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Goebbels, un genio de la demagogia al servicio del mal

La película "El Ministro de Propaganda" vuelve a contar la II Guerra Mundial desde una óptica novedosa, la del gran propagandista de Adolf Hitler

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Uno de los versos más famosos del «Cantar del Mio Cid» es aquel que dice «Dios, qué buen vasallo, si hubiera buen señor». Una afirmación que se le podría aplicar a Joseph Goebbels, el fiel ministro de Propaganda de Hitler; al menos al Goebbels que nos presenta el director alemán Joachim Lang en su película «El ministro de Propaganda», supuestamente –y le creemos– basado en la realidad: en los testimonios que dejó en sus diarios y sus soflamas incendiarias, arengando al pueblo, que aún se conservan. 

Como apunta el propio Lang, «la gran diferencia entre Hitler y Goebbels, es que este no se creía lo que decía: de ahí el radicalismo del Führer frente al oportunismo de su propagandista». Y es que la de Joseph Goebbels era una mente privilegiada, era un genio de la demagogia, de la manipulación de masas, que estuvo al servicio del mal absoluto encarnado en «el ángel con gabardina y bigote», como llama Juan Manuel de Prada a Hitler, por boca de su protagonista Fernandito Navales –citando maliciosamente a César González-Ruano–, en su última novela «Mil ojos esconde la noche». Un epíteto que bien le podría haber dedicado Goebbels a su amado líder, por el que sentía auténtica devoción, como los habitantes del pueblo de «Amanece que no es poco» por William Faulkner.

«Él hubiera podido ser un gran productor de películas de Hollywood o el mejor director de marketing», responde el director de «El Ministro de Propaganda» sobre qué hubiera pasado si la habilidad de su protagonista hubiese estado al servicio del bien o, al menos, del Mercado. Pero que fuera en esencia «un oportunista» no quita que Joseph Goebbels fuese «radicalmente antisemita», subraya Lang.

Por más siniestro y antinatural que parezca, lo cierto es que uno puede llegar hasta a empatizar con el responsable de Propaganda nazi durante el primer tercio de la cinta, donde se nos muestra a un tipo familiar, mujeriego si se quiere, y con buenas habilidades sociales –un relaciones públicas–; y, sobre todo, alguien contrario rotundamente a la guerra que Hitler pretende empezar, cueste lo que cueste.

«Goebbels no era un pacifista ni un humanista, ni mucho menos; pero decía algo tan simple como que a una persona inteligente no le puede gustar la guerra, porque si tú luchas en una guerra puedes perderla», apunta el cineasta alemán al respecto.

Pero, claro, llega un momento en que el propagandista tiene que dar su brazo a torcer en este punto vital porque Adolf Hitler le tiene cogido de los huevos, por decirlo en lenguaje directo. «En el 38 Goebbels había alcanzado la cúspide de su poder: tenía mujeres, era un genio de la propaganda: ¡era la época de los trajes blancos!», relata Joachim Lang. «Pero después de la escena con su amante [y no desvelamos más pese a que en la Historia no hay spoilers] se da cuenta de su total dependencia de Hitler, y cada vez se va acercando más a él, radicalizándose, hasta convertirse su sucesor al frente del III Reich», abunda este.

Propaganda para Trump

Asegura el artífice de la película que «esta es una mirada al pasado para que no se vuelva a repetir algo tan terrible»; sin embargo, como advierte al final del largometraje: «Sucedió y puede volver a suceder».

«No sería idéntico», reflexiona Lang, «pero hay formas en el presente de populismo que representan un peligro para las personas. Realidades horribles, odio, genocidios... Estamos viviendo tiempos terribles. Hay mucha gente que considera que el sistema democrático ya no es el correcto y están dispuestos a dejarse radicalizar, y hay populistas que recogen esto, y ahí está el peligro», advierte. «Es una película que invita a la gente a ser críticos, que los pone alerta», asevera respecto a sus intenciones o motivaciones.

Pero la gran pregunta es de qué hubiera sido capaz un manipulador tan avezado, un maestro demagogo como Joseph Goebbels –autor del libro de estilo de los embustes, con afirmaciones tan categóricas como que «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad»– en nuestros tiempos, donde contamos con armas de falsificación masivas como las redes sociales; un tipo que con el cine y la radio en fase larvaria hizo maravillosas maldades.

Joachim Lang es rotundo al respecto: «Podría hacer una propaganda electoral muy buena para Donald Trump. Podría lograr muchas cosas con sus aptitudes unidas a los avances técnicos. Sería un gran portavoz de Hamás. O también, por qué no, podría dedicarse al marketing en una gran empresa». Una de las fortalezas de esta película es apoyarse en documentos originales para recrear los diálogos y los discursos; muchos de ellos inéditos hasta la fecha. También están las grabaciones de audio y vídeo de los mismos protagonistas que cometieron semejantes crímenes de lesa humanidad, y que el director, alterna con maestría con las actuaciones.

Documentos originales

Sobre qué porcentaje del guion es fiel o literal a la documentación, Joachim Lang estima que «entre un 80 y un 90%». Confiesa que «naturalmente hay partes que he dramatizado; en definitiva se trata de cine». Sin embargo, dice, «he recurrido a documentos originales muy diversos, como los propios diarios de Goebbels, para tratar de ser lo más fiel a la cruda realidad».

«Hay expresiones y giros del alemán antiguo, como es el insulto de ‘‘cabeza plana’’, que a lo mejor hoy no se entienden, pero que creo que dotan a la película de verosimilitud», explica el autor de «El Ministro de Propaganda»: «creo que eso lo hace bastante auténtico». Sobre cómo poder innovar o aportar algún elemento original –como es su caso– con un largometraje sobre la Segunda Guerra Mundial, una temática tan manida, el director comenta que no tiene la receta, pero asegura que, si no se equivoca, esta es la primera película sobre nazis –y mira que las ha habido– «que incluye un nexo entre víctimas y perpetradores».

Cómo reciben los alemanes las películas de nazis

Alemania, por lo general, es un país profundamente avergonzado de este terrible episodio de su pasado reciente, y tremendamente respetuoso con las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. «En Alemania la gente todavía es un poco reticente a investigar los asuntos relativos a los nazis y a sus jerarcas», cuenta el cineasta Joachim Lang. «Tenemos una buena cultura del recuerdo, de la memoria, pero investigar a los perpetradores es más raro. No se habla de las atrocidades que hicieron», complementa este. Sin embargo, el ascenso exponencial de la ultraderecha germana, encarnada en el partido Alternativa por Alemania (AfD), despierta forzosamente los fantasmas que atormentan al pueblo alemán. El pasado septiembre se produjo la primera victoria electoral de esta tendencia desde la II Guerra Mundial.