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Cine

Cinco horas con Martin: el Scorsese más oscuro y luminoso

La directora Rebeca Miller reivindica el extraordinario legado cinematográfico del genio italoamericano a través de un documental de Apple TV que también explora las aristas de una vida llena de pasión y veneno

El Scorsese joven de la década de los setenta junto al Scorsese actual en el rodaje de «Los asesinos de la luna»
El Scorsese joven de la década de los setenta junto al Scorsese actual en el rodaje de «Los asesinos de la luna»La Razón

De todos los lugares posibles para observar los misterios agazapados del mundo Martin Scorsese eligió colocarse detrás de las ventanas. "Él quería jugar, quería salir, especialmente cuando fuera nevaba, estar con los otros niños, pero no podía. Así que se quedaba mirando a través de la ventana", recuerda Catherine, la madre del cineasta, en una entrevista concedida en la década de los noventa donde revelaba uno de los grandes y de sobra conocidos impedimentos físicos que ha arrastrado el maestro desde su infancia como asmático y cuya consecuencia más directa (necesidad de temperatura ambiental refrigerada por los sofocos y agitaciones que padecía) le empujó de manera temprana e involuntariamente predictiva a las salas de cine, el espacio donde ponían alto el aire acondicionado que faltaba en casa.

Ya necesitaba el séptimo arte para respirar y sólo era un niño. Frente al tercer piso del número 253 de Elizabeth Street donde vivía con sus padres -descendientes palerminos de férreas convicciones católicas- y su hermano, Marty bajaba ligeramente la vista y contemplaba el mundo que bullía abajo. "Por eso me gustan tanto las tomas desde grandes ángulos, en serio. Son como ver un fresco que cobra vida", reconoce en un momento del interesantísimo documental de Apple TV dirigido por Rebeca Miller con el que la realizadora, guionista e hija del Pulitzer Arthur Miller apuesta por una indagación casi total de la vida y la obra del visionario cineasta a través del acceso exclusivo y sin restricciones a sus archivos privados, incluyendo conversaciones extendidas con amigos, familiares y colaboradores legendarios. Un completo y disfrutable artefacto audiovisual de peregrinación para devotos y aficionados compartimentado en cinco episodios de una hora de duración cada uno.

Scorsese
ScorseseApple TV

Los ojos a través del cristal, decíamos. Basta con reparar en algunos de los planos más representativos de las grandes obras del director italoamericano como el que ofrece al inicio de "Uno de los nuestros", cuando un joven Henry Hill mira cauteloso la efervescencia callejera de la que está a punto de formar parte; cuando Travis Bycle practica puntería con su pistola desde una ventana; la proyección iniciada desde unos prismáticos elevados que reduce el plano a una mesa de póker en "Casino"; el alejamiento progresivo de la cámara con el que se deleita grabando un cenital en "Gans of New York" o esa contemplación inversa que hace Newland Archer de la ventana del piso en el que vive la que fue su amor imposible en la extraordinaria y a menudo injustamente poco destacada dentro del grueso de su filmografía "La edad de la inocencia", para apreciar esta querencia por la paradójica apreciación parapetada de la realidad de uno de los autores más importantes de los dos últimos siglos, obsesionado con la búsqueda constante de verdad. Una verdad creativamente perseguida a lo largo de todos estos años, que en su caso estuvo siempre salpicada de una dicotomía espiritual que oscilaba de forma orgánica entre la violencia y la fe.

Las calles y el perdón

"Marty es un santo pecador. Santo porque cuestiona y se cuestiona a sí mismo constantemente sobre el bien y el mal, para luego actuar mal, a menudo, en la vida real", describe con tono de honestidad revestida de cariño Isabella Rossellini, tercera mujer de Scorsese (de los cinco matrimonios que ha tenido a lo largo de su cronología sentimental) y testigo afectivo de los arrebatos setenteros más oscuros del director por su interacción con las drogas, quien si bien nunca tuvo un comportamiento físico agresivo con la actriz italiana, sí se reconoció iracundo y contradictorio en según qué momentos. Pero siempre concibiendo sus películas como una oportunidad para canalizar la disección de una violencia nunca explicitada en su cine de manera gratuita o prescindible que fue "inminente todo el tiempo" durante su desarrollo personal en el problemático ambiente de la Little Italy neoyorquina donde creció.

Para muestra un dato: la primera vez que se mudaron de barrio (fueron unas cuantas), distintas familias del crimen organizado convivían con gente de clase trabajadora en los empedrados de las calles de Corona (Queens) y la violencia era la única forma efectiva instaurada en el proceder popular de respetarse y de exigir respeto. "Hubo un hacha de por medio. Recuerdo haber visto un hacha", señala Scorsese relatando cómo presenció el altercado vivido entre su padre Charles, planchador de ropa, trabajador del Garment District y más tarde actor (igual que su madre, que concedió impagables cameos en varias películas del realizador como el maravilloso diálogo durante la cena de "Uno de los nuestros" encarnando a la madre del desquiciado Tommy), con el casero del bloque donde vivían, propiciando esa primera marcha a otra casa.

Sólo a una cabeza preñada de ingenuidad le puede sorprender de manera negativa o recelosa de un supuesto exceso de testosterona gansteril que las historias de Scorsese estén completamente permeadas por la influencia directa de los elementos culturales y ambientales que han configurado la construcción de su propia vida: los amigos, la calle, el perdón, los márgenes, la familia, la lealtad, la religión, la redención y la violencia. Cómo no iba a despuntar con una obra maestra que consiguió ponerle en el disparadero hollywoodiense como "Malas calles" –ilustrativo depositario de todas las obsesiones temáticas del cineasta junto con "Uno de los nuestros"–, si prácticamente toda su juventud parece sacada de cualquier escena de "Érase una vez en América".

De Niro y Scorsese
De Niro y ScorseseApple TV

El personaje de Johnny Boy, a quien da vida Robert De Niro en ese iniciático comienzo de una dupla profesional sostenida en el tiempo y del germen de una conmovedora amistad capaz de salvarle literalmente la vida al propio Scorsese en mitad de uno de los episodios más oscuros de su adicción a la cocaína, es una suerte de trasunto de Sally Gaga, el hermano de Robert Uricola, un amigo íntimo de la infancia de Marty que aparece durante todo el documental. "Hizo muy buen trabajo con esta película Marty, pero me recuerda a cosas de mi pasado que he preferido olvidar", cuenta entre risotadas de villano pendenciero el propio Gaga, ya notablemente avejentado pero con un bronceado corporal intacto, durante una entretenida aparición estelar en el documental.

Desde su inseparable montadora Thelma Schoonmaker, hasta compañeros coetáneos como Spielberg, De Palma, Schrader o Coppola pasando por la participación de sus actores fetiche (De Niro, Leonardo DiCaprio o Daniel Day Lewis) y actrices con las que ha trabajado como Jodie Foster (en ese inolvidable papel en "Taxi Driver") o Sharon Stone (magnética en "Casino") contribuyen a la amplificación del anecdotario que acompaña esta extensa narración por las diferentes etapas del director.

Periodos históricos y políticos distintos –resulta muy subrayable el relato que establece Scorsese de su paso por Woodstock y la posterior creación de un documental que no se proyectó firmado en el que se refleja cómo el discurso contracultural antibelicista y psicodélico de la antológica congregación musical cala en algunos de esos mensajes vertidos después en trabajos muy experimentales como "The Big Shave", un corto en el que un hombre se autolesiona delante del espejo del baño con una cuchilla de afeitar simulando el suicidio colectivo de Estados Unidos al que se estaba abocando con su participación en Vietnam o el propio subtexto de «Taxi Driver», cinta superlativa por la que ganó la Palma de Oro después de haber querido destruirla tras el intento de veto inicial por la incitación violenta que podía conllevar el personaje de Travis–, épocas con modificaciones en los intereses del público y de la propia industria, cambios, adaptaciones, renacimientos creativos (ahí están "El aviador", "Shutter Island", "Silencio" o "El lobo de Walt Street") y momentos que no siempre estuvieron plagados de éxitos rotundos –de ahí que orbite continuamente esta idea de morir para resucitar–, vertebran este paseo profundo por la vida exprimida, la cabeza disparada y el universo incomparable de pasión y veneno de ese tipo con momentánea vocación sacerdotal que sigue hablando rapidísimo, pensando rapidísimo y soñando rapidísimo. Que sigue siendo niño, queriendo jugar como niño, ilusionándose como niño y mirando por la ventana. Aún queda mundo que atrapar a través de los cristales.