Los enamorados escondidos de Antonio López: "Quería colocar algo relacionado con el amor"
El Museo Arqueológico Nacional incorpora a su exposición permanente la obra del pintor hiperrealista "Vista de Madrid" en la que se esconde una pequeña sorpresa visualmente encriptada


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En el invierno de 1961 el corazón de Antonio López, domesticado por un inminente enlace que le situaba con veintipocos años en el anaquel costumbrista de la vida matrimonial en la España de posguerra, temblaba de felicidad pura con la intensidad de cien caballos salvajes: "estaba muy enamorado", confesaba ayer tierno, evocador, sentimentalmente nostálgico, narrador voluntario de un tiempo pasado que ahora solo vuelve a través de los sueños el pintor hiperrealista de 89 años durante la presentación en la Sala 31 del Museo Arqueológico Nacional de su obra "Vista de Madrid".
Una pintura creada en la década de los sesenta, con López recién casado con María Moreno, que gracias al depósito en comodato por cinco años de la Colección BBVA de forma totalmente gratuita, permanecerá durante este tiempo en la exposición permanente de la institución para que el público, observador genuino de lo inalterable y curioso detector de apariencias sospechosas, pueda ir a descubrir el secreto visual que incorpora su trazo.
Pintada desde el interior de una casa situada justo enfrente de la fachada del Arqueológico, concretamente desde la vivienda de una compañera de estudios en la escuela de Bellas Artes de San Fernando que estaba un curso por encima del artista y que contaba con el privilegio de una vista espectacular de Serrano y el museo, la obra remite a ese Madrid frío en el que nada se mueve: "he tendido siempre a eliminar en mi pintura todo lo que se mueve", señaló reposado. Y la luz se espesa con la dilatada prolongación de la caída del día, mientras la ligereza de los amantes pintados en la clandestinidad de lo pequeño, en la incorporación estilística transfigurada del realismo mágico, se convierte en una parecida a la utilizada por Marsé en "Últimas tardes con Teresa", cuando describe ese "caminar de la pareja el ritual solemne de las ceremonias nupciales, esa lentitud ideal que nos es dado gozar en sueños. Se miran a los ojos" y en el cuadro de López, se besan.
Como Teresa y el Pijoaparte, como Bella Rosenfeld y Marc Chagall, quien curiosamente pintó el famoso beso suspendido de "Cumpleaños" al contrario que el artista español, justo antes de casarse con Rosenfeld para inmortalizar ese momento de euforia sentimental previa tan absurda, inconsciente y bella como aterradora que viene incorporada en casi todos los principios, la pareja de Antonio López se descubre ilusoria y espejada, incrustada en el margen izquierdo de la panorámica urbana (la segunda del pintor con la ciudad de Madrid como protagonista), flotando encima de un árbol. "Quería colocar algo relacionado con el amor, yo entonces estaba recién casado, vivía con una persona a la que quería mucho, pero tampoco quería que se viera de manera evidente", señaló antes de relatar que su mujer María, también artista, luz del maestro y tristemente fallecida hace cinco años, le hizo un "capotón", para poder ir abrigado a pintar con disciplina marcial cada día.
Comenzaba a las cuatro de la tarde y acababa cuando la claridad empezaba a fallar o, en el caso de López, atenuarse un poco más de la cuenta. "Pero hay que tener en cuenta que en aquel tiempo todavía no se había adelantado la hora", añadió. Esa dialéctica encriptada de los enamorados que juegan a esconderse de las miradas ajenas, que se besan en la copa de un árbol elevados en la fragilísima burbuja de lo posible, remite a la propia proyección lúdica de un artista que pintaba el Madrid anónimo, la estructura detenida de una ciudad helada, con el mismo amor con el que piensa terminar el cuadro de la Puerta del Sol. También con el mismo con el que está finalizando unos relieves grandes para la catedral de Burgos, trabaja en una serie de pinturas sobre su casa y la gente con la que vive y está autorretratándose. "Nos salva el arte, el arte bueno", remató esperanzado este interventor aventajado de la luz y de la forma. Y el amor, de la vida, siempre.