"La desconocida": endiablado póker
Pablo Maqueda adapta un texto teatral de Paco Bezerra sobre un acosador de menores en Internet, para cerrar la competición en el Festival de Málaga
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La modalidad más conocida del póker es el Texas "Hold’em". En bravío gesto léxico, podríamos traducir el palabro, contracción sureña, como un “aguántalos”, “agárralas”. Aguanta tus impulsos, contenlos, no los muestres. Agarra las fichas de tus rivales, sus manos, sus ideas y sus intenciones. Quizá por su espectacularidad, o por la rampante ludopatía que nos consume como sociedad, el Hold’em se ha glamourizado hasta el paroxismo. Y el cine, claro, no ha dejado pasar la oportunidad temática en películas como “Molly’s Game” (Sorkin, desencadenado). Pero ese empeño, temático, se vuelve subtextual en películas como “La desconocida”, que argumentalmente no tiene nada que ver con póker, ni mucho menos, pero sí epata con el más adictivo de los juegos en ese espíritu: “aguántalos”, “agárralas”.
Lo enrevesado de la metáfora, para que sigan confiando en quien escribe, pasa por las revelaciones de una película conscientemente tramposa, elegante en su descripción de lo macabro y, en último término, encantada con y de conocerse. Pablo Maqueda, uno de los directores más interesantes del panorama español por el eclecticismo de su carrera (vean “Dear Werner”), adapta un texto teatral de Paco Bezerra (“Grooming”) y lo viste de riqueza formal, de sutileza en lo narrativo, y le imprime ritmo, levantando una película que, en cuanto uno se quiere dar cuenta, ya le ha forzado al “All in” en términos de atención. A toda máquina, y justo después del primer acto, la película se vuelve endiabladamente entretenida.
Llena de giros, con homenajes implícitos y explícitos a Hitchcock, y con una dirección narrativa y de arte que Maqueda no esconde como directamente referencial al cine coreano de este siglo, “La desconocida” se amaga entre los arbustos de un parque, se abalanza sobre el espectador y, tras esa primera media hora de desarraigo, le deja totalmente implicado en la narrativa o le pierde por el camino. Consciente de la buena mano que juega, con un Manolo Solo y una Laia Manzanares espectaculares, la película se insinúa, se sabe triunfante y, por momentos, incluso se llega a adelantar en demasía a su siguiente jugada, mostrando en verdad una arquitectura de juego basada más en la anticipación que en el movimiento. “La desconocida” sabe perfectamente a qué juega, pero es complicado anticipar cómo de disfrutable puede hacerse la partida para quien no acaba de entender las reglas del Hold’em… o para aquel que pensaba sentarse frente a una partida de ajedrez.
Entendiendo a la perfección los tiempos del cine –algo que no se puede decir de todas las películas que han competido en Málaga, muchas adaptándose desde lo teatral-, “La desconocida” es una de esas películas que, con otra bandera, estarían semanas en lo más alto de los ránkings de las plataformas de “streaming”, moviéndose solo hacia arriba gracias al boca a boca. O al boca a oreja. Lo que les parezca más físico. Porque ahí, en esa fisicalidad de las distancias, que se traduce aquí en sonidos desagradables hasta el extremo o nula profundidad de campo, Maqueda de verdad brilla como mariscal con la cámara. El tapete de la partida, perdida ya la oportunidad de soltar las cartas cuando descubrimos en verdad la magnitud del pastel, y del jardín, podría hacerle enfangar, pero la resolución del conflicto le permite salir airoso y dejar el peor de los mejores sabores de boca.
El gran riesgo de “La desconocida”, tal y como ocurría con la obra de Bezerra que re-escribe junto a Haizea G. Viana, pasaba por hacerse trampas al solitario. Pero, una vez expandida la experiencia, esa misma que pide al espectador que sea partícipe y, al menos aquí en Málaga, se obsesiona con no revelar apenas nada de su trama (sepan que estamos ante lo que comienza como la historia de un acosador de menores en Internet), las trampas solo son narrativas. Salvada pues la ciega mayor, la película llega puntual y salvaje a su cita con el “shock value”, pero nos deja con las ganas de ver a Maqueda en un trabajo menos constreñido por la cultura del spoiler, más libre en sus diálogos y aún más manierista.