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Música

Extremoduro, fugitivos del orden musical

En la obra «Extremoduro. Talento innato», el periodista Jesús Casañas retrata canción a canción la movediza historia de la banda

Duelo de guitarras entre Robe y «Uoho» en un concierto en Madrid, el 12 de septiembre de 2014
Duelo de guitarras entre Robe y «Uoho» en un concierto en Madrid, el 12 de septiembre de 2014Cortesía de Domingo J. Casas

Extremoduro es la descripción anatómica de la oscuridad, de lo revolucionario del verso, de la música que elimina injusticias como buitres que se ceban con la carroña. Es un grupo de sonido radiactivo, que atraviesa al público como un rayo, de la misma manera que fulmina cualquier contratiempo, o al menos así lo demuestra su turbada historia. Extremoduro ha sido una banda que, según se ha desarrollado, ha redefinido por completo el término de «rebelde», hasta fusionarse con él en forma de letras rompedoras, sinceras, escalofriantes, de las que pican, y provocan que rasquen. Es el grupo más incomprendido, más inclasificable que ha podido conocer hasta hoy el rock español. Como si del «Makoki» de Miguel Ángel Gallardo y Juanito Mediavilla se tratara, pues el grupo presidido por Roberto Iniesta (Robe) tiene similitudes varias con ese cómic irreverente, que dio una vuelta de tuerca a la serena e irónica historieta española en los años 80. No quiere decir que quienes han formado parte de Extremoduro hayan huido anteriormente, como Makoki, de manicomios, pero sí han sido antihéroes de la música, fugitivos del orden establecido por la industria, rebeldes sin causa en el panorama musical. Y no hay aspectos que atraigan más en el rock que ese desbarajuste, esa estampa caótica y asentada en una pasión desmedida hacia la música.

Un 16 de mayo de 1962 nació Roberto Iniesta o, en otras palabras, nació Extremoduro. El artista debía llevar en la sangre el proyecto por el que ha volcado sus emociones, sus fuerzas y su cabeza durante años. Por ello no suena a disparate relacionar al músico desde su infancia –y juventud rebelde, cómo no– directamente con la banda que se convertiría en el éxito de su vida. Nació y creció en Plasencia (Cáceres), una tierra que siempre amó y respetó, pero que durante años se le mostró (políticamente) hostil, desagradecida. «Los políticos nos tienen un miedo atroz, y la verdad es que tocamos más por el resto del Estado que por Extremadura. Eso sí, hay extremeños en Cataluña, en el País Vasco y en Madrid, siempre a muerte con nosotros. Incluso nos llamó desde Suiza un tal Pepe, del círculo de emigrantes extremeños de allí, para que fuéramos a tocar, fíjate», explicaba a «Heavy Rock» el que fue bajista de la banda, Carlos «El Sucio». Unas palabras que demuestran el «amor-odio» que Robe, y por tanto Extremoduro, mantuvieron de manera constante con su tierra. Y una experiencia que, entre muchas otras, es recogida con todo lujo de detalles en «Extremoduro. Talento innato» (Alianza), un libro que publica el periodista musical Jesús Casañas, y que funciona como la biografía musical no oficial de la banda y de su carismático líder. De forma cronológica, cada capítulo funciona como una pequeña enciclopedia de cada álbum grabado por Extremoduro, entre 1989 («Tú en tu casa, nosotros en la hoguera») y 2013 («Para todos los públicos»), pasando por los imprescindibles «Agila» (1996) o «Material defectuoso» (2011).

Vicisitudes y drogas

Casañas relata, paso a paso, canción a canción, cómo la banda de Robe pasó de ser una compuesta por «cafres», «yonquis», «antítesis de las monjitas de la Caridad», tal y como les definían desde la política o la Prensa, a un universo musical ante el que «roqueros y pijos, hippies y heavis, punkis y rastas, adolescentes y puretas» terminaron cayendo «rendidos a sus pies». Ya no solo «se les escuchaba en casas okupas y garitos de rock, también podías toparte con sus canciones en la pista de baile de una discoteca ‘‘light’’ o como parte del repertorio final de cualquier orquesta verbenera en las fiestas del pueblo», relata el periodista en el libro, refiriéndose, ante todo, a aquel momento que lanzó a Extremoduro a lo más alto: la publicación de «Agila». Este álbum recoge algunos de sus clásicos, como «So payaso» y «El día de la bestia», pero no quedan atrás los discos de las icónicas «La vereda de la puerta de atrás» y «Stand by», ambas en el disco «Yo, minoría absoluta» (2002), o del himno «Si te vas...», incluido en «Material defectuoso».

Decía Robe, desde bien temprano, que aunque Extremoduro tuviera nombre de grupo, «no es un grupo. Extremoduro soy yo y con los que me junte. Un cantautor que cante sus canciones en cada momento diferente busca gente diferente». Y no se equivocaba, pues por el equipo de Iniesta pasaron varios nombres a la batería, la guitarra o al bajo. Pero, eso sí, si bien no podemos hablar de Plasencia sin Robe, de la banda sin su voz, no podemos hablar del mismo sin su inseparable compañero, inconformista, todoterreno y, cómo no, fugitivo del orden, Iñaki «Uoho» Antón. La primera vez que el guitarrista de Platero y yo participaba de forma oficial en un disco del grupo extremeño fue con un solo en el tema «Los tengo todos», incluido en «¿Dónde están mis amigos?» (1993). Fue el principio de una larga historia, apuntalada en la extravagancia y exigencia que lleva consigo el rock and roll: por supuesto que la banda vivió vicisitudes económicas, logísticas, problemas con las drogas, desencuentros por tener cabezas tan diferentes como igualmente ambiciosas. Pero, finalmente, en lo que se resume la historia de Extremoduro es en la renovación constante, en el esfuerzo inquebrantable por no abandonar la música, en los incesantes arreglos de «Uoho» y en esas letras de Robe, «limpias pero feroces, arregladas pero frescas», define Casañas en el libro. Eso sí, el cantante siempre ha defendido que «el exceso de trabajo no sustituye a la falta de talento».

Extremoduro
ExtremoduroCortesía

Extremoduro es rock transgresivo, entendible, que zarandea, que encoge y desprende letras que tantas generaciones toman ya como cotidianas, como himnos. Unos versos que bien venían de la propia experiencia, o bien se inspiraban en los poemas de Antonio Machado o los autores favoritos de Robe. Unas letras que Casañas define «viscerales a la par que elegantes, tan originales como sinceras. Era capaz de demostrar su valía como poeta en una frase para meter un taco en la siguiente sin que rechinase lo más mínimo». Y así lo confesaba el autor, quien veía su lado de compositor como una forma «de bajar un poco a la realidad».

Y la realidad, ciertamente, no es otra que la de un grupo que intentó revivir a una generación de jóvenes con ansia de estallar, de romper moldes y cantar sus inquietudes a gritos. Si existe algo romántico en la historia de Extremoduro, ya no es que es de esos grupos que afirman –y a veces no hay otra que creerles– que lo primero es la música, entregarse a ella, y si el dinero viene después, bien recibido sea. También lo es su defensa hacia los jóvenes, tantas veces definidos como balas perdidas. El 7 de septiembre de 2015, Robe recibía en Mérida la Medalla de Extremadura. Un gesto que tardó en llegar, pero que al fin brindaba al músico un reconocimiento de su tierra. Y fue entonces cuando lo dejó claro: «Con la sabiduría que me da ser un músico extremeño que hace más de veinte años tuvo que irse fuera, pedir para los músicos y creadores extremeños, presentes y futuros, que necesitamos locales para hacer talleres de escritura, pintura, escultura, para los creadores, para los chavales. Y los necesitamos en toda Extremadura. Ganaríamos todos». En definitiva, Extremoduro como los precursores de lo incómodo, artistas con el rock por bandera, fugitivos en busca de la plena libertad musical.

La venganza del azulejo

El grupo liderado por Iniesta también está relacionado con la venganza. Al principio el apoyo que recibían por parte de los medios, relata Jesús Casañas, era escaso, incluso reticente. Por ello, cuando su éxito comenzó a consolidarse, fueron antítesis del término «caballeroso» y decidieron estar toda una década sin conceder entrevistas. Pero esta revancha también la tomaron con Extremadura: intentaron poner una calle en Plasencia con el nombre de Robe, pero «él no quiere», decía el alcalde de la localidad, Fernando Pizarro, «tenemos el azulejo guardado como oro en paño, pero él ha dicho que todavía no quiere este tipo de homenajes».