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Literatura

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Ellas eran mi Antonio Machado

Un poeta como Antonio Machado solo lo puedo asociar al cariño que profeso por dos mujeres muy importantes de mi vida: la abuela Chus y Elena Medel

«Soria de montes azules / y de yermos de violeta, /¡cuántas veces te he soñado/ en esta florida vega/ por donde se va, /entre naranjos de oro, /Guadalquivir a la mar». «Campos de Soria»
«Soria de montes azules / y de yermos de violeta, /¡cuántas veces te he soñado/ en esta florida vega/ por donde se va, /entre naranjos de oro, /Guadalquivir a la mar». «Campos de Soria»larazon

Un poeta como Antonio Machado solo lo puedo asociar al cariño que profeso por dos mujeres muy importantes de mi vida: la abuela Chus y Elena Medel.

Las películas románticas nos han enseñado que una canción se puede asociar a una persona hasta el punto de que es necesario que en una pareja monógama existan acordes que definan y envuelvan toda su relación. El amor, no solo el romántico sino cualquier tipo de amor, podría ser fácilmente resumido en objetos comunes, en cosas tangibles –o comestibles, o bailables, o incluso olfateables– que al tocarlas, lamerlas, escucharlas o esnifarlas nos entreguen la grandeza de esa persona a la que amamos con locura. Aunque me reconozco algo melómana, lo que me hace entender la importancia de muchas de las personas que rodean mi vida es el escritor o la escritora con los que asocio a nuestra existencia en común. Por eso, si mi madre era la poesía fenicia de Juan Eduardo Cirlot, si mi marido son las tapas duras de «La broma infinita» de David Foster Wallace, y si mi amiga Rosa es cualquier cuadernito amarillo de Amélie Nothomb, estoy más que convencida de que un poeta como Antonio Machado solo lo puedo asociar al cariño que profeso por dos mujeres muy importantes de mi vida: la abuela Chus y Elena Medel. Cuando el nombre del poeta andaluz se cuela en mi camino, no puedo olvidar la Nochevieja que Chus –mi abuela y profesora jubilada de Literatura– mis padres y yo viajamos a Soria y recitamos sus poemas a Leonor frente a la tumba de la joven o junto al tronco retorcido que del árbol que inspiró el célebre poema «A un olmo seco». No os asustéis, hay familias que hacen eso. Al menos en la mía era común visitar los lugares en los que nuestros escritores favoritos habían residido, un tipo de turismo hermoso que a mi abuela le ilusionaba hasta tal punto que se le saltaron las lágrimas cuando pudo ponerse de pie ante la pizarra del aula donde Machado dio clase hacía ya muchos años. Así que Antonio Machado es mi abuela, sí, pero también es mi editora, amiga y una de las mejores poetas que hoy habitan España. Elena Medel publicó en 2015 «El mundo mago. Una vida con Antonio Machado» (Ariel), una guía de lectura del autor que en realidad es una historia muy íntima y la mejor de las reivindicaciones de alguien cuya obra ha sido manoseada hasta la saciedad –reducida, como recuerda Medel, a unos cuantos clichés–, y cuya muerte es el resultado de un fascismo que hoy vuelve a acecharnos. No puedo entender a Antonio Machado sin mi amor a esas dos mujeres, decía. Como no puedo entender España sin la lectura urgente y necesaria, otra vez, de sus versos. Una lectura más allá de lo académico. Y más allá de lo romántico. Y más allá de lo histórico. Una lectura que nos haga volver a conectar con ellos como sólo se conecta con lo que se respeta, se cuestiona y se ama. Para que jamás vuelvan a estar solos «mi corazón el mar».

(*) Poeta y autora de la novela «El funeral de Lolita» (Lumen)