el mencionado Arderius.
«Los bufos madrileños», que es como se titula de manera genérica el montaje, toma como base «Los órganos de Móstoles», una pieza con libreto de Luis Mariano de Larra y música de José Rogel que supuso un hito en plena expansión del género, ya que con ella Arderius, buscando para la compañía un espacio con mayor aforo, empezó su andadura en el Teatro del Circo. Castejón eligió este título por varios motivos: «En primer lugar –asegura–, por la gracia con la que está escrito el libreto y por su riqueza métrica. Hay seguidillas compuestas, ovillejos… y otras estrofas que yo, en los 11 años que llevo en la Compañía Nacional, todavía no he dicho ni escuchado decir sobre el escenario. En segundo, porque la música es de José Rogel, que fue el compositor fundamental en toda esta ‘‘fiebre bufa’’. Y, en tercero, por el propio argumento, ya que toca un asunto, como es el de los hijos que no se van de casa, que entronca muy bien con la actualidad».
En efecto, «Los órganos de Mostoles» es una comedia amorosa que tiene como punto de partida el desesperado intento del viudo don Abdón, que llega incluso a insertar un anuncio en la Prensa para buscar pretendientes, casar a sus hijas y asegurar así su futuro. «Las jóvenes van cumpliendo años y, por su carácter, el padre no logra casarlas –explica el director–. Hay que ponerse en el contexto de la época y entender que, en ese momento, la única salida que tenía la mujer era contraer matrimonio y poco más. Pero creo que hay en el texto un grito de libertad de esas mujeres, que se resisten a obedecer y quieren decidir cómo, con quién y cuándo se casan. De hecho, la obra tuvo en su momento problemas con la censura y hubo que cambiar algunos chistes y fragmentos».
En la dramaturgia que ha ideado Castejón, «Los órganos de Móstoles» se inserta dentro de un argumento más amplio, de naturaleza metateatral, que permite poner en antecedentes al espectador sobre quién fue Arderius y cuáles eran las características de ese teatro bufo que popularizó. «A mí, que vengo de una familia con una larga tradición en el género lírico, me sorprendió no saber nada de don Francisco Arderius, el poco conocimiento que se tenía en general de este interesantísimo fenómeno teatral decimonónico y la honda huella que dejó en su época –reconoce el director–. Así que me parecía necesario meter un prólogo para explicar lo que supuso».
En efecto, fueron estos divertimentos escénicos y musicales los precursores, según muchos especialistas, del teatro por horas y de un género chico que empezaría a desarrollarse muy poquito tiempo después siguiendo ese mismo patrón de teatro popular y desenfadado, aunque, como recuerda Castejón, «se decía que en el teatro bufo importaba más el texto que la partitura, y en el género chico ocurría al contrario». En cuanto a la música del espectáculo, la partitura original se ha reducido a piano en una función que quiere ser, «sobre todo, teatral», y se ha enriquecido, según cuenta el director, «con una tarantela de Barbieri, una petenera del propio Rogel, un himno de Arrieta… y algunas otras piezas que me parece iban bien y que podían facilitar varias transiciones».
Para llevar a cabo esa adaptación de la partitura, difícil porque esta se conservaba en un manuscrito «casi indescifrable en algunas partes», el director musical Antonio Comas ha trabajado para obtener «una música sin excesivo protagonismo que dependiese de todo lo que estaba ocurriendo en escena, pero que fuese fresca y pegadiza y diera a la obra el impulso que necesita». Castejón se ha rodeado, para llevar a buen puerto su propuesta, de un equipo artístico de primerísimo nivel: Nuria Castejón (dirección adjunta y coreografía), Juan Gómez-Cornejo (iluminador), Alessio Meloni (escenografía), Gabriela Salaverri (vestuario) y el mencionado Comas figuran a la cabeza del mismo. En cuanto al reparto, el director ha buscado, sobre todo, «la figura del actor cantante», un profesional «que hay que reivindicar –recuerda su hermana Nuria– porque está desapareciendo de los escenarios». Clara Altarriba, Chema del Barco, Paco Déniz, Eva Diago, Natalia Hernández, Beatriz Miralles y David Soto-Giganto conforman, junto al propio Castejón y a Comas, el atractivo y polifacético elenco.

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