
Historia
El día que Carrillo «perdió» el avión
Es uno de los capítulos más oscuros de su biografía: cuando se negó a volar a España desde Toulouse para unirse a sus compañeros en la última batalla.

Es uno de los capítulos más oscuros de su biografía: cuando se negó a volar a España desde Toulouse para unirse a sus compañeros en la última batalla.
La terrible acusación de Enrique Líster, antiguo jefe del célebre V Regimiento que libró batallas como las de Guadalajara, Teruel y el Ebro en plena Guerra Civil española, ha quedado registrada para siempre en la historia de la vergüenza nacional. El acusado: Santiago Carrillo Solares, secretario general entonces de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). «En el avión en que salí de Toulouse –recordaba Líster– para la zona Centro-Sur, la noche del 13 al 14 de febrero de 1939, es decir, tres días después de haber partido de Cataluña, íbamos trece pasajeros a pesar de que el avión tenía 33 plazas. Es decir, que veinte iban vacías».
El miedo atenazaba los ánimos. Nadie, Carrillo el primero, deseaba embarcar hacia España. Tan sólo acataron la orden de regresar a la zona Centro-Sur tres comunistas: los coroneles Cordón y Núñez Maza, subsecretarios del Ministerio de Defensa, y el general Hidalgo de Cisneros. Otro valiente, Manuel Tagüeña, jefe del XV Cuerpo del Ejército de la República, que en la batalla del Ebro tuvo 70.000 hombres a su mando, dejó también en evidencia a Carrillo y a sus compañeros: «Ningún político se arriesgó –aseguraba Tagüeña–, no siendo algunos funcionarios del gobierno. Incluso los dirigentes comunistas y de las JSU, como Antón, Mije, Girola y Santiago Carrillo se quedaron en Francia». Tener miedo no era, desde luego, un delito. Pero la cobardía siempre fue el peor pecado en una guerra.
Pese a que Líster acusase a Carrillo mientras intentaba arrebatarle la secretaría general del partido, las explicaciones del propio encartado contenían demasiadas contradicciones para resultar creíbles. ¿Qué razones esgrimía Carrillo para no viajar a España? Ya en 1959, en el folleto «¿Adónde va el Partido Socialista?», decía el futuro secretario general del PCE: «Vino marzo de 1939 y el golpe de Casado en Madrid. Los comunistas y los jóvenes socialistas unificados de Madrid lucharon con armas en las manos contra la Junta de Casado, en defensa del gobierno legítimo de la República que presidía un socialista, Negrín. Yo no pude participar personalmente en esa lucha, como otros de mis camaradas, porque el último período de la guerra me cogió en Cataluña, siéndome materialmente imposible regresar a la zona centro-sur».
Quince años después, en 1974, declaraba a Régis Debray y Max Gallo, en el libro «Mañana España» (página 70): «Yo quise regresar a la zona centro-sur para participar en el combate al lado de mis camaradas del Partido y de la Juventud. Pero el Partido retrasó mi marcha y, desgraciadamente, la lucha se terminó». Tres páginas después, añadía: «Salgo de España con el ejército después de un mes duro. Estoy atacado por la sarna que estaba muy extendida en esta época, en la que no había posibilidad de mudarse de ropa durante meses enteros. Yo me fui a París». No era extraño que, ante semejante retahíla de excusas, Líster concluyese: «Carrillo da diferentes versiones y busca diferentes causas a su no ida a la zona centro-sur: la falta de medios, el Partido, la sarna; todo ello para ocultar la verdadera causa: su cobardía». Hidalgo de Cisneros tampoco mentía al asegurar que los últimos seis aviones que aterrizaron en la Península iban casi vacíos.
Una mala noticia
El propio Tagüeña afirmó que «ningún político se arriesgó». Carrillo no iba a ser menos. Pero aún cometió el descaro de hacerse pasar por víctima: «Tuve que resignarme a esperar, como suele decirse, tascando el freno. Una doble razón me hacía desear ese viaje: estar con mis camaradas en aquellos momentos difíciles y correr la misma suerte que ellos, y ocuparme de la situación de mi compañera y de mi hija Aurora. Mi compañera sufría una grave lesión de corazón y mi hija, también de salud débil por la deficiente alimentación debida a las escaseces de la guerra, no estaba en las mejores condiciones para aguantar lo que sucedía; estaba inquieto por ellas».
En aquellos días, mientras él permanecía a buen recaudo en París, alejado de las calamidades de la guerra, recibió la noticia del fallecimiento de su madre. «En realidad –recordaba Carrillo, años después– no me sorprendía porque la había dejado muy gravemente enferma, sin esperanzas de curación, sabiendo que podía ser cosa de semanas».
Resulta increíble que, aun admitiendo la delicada salud de su compañera sentimental y de su hija, sabiendo incluso que su propia madre podía fallecer en cualquier momento y que algunos camaradas suyos seguían arriesgando la vida en la zona centro-sur, Carrillo no ocupase ninguno de los asientos vacíos en los sucesivos aviones que aterrizaron aquellos días en España.
La mentira disfrazada
Todavía en noviembre de 2006, en sus memorias revisadas y aumentadas, Santiago Carrillo Solares seguía justificando su permanencia en París mientras su compañera sentimental Chon y su hija Aurora, de tan sólo un año, malvivían abandonadas a su suerte en la zona centro-sur del país: «El regreso a Madrid no era fácil –alegaba Santiago Carrillo–. Existía una línea comercial francesa de Toulouse a Casablanca que hacía escala en Alicante, era la única vía utilizable pues nuestro Gobierno no poseía medios propios. Había que inscribirse en una lista y utilizar las plazas que no ocuparon los pasajeros habituales. Primero estaban los ministros; luego los jefes militares que iban a ocupar funciones de mando; veníamos detrás los líderes políticos sin cargo oficial, de los cuales el primero y casi el único en embarcar iba a ser Togliatti [página 316]». Sin embargo, recordemos que en el avión en el que iba Enrique Líster había, según éste, veinte plazas desocupadas.
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