Penélope Cruz salva Italia
En «L’immensità», la actriz interpreta a una madre, esta vez encarcelada en el machismo de la Italia de los sesenta
Creada:
Última actualización:
En el reino de la autoficción, el yo se conjuga en tercera persona. El yo es otro, como decía Rimbaud, sin dejar de ser él mismo. Superado el insufrible narcisismo del «Bardo» de Iñárritu, ayer, a concurso en la Mostra, dos cineastas –el italiano Emanuele Crialese y la francesa Rebecca Zlotowski– aprendían, con desigual fortuna, a desempolvar sus diarios íntimos para rescatar periodos cruciales de su vida e intentar convencernos de la universalidad de sus crisis.
En «L’immensità», Penélope Cruz aspira a repetir Copa Volpi con el papel de una madre que, encarcelada en las tradiciones machistas de la Italia de los setenta, deja consumir su vitalidad a la sombra de un marido violento e infiel, expuesta a la escrutadora mirada de sus tres hijos, especialmente la mayor, Adriana, que a su vez pasa por una crisis de identidad de género. Cuando Crialese confesó ayer que la película se inspira en «su infancia transfigurada» y afirmó que Adriana no representaba a «nadie», contradijo lo que unos días había confirmado en una entrevista para la revista «Variety»: que Adriana era su alter ego, y así declaró por primera vez que era transgénero. Ayer, en rueda de prensa, remató el «outing»: «La mejor parte de ser hombre es ser mujer, mantengo viva en mí esa bipolaridad».
Vitalidad mediterránea
Bajo los ojos de Adriana, que quiere llamarse Andrea, la madre, cómplice pero aplastada por la figura paterna, intenta sobreponerse a su incipiente depresión bailando y cantando el «Rumore» de Raffaella Carrà, siendo tolerante con sus hijos, y rompiendo con las convenciones sociales cuando se aburre. Cruz, que es una especialista en madres («en cinco de las siete de las películas que he hecho con Pedro Almodóvar he sido madre, y tengo un instinto maternal muy fuerte»), combina con sutileza el sentimiento de soledad y aislamiento con una contagiosa vitalidad mediterránea, pero ni siquiera ella es capaz de levantar una película tan laxa en sus intenciones. «L’immensità» toca varios temas delicados –la violencia doméstica; la disforia de género; la transformación del espacio urbano, que aniquila a los pobres del paisaje que invaden los privilegiados; la asumida misoginia de las sociedades latinas– pero lo hace de una manera un tanto deslavazada, como si Crialese no supiera cómo dar consistencia dramática a su propia vida.
Mucho más acertada está Rebecca Zlotowski al recrear su relación con el cineasta Jacques Audiard en «Les enfants des autres». En la película ella es Rachel (Virginie Efira), profesora de instituto, y él es Ali (Roschdy Zem), diseñador de coches. Han coincidido en una clase de guitarra, y se enamoran. Ella quiere tener un hijo, él tiene una hija de una pareja anterior. Zlotowski explica de una forma muy natural lo que viene después del enamoramiento a ciertas edades, cuando las mochilas pesan demasiado. A ratos parece que veamos una película de Mia Hansen-Love sin sus bruscos cortes antiemotivos: es fácil reconocer en Rachel (y Virginie Efira tiene mucho que ver en ello: es una actriz cálida, inmediata, alérgica al truco y a la impostura, que despierta empatía en la alegría y en la melancolía) la felicidad del amor tardío; el deseo de parar el reloj biológico; el sentirse desplazada, intrusa, en una familia a medio deshacer; la incertidumbre de un compromiso mutuo en el que tienen que coincidir prioridades y tempos… A diferencia de Crialese, no hay grandes temas que tratar. Es en lo concreto, en lo modesto pero también en lo cercano de la crisis de Rachel-Rebecca, donde la película triunfa. Y lo hace con un optimismo, con una esperanza que resulta poco menos que liberadora en una Mostra más bien sombría.