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Enric Marco, el impostor que dijo haber estado en un campo de concentración nazi

Una película, protagonizada por Eduard Fernández, retrata a este hombre que durante 30 años vivió de esa mentira y que llegó a ser presidente de la Asociación Amical de Mauthausen
Eduard Fernández interpreta al impostor en una adaptación cinematográfica
Eduard Fernández interpreta al impostor en una adaptación cinematográficaLa Razón

Madrid Creada:

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Estamos fascinados por la mentira. Nuestro cerebro lo agradece. Solo así es capaz de encajar el deseo con lo que nos rodea. Creemos lo que queremos creer, y si está en armonía con las tendencias sociales, con lo que aparece en los medios, mejor. La mentira, además, es más atractiva que la verdad porque fabrica un relato fascinante y sencillo. Por eso se construye. Por eso se compra. El mentiroso, obvio es decirlo, es un gran vendedor, un auténtico seductor que con su éxito se convierte en un yonqui de la falsedad. Miente para obtener placer y sacar un beneficio. El riesgo está en que la mentira tiene vida propia. Una vez nace, nadie, ni siquiera su autor, sabe a dónde va a llegar ni cómo terminará. Solo el miedo a la consecuencia nos detiene ante la tentación de mentir más, de fingir, de crear una retrato de Dorian Grey, y nos contentamos con mentirijillas para tapar carencias, como cuenta Robert Feldman en “Cuando mentimos. Las mentiras y lo que dicen de nosotros” (2011). La mentira proporciona una falsa esperanza para sobrevivir, incluso a uno mismo, como dice Marta Fernández en “La mentira. Historias de impostores y engañados” (2022). Por eso los osados que viven al filo de la navaja atraen a tanta gente, se granjean su admiración, los ven con simpatía porque convirtieron la mentira en una puñetera obra de arte.
Solo así se explica la trayectoria de algunos políticos, pero también otros personajes, como es el caso de Enric Marco Batlle. Este tipo ha vuelto a la actualidad por la película titulada “Marco” (2024), protagonizada por Eduard Fernández, y dirigida por Aitor Arregi y Jon Garaño. Enric engañó a todos durante casi treinta años. Dijo que había sido anarquista en la Guerra Civil y amigo de Buenaventura Durruti, el mito ácrata, y consiguió ser secretario general de la CNT en Cataluña en 1977, y luego de España dos años más. Contaba ya entonces que había nacido el 14 de abril de 1921, “diez años antes de la República”, decía, cuando en realidad vino al mundo el día 12. Iba diciendo a quien quisiera escuchar que había sido un feroz luchador contra Franco, lo que aseguraba el éxito y el respeto en aquella España recién despertada de la dictadura. Dijo que tuvo huir a Francia desde Barcelona, que estuvo en la resistencia a los nazis, por lo que fue encarcelado con el número 6.448 en un campo nazi de exterminio en 1943, torturado por la Gestapo, y tras la guerra mundial se dedicó a combatir a Franco.
El historiador Benito Bermejo descubrió su mentira y también que ayudó a la industria de guerra alemana
Los anarquistas que salían del franquismo quisieron creer al mentiroso. Les proporcionaba una esperanza para la resurrección, con un anclaje romántico en el supuesto pasado glorioso del anarquismo revolucionario durante la guerra. Y coló, pero no mucho tiempo. Ácratas pero no tontos. Los más estudiosos del sindicato buscaron entre los papeles del movimiento y no encontraron nada. Juan Gómez Casas, uno de sus cronistas más señalados, se dio de bruces con la trola, pero no quiso hacer mucho ruido. Decidieron expulsar a Enric Marco en 1980.
El embaucador decidió entonces hacer negocio entre las familias de escolares. Cualquiera que conozca ese mundo sabe que cierta implicación y retórica moral triunfan. Fue así que consiguió ser vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Cataluña. Esto le permitió conocer bien la estructura educativa de esa región, donde teatralizó luego durante años su papel de víctima del Holocausto dando cientos de conferencias.
Fue en el año 2000 cuando Enric Marco destapó su gran mentira. Por aquel tiempo empezaba a despuntar el memorialismo; es decir, la actuación política contra el pasado para el ajuste de cuentas con las dictaduras de derechas, y en España para resarcir a las víctimas del franquismo. Nació ese mismo año la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica con un logotipo que incluía la bandera republicana y que encontró en el PSOE de Zapatero un auxilio imprescindible. Enric Marco vio entonces una manera de conseguir protagonismo. Hay quien dice que solo era una persona en busca de aprecio. Es más; otros, como Javier Cercas, que escribió una novela de no ficción sobre Marco titulada “El impostor” (2014), lo asemeja al Quijote, a un loco que se creyó su locura para hacer el bien.
Enric aprovechó la moda del memorialismo para presentarse como víctima del Holocausto. Todos vieron una oportunidad para aprovechar su testimonio y pasear al pobre hombre por colegios y asociaciones. Quisieron creer la mentira porque les venía bien y encajaba con la tendencia social del momento. Marco se aprendió bien el papel, se metió en el personaje de sufriente del nazismo en un campo de exterminio. Memorizó todo, desde los lugares a las palabras, las expresiones y las sensaciones. “Aquellas noches en la barraca -recitaba una y otra vez- en aquel ambiente tan turbio y denso de la noche, en que oyes el momento del alarido de un hombre que se queja como un animal”. Lo repetía ante cualquier auditorio. Sin otros supervivientes que atestiguaran su presencia en el pequeño campo de Flossenbürg, en Baviera, junto a otros catorce españoles, consiguió ser presidente de la Asociación Amical de Mauthausen en 2003. No era poca cosa porque dicha asocación reunía la memoria de todas las víctimas españolas en los campos nazis.
Se convirtió en un personaje. Qué oportunidad para dar lecciones y ponerse medallas, para que la gente se concienciara, y para levantar una bandera contra la derecha. La Generalitat de Cataluña presidida por Jordi Pujol, otra persona indispuesta con la verdad menos en Suiza, le otorgó la Creu de Sant Jordi en 2001. El Molt Honorable dijo en el acto que "premiaba la lucha social y política de toda una vida".
También el PSOE quiso apuntarse un tanto, e invitó a Enric Marco al Congreso de los Diputados el 27 de enero de 2005 en un acto conmemorativo de las víctimas españolas del Holocausto. El impostor pronunció su discurso, el de siempre. "Cuando llegábamos a los campos de concentración en esos trenes infectos, para ganado -leyó Marco-, nos desnudaban, nos mordían sus perros, nos deslumbraban sus focos”. Eran las imágenes de “La lista de Schindler” (1993). Buscó la lágrima fácil y comenzó a hablar de los niños “que no reían y tampoco lloraban”, que eran “destruidos” sin que los pudieran salvar sus madres. Y acabó con la píldora política que entusiasmó a los socialistas y republicanos. Las víctimas españolas del nazismo habían sido castigados por ser “republicanos”, reconocidos como los “primeros defensores de la libertad y la democracia en Europa”. Era hora de que un Gobierno, concluyó mirando a los políticos, hiciera “justicia”. Diana. Algunos diputados lloraron pensando en la misión histórica que les encomendaba el Progreso en ese justo instante: la memoria para reivindicar a estas víctimas de la derecha y la ultraderecha.
Luego llegó un aguafiestas en forma de historiador llamado Benito Bermejo. Este hombre se puso a investigar el pasado de Enric Marco. Tenía que haber papeles que mostraran la presencia de ese individuo en un campo de concentración. Porque los nazis podían ser lo que fueran, pero tomaban registro de todo, incluso de sus repugnantes crímenes. El caso es que no constaba en ninguna documentación de los campos, sino en los archivos de trabajo. Sorpresa. Resulta que Enric Marco el antifranquista participó en un plan franquista para auxiliar a la industria de guerra alemana, y marchó en 1941 al país de Hitler para ayudar a consolidar su hegemonía militar. Allí, Marco se dedicó a hablar bien del comunismo para darse importancia y la Gestapo lo encarceló. Al ver que era un pobre hombre lo dejó suelto para que volviera a España, donde no movió un dedo nunca jamás contra Franco.
La noticia de su mentira llegó cuando Enric estaba haciendo las maletas para acudir a un acto a Mauthausen con verdaderas víctimas del Holocausto y representantes políticos, entre ellos, Zapatero. Era mayo de 2005. Llegó a sus manos el dosier elaborado por el historiador, y dijo en rueda de prensa que la única diferencia entre lo que contaba y su experiencia es que él no había estado en un campo de concentración. El revuelo fue inmenso. Unos dijeron que lo importante era que se conociera la historia no si era un impostor, un trolero profesional. Otros argumentaron que sus mentiras eran un insulto a las verdaderas víctimas, un auxilio a los negacionistas del Holocausto, y una estafa innecesaria. Al ser preguntado si ofrecería excusas, contestó: “Si pidiera perdón quedaría todo el mundo satisfecho menos yo. ¿De qué coño tengo que pedir perdón? ¿Qué crimen he cometido? Es que lo sentí como propio”. Enric Marco no se arrepintió jamás y mantuvo la utilidad de su mentira hasta su muerte en 2022.

CONTRABANDISTA DE IRREALIDADES

Enric Marco contaba que jugó una partida de ajedrez con un oficial de las SS del campo de concentración. Ganó, y el alemán, tras partirle el brazo por la frustración, salvó su vida y asesinó a los otros catorce. Ahí estuvo esperando, decía, hasta que fue liberado por las tropas aliadas. Su historia era un auténtico novelón. Marco exhibía una “prodigiosa destreza fabuladora”, escribió Vargas Llosa en 2005, demostrando ser un “contrabandista de irrealidades”, lo que le abría las puertas a la “mentirosa patria de los novelistas”. De hecho, Marco, cuentista sin límites, publicó su testimonio en el volumen colectivo “Memoria del infierno” (2002).