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Colin Firth, rumbo a ninguna parte

El oscarizado intérprete protagoniza «Un océano entre nosotros», «biopic» que rescata la figura de Donald Crowhurst, un aventurero británico que engañó al mundo con una proeza náutica que acabaría por detrozar su salud mental

Colin Firth cumple 60 años: así ha triunfado en el cine
Colin Firth cumple 60 años: así ha triunfado en el cinelarazon

El oscarizado intérprete protagoniza «Un océano entre nosotros», «biopic» que rescata la figura de Donald Crowhurst, un aventurero británico que engañó al mundo con una proeza náutica que acabaría por detrozar su salud mental.

Ante un reto de enorme envergadura solo caben dos opciones: tirar para adelante o retirarse. Donald Crowhurst se decidió por ambas. Y por ninguna. Se puede decir que tomó un atajo hacia ninguna parte que contemplaba todas las posibilidades y las anulaba todas, así hasta acabar con su propia vida. Suena farragoso, pero lo iremos viendo a medida que descubramos la historia de este aventurero excepcional en muchos sentidos que cobra vida en pantalla gracias a «Un océano entre nosotros», protagonizada por el oscarizado Colin Firth («El discurso del rey»).

James Marsh, director de la cinta, es un habilidoso retratista de hombres que han intentado siempre ir más allá de lo previsible o de lo humanamente factible. Es el caso del documental «Man on Wire», que le valió el Oscar en 2008 y que narra la hazaña de Philippe Petit, el funambulista francés que en 1974 cruzó sobre un alambre el espacio vacío entre las dos Torres Gemelas. Es el caso también de «La teoría del todo», el «biopic» sobre Stephen Hawking, el científico deshauciado por el ELA que se sobrepuso a la condena mortal de la enfermedad y logró viajar a espacios siderales con su portentosa mente. No es extraño, pues, que la extravagante figura de Crowhurst lo sedujera. Y lo cierto es que la controvertida hazaña de este británico intrépido (bastante desconocido por estos lares) estaba pidiendo a gritos dar la vuelta al mundo en pantalla grande.

Su historia está ligada a una de las más descabelladas empresas del siglo pasado: la regata Golden Globe, una carrera de veleros en solitario, sin escalas, alrededor del mundo que el periódico «The Sunday Times» organizó en 1968. Nueve fueron los intrépidos que se lanzaron a la aventura, entre ellos Donald Crowhurst, hasta entonces un ex militar de la RAF e ingeniero electrónico, apasionado de los inventos y los retos. En tiempo récord construyó un trimarán de 40 pies, el Teignmouth Electron, y sorprendió a todos (entre ellos a su mujer y sus tres hijos) con su decisión irrevocable de lanzarse al mar y subsanar las deudas contraídas. «Me voy porque no estaría tranquilo si me quedara», dijo. Era, ante todo, un aventurero, uno de los más osados, como comprobaría el mundo en los siguientes meses.

A la deriva en el Atlántico

En concreto, se sabe que Crowhurst estuvo solo en alta mar durante nueve meses. Antes de abandonar el Atlántico (la carrera partía desde Inglaterra y pasando por los cabos de Buena Esperanza, Leeuwin y Hornos, daba la vuelta al mundo), ya se habían retirado cuatro participantes. Poco a poco fueron cayendo el resto y ya solo quedaban en liza Robin Knox-Johnston y Crowhurst. Lo que nadie sabía entonces es que el ingeniero había abandonado, de facto, la competición. Consciente de que su barco no estaba preparado y su capacidad como navegante no daba para más, manda falsas coordenadas a los organizadores, haciendo creer que encabeza la competición mientras que navega medio a la deriva a lo largo del Atlántico. Durante meses simuló una derrota ficticia mediante complicadísimos cálculos mientras intentaba mantener su cordura. En julio de 1969, después de avisar de que regresaba a Inglaterra tras completar la vuelta al mundo, se supone que se lanzó al mar completamente perdida la razón. El barco fue hallado en el Atlántico central, abandonado, con las miles de notas –muchas de ellas metafísicas y claramente irracionales– que Crowhurst había tomado. Knox-Johnston fue el único en completar la carrera, mientras que el engaño de su competidor se comenzaba a destapar. Crowshurt pasaba de héroe a villano, pero, a pesar de simular la ruta, su hazaña es innegable: pasó nueve meses solo en el mar y empeñó su vida antes que bajarse del barco.

«En conjunto consiguió mucho más de lo que la gente jamás pensó que podría, solo que no consiguió aquello que constituía su objetivo –explica Marsh–. Fue un caso de extralimitación, era orgullo desmedido y eso fue lo que causó la tragedia de su desaparición». Antes que regresar como un fracasado, Crowhurst decidió tirar para adelante a su manera, engañando pero exponiéndose al mar y la soledad. «Sus bitácoras eran la realidad cuando no eran la realidad, él estaba disfrazándola. Pero puedes percibir la historia verdadera a través del disfraz». Ni héroe ni villano, el navegante ejemplifica al hombre superado por las circunstancias que, aún así, no quiere cejar en el empeño. «Creo que la gente reconocerá lo que se siente al ir más allá de lo que de verdad eres capaz, de emprender algo ambicioso, arriesgado, y atreverse realmente a hacer un gesto como ése en sus vidas», opina Firth.

La soledad y la locura

El actor británico asumió con este rodaje el reto de poner cara a la soledad, el desatino, el miedo, la duda y las esperanzas de una personalidad excepcional, que no veía peligros más allá del de defraudar a su entorno. Además, el proceso de interpretar el alejamiento de la realidad es siempre una pera en dulce (aunque envenenada) para un intérprete de talla mundial. La empatía alcanzada por Firth con su personaje, asegura, fue muy elevada, y le dio la oportunidad de reflexionar sobre el papel de lo público y lo privado en nuestras vidas y la delgada línea que separa el éxito del fracaso: «Nueve tipos se lanzaron a esa carrera y en realidad solo uno volvió a casa, el resto no regresó por distintas razones. Pero las personas se enfrentan a cosas extraoprdinariamente peligrosas y creo que puedo entender por qué Crowhurst lo hizo», asegura, para a renglón seguido recordar la célebre frase del escalador George Mallory: «¿Por qué subir a las montañas? Porque están ahí».

Recrear la vida en el mar, en un trimarán de 40 pies, y en condiciones meteorológicas de todo tipo, fue otra de las aventuras del equipo de producción. Todo ello fue rodado en la isla de Malta, mientras que la parte «familiar» de la cinta, se rodó en Inglaterra, concretamente en Teignmouth, el centro vacacional de la costa de Devon desde el que partió Crowhurst en 1968. Y es que «Un océano entre nosotros» no solo se adentra en la hazaña del protagonista sino en la relación con su familia y especialmente su mujer, interpretada por Rachel Weisz. Para ella, este filme es en buena medida una «historia de amor», la de una mujer que comprendió a la perfección los ideales de su esposo a pesar de sufrir por su ausencia, el uso mediático de aquella convulsa historia y una viudez que dura hasta hoy. Para Weisz, la cinta «celebra la belleza de ser un soñador, de pensar a lo grande».